miércoles, 14 de noviembre de 2012

La cultura que se extingue


La civilización del espectáculo (Alfaguara, 2012), un pequeño libro en el cual Mario Vargas Llosa (1936) desarrolla una serie de reflexiones en torno a la situación cultural que se vive en Occidente en la actualidad. La edición consta de ocho menudos ensayos, entre los cuales intercala una decena de artículos publicados durante los últimos años en las páginas del diario español El país. La tesis central del alegato del Nobel peruano es que hoy por hoy la idea hegemónica de cultura ya no se refiere a las creaciones espirituales y artísticas más desarrolladas de una civilización, sino que más bien con todo, con cualquier cosa y por ello mismo con nada en concreto. El concepto de cultura se atascó de contenidos y terminó rebosando todo para quedar vacío. Ciertamente, el concepto amplio de cultura propuesto por las ciencias sociales se ha vuelto hegemónico, de tal suerte que en nuestros días un concierto de la Orquesta Filarmónica de la UNAM en la Sala Nezahualcóyotl es una expresión cultural tan válida como el tribalero Chip Torres cantando Tú me pixeleas en youtube. Además, el ideal de la igualdad llevado al extremo ha impuesto el rasero de la mediocridad: “La ingenua idea ingenua de que, a través de la educación, se puede transmitir la cultura a la totalidad de la sociedad, está destruyendo la ‘alta cultura’, pues la única manera de conseguir esa democratización universal de la cultura es empobreciéndola, volviéndola cada día más superficial”.

Los ensayos de Vargas Llosa, sobre todo los dos primeros, abrevan de los planteamientos de los galos Guy Debord (La Société du Spectacle) y Frédéric Martel (Cultura Mainstream). Al igual que Giovanni Sartori (Homo videns), el autor de La casa verde y La fiesta del chivo acusa un horizonte cultural en el cual la imagen impera:  “… la cultura será víctima —ya lo está siendo— de lo que Steiner llama ‘la retirada de la palabra’”. Y si bien se refiere a asuntos tan variados como el resurgimiento del fervor religioso, la sexualidad y el erotismo, la literatura light, la pérdida de centros de autoridad, el futuro incierto de la lectura, en fin, la mirada del novelista arequipeño se detiene en el arte, un ámbito que según documenta se ha plagado de charlatanes y en el cual las cosas no pintan nada bien desde hace un buen rato —“yo advertí que algo andaba podrido en el mundo del arte hace exactamente treinta y siete años”, escribe en 1997—. En última instancia, Vargas Llosa afirma que la inmediatez y la fugacidad son las características inherentes de lo que hoy por hoy se avala como arte: la inmediatez conlleva el imperio de la ocurrencia, de la falta de oficio, de la banalidad, en tanto que la fugacidad descarta cualquier aspiración de trascendencia: “la diferencia esencial entre aquella cultura del pasado y el entretenimiento de hoy es que los productos de aquélla pretendían trascender el tiempo presente […], en tanto que los productos de éste son fabricados para ser consumidos al instante y desaparecer…”

Si bien no se trata de un profundo estudio ni se arropa de rigor metodológico, La civilización del espectáculo puede ser para muchos lectores una amena y pertinente invitación a meditar qué tanto han sido engañados por los embelecos contemporáneos.