viernes, 25 de septiembre de 2020

(Más) Prójimos (que) polarizados


El hombre sólo entiende su vida

cuando se ve a sí mismo en sus semejantes.

Lev Tolstói, Aforismos.

 


Esa noche, contundente e inapelable, la pandemia se visibilizó en el Zócalo. El vacío en la plaza de la Constitución resultaba escandaloso, descomunal incluso en las televisiones más chiquitas. El jolgorio popular del año pasado era cosa de otro mundo, un mundo del cual cada vez nos sabemos más lejanos. Acompañado únicamente por su esposa, el presidente de la República salió al balcón central de Palacio Nacional. La imagen fue desconcertante: aparecía solitario quien a lo largo de toda esa misma jornada había sido el foco de la atención ciudadana, desde la mañanera, luego como centro del debate en torno a la petición de la consulta sobre el juicio a los ex presidentes y, para rematar, envuelto en todos los dimes y diretes en torno a la rifa simbólica del avión presidencial… Ocurre que la res publica de nuevo es asunto de interés púbico, y si bien uno podría pensar que en una democracia así debería ser siempre, para algunos la situación resulta desagradable, incómoda, y quizá por eso prefieren llamarla polarización, y supuestamente se lamentan. Cierto, pareciera que cada vez es más habitual que tras la dicotomía chairos-fifís se parapete la polaridad amlovers-pejefóbicos, amorosos y odiadores. Quizá sea así, pero la dicotomía encubre las proporciones: los enojados podrán ser muy escandalosos y tener muchos altavoces mediáticos, pero son los menos… En fin, que ahí estábamos, más que tiros y troyanos, entripados y contentos, malhumorados unos y emocionados otros: no las más ciento cincuenta mil almas que pueden abarrotar el zócalo de la Ciudad de México, sino millones de televidentes expectantes, la minoría encolerizada con Lopez y la gran mayoría que conformamos los que apoyamos a AMLO y a los que la dichosa polarización en realidad les tiene sin cuidado… El presidente lanzó las veinte vivas que había adelantado. Además de la consabida retahíla de heroínas y héroes decimonónicos de siempre, el Peje agregó vivas a las comunidades indígenas y a la grandeza cultural de México, y casi al final de la arenga nacionalista, en penúltimo orden de aparición, gritó: “¡Viva el amor al prójimo!” La proclama desconcertó parejo: ¿viva el amor al prójimo en vez de mueran los gachupines? Y para rematar: “¡Viva la esperanza en el porvenir!”

 

Como era de esperarse, para el conglomerado pejefóbico la mención del amor al prójimo resultó odiosa. A las 23:06 horas de ese mismo 15 de septiembre, seguramente sin pensarlo mucho, Salvador García Soto —columnista en El Universal, conductor en Heraldo, y comentarista de Televisa— presto tuiteó: “Viva el amor al prójimo? Sin duda que viva, pero un precepto religioso no puede ser parte del grito que unifica a todos los mexicanos. ¿Y el estado laico @lopezobrador?” En apego a la prescripción aludida, a botepronte yo retuiteé el tuit de García Soto con una sugerencia: “Alguien regálenle un cursito de Ética nivel bachillerato al señor.” Para él y para quienes les haya parecido que la arenga afrentó la laicidad del Estado mexicano, algunas notas…

 

El amor al prójimo es un valor y una virtud. Lev Tolstói —a quien me late que el presidente lee asiduamente— me soltaría un afectuoso coscorrón antes de decirme que en realidad no sólo es un precepto ético, sino la única religión verdadera: “La verdadera religión no consiste en saber qué días se ha de guardar el ayuno, ni qué días se ha de ir a la iglesia, ni qué oraciones se deben oír y leer, sino en vivir siempre una vida de bien, de amor por todos, actuando con el prójimo como quieres que actúen contigo”.

 

El amor al prójimo es, en efecto, un dogma tanto del judaísmo (Proverbios 17:17) como del cristianismo (Marcos 12:33) y del islam —“El mejor de los hombres es el que ama a todos… sin excepción”, afirma Mahoma—. No sólo es esencial para las religiones abrahámicas, sino también para las tradiciones filosóficas y religiosas que sustentan las grandes civilizaciones. En 2005, académicos de las unisversidades de Pennsylvania y de Michigan examinaron las más importantes tradiciones filosóficas y religiosas de China, confucianismo y taoísmo, del sur de Asia, budismo e hinduismo, y de Occidente, filosofía clásica ateniense, judaísmo, cristianismo e islam (Katherine Dahlsgaard, Martin Seligman y Christopher Peterson; Shared Virtue: The Convergence of Valued Human Strengths Across Culture and HistoryReview of General Psychology). Los investigadores concluyeron que seis virtudes se repiten en los escritos de tales tradiciones: “Existe una convergencia que trasciende el tiempo, el lugar y la tradición intelectual en torno a ciertas virtudes fundamentales. A medida que una tradición se mezclaba con otra, a medida que un catálogo se infundía y luego daba paso al siguiente, las virtudes centrales particulares volvían a aparecer con una especie de tenacidad agradable… Dejando de lado las distinciones entre virtudes y valores, estos rasgos generales concuerdan con los esfuerzos relacionados dentro de la filosofía y la psicología para identificar valores ‘universales’.” Más todavía: “también aparecen en las listas contemporáneas de rasgos que predisponen a las personas a una buena vida, sea como sea que se denominen —salud mental positiva, bienestar psicológico, virtudes psicosociales, autorrealización, madurez psicosocial o felicidad auténtica—… También aparecen entre los rasgos que se consideran más deseables en una pareja romántica o en una amistad, y con las virtudes celebradas en siglos recientes por los filósofos occidentales”. Las seis virtudes son: coraje, justicia, humanismo, templanza, sabiduría y trascendencia. En la virtud “humanismo” engloban “amor y bondad, y las fortalezas interpersonales que implican atender y hacer amistad con los demás”.

 

Dos días después AMLO se refirió al tema. “El amor al prójimo es un principio que se busca aplicar desde antes del cristianismo, les podría decir que es como el acta de nacimiento del humanismo.” Enseguida recomendó el libro que estaba parafraseando, Amor líquido, del sociólogo polaco Zigmunt Bauman.

 

El amor al prójimo nos acerca, nos hace próximos: prójimo viene del latín proximus, ‘más cercano’. Incluso para odiarse se requiere proximidad. Sin los demás no hay individuo viable, por eso el amor al prójimo es el valor fundacional de la humanidad. “Todas las otras rutinas de la cohabitación humana, así como sus reglas preestablecidas o descubiertas retrospectivamente —sostiene Bauman—, son tan sólo una lista (nunca completa) de notas al pie de ese precepto”. 

viernes, 18 de septiembre de 2020

Ciudades eternas

A hundred times have I thought

New York is a catastrophe,

and fifty times: It is a beautiful catastrophe. 

Le Corbusier

 

 

Según Robert Hughes “nunca ha existido una ciudad tan ambiciosa como Roma…, aunque Nueva York le ofrece competencia” (Rome: A Cultural, Visual, and Personal History). Humilde, Truman Capote sentenció alguna vez que “Nueva York es un iceberg de diamante flotando en agua de río”. Al igual que Roma, NY simboliza la vitalidad y poderío de un imperio, el norteamericano, y al mismo tiempo el centro de gravedad de un orden mundial, el antiguo y el contemporáneo: todos los caminos llevaban a Roma y en NY se halla la sede de la Organización de las Naciones Unidas. No parece ser excesivo, pues, el trauma abrumador que provocaron los atentados del 11 de septiembre de 2001. En un ensayo publicado en The Atlantic, cuenta Ben Rhodes que “en una gran habitación sin ventanas en las entrañas de la CIA, hay un cartel que dice every day is september 12th” (The 9/11 Era Is Over). El acontecer neoyorquino marca el compás de la vida de Estados Unidos. Pasaba igual con Roma, cumbre urbanística del mundo antiguo: su acaecer se entendía engarzado al de la civilización a la que dio su nombre, por lo que sus respectivas historias también se leen aparejadas. 

 

En junio pasado, Woody Allen le concedió una entrevista a Here's the Thing, el potcast de Alec Baldwin. Hablaron de cine, sobre todo, pero en un momento dado, el actor y el cineasta neoyorkino se refirieron a los estragos causados en Estados Unidos por la pandemia del COVID-19. Woody Allen lamentó que Manhattan, corazón de Nueva York, es prácticamente un pueblo fantasma…, pero enseguida metió reversa: como sucedió después de los ataques terroristas que tumbaron las torres gemelas, la ciudad se va a recuperar y volverá a ser la de siempre… ¿La de siempre?

 

 

 

La eternidad está detrás, no delante.

Frente a nosotros no hay más que el vacío,

que llenamos a la medida del tiempo.

Max Aub, La calle de Valverde.

 

 

Si bien no existe registro arqueológico de asentamiento urbano alguno en el monte Palatino anterior al 625 a. C., la tradición clásica establece que la ciudad se fundó más de cien años antes, justo el 21 de abril del 753 a. C. Hasta hoy siguen siendo célebres Rómulo y Remo, los dos hermanos que protagonizan el origen legendario de Roma. Eran descendientes de un héroe de la Guerra de Troya, Eneas, y por tanto del mismísimo Zeus.

 

No por cobardía —se había enfrentado al propio Aquiles— sino por órdenes de su madre, la diosa Afrodita —Venus en la Eneida—, Eneas había logrado escapar cuando Troya fue asaltada por los astutos aqueos. Su padre, Anquises, era vástago del rey Capis, y Capis primogénito de Asáraco. Asárco era hijo del Tros, quien a su vez era vástago de un tal Dárdano. Y justo había sido este señor Dárdano, hijo de Zeus y Eléctra, una de las Pléyades, quien había fundado Dardania, la ciudad al pie del monte Ida que a la postre se convertiría en Troya. Se amarran así los lazos simbólicos de la Urbs por antonomasia con el dios supremo del panteón grecolatino. Y aún faltaba una carga divina…

 

Eneas y la princesa Creúsa, hija del rey Príamo y hermana de Héctor y Paris, procrearon a Ascanio, quien habría de fundar Alba Longa, en los montes Albanos de Lacio. Mucho después Alba Longa sería gobernada por un descendiente de Ascanio, Numitor. Numitor sería destronado por su hermano Amulio, quien, además, para desaparecer el linaje, asesinó a los hijos varones de su hermano y obligó a su hija, Rea Silvia, a convertirse en virgen vestal. Pero otra divinidad intervino: Marte, dios de la pasión, la virilidad y la guerra, violó a Rea Silvia, a resultas de lo cual ella daría a luz a los célebres gemelos. Amulio ordenó que los recién nacidos fueran sacrificados, arrojándolos al río Tíber. Como ocurrió con Moisés, se salvarían a bordo de una canasta. Fueron amamantados por una lupa —loba o prostituta—, Luperca, y luego criados por un pastor. Igual que Caín, Rómulo asesinaría a su hermano. Como Caín, quien edificó la primera ciudad, Enoc, Rómulo fundó Roma.

 

Más de medio milenio después, Albio Tibulo (54 a. C. – 19 a. C.), poeta latino contemporáneo de Virgilio, escribió los siguientes versos: “[Eneas] No confiaba en que Roma iba a existir, cuando, triste, desde alta mar volvía la mirada hacia Ilión [Troya] y sus dioses en llamas. Rómulo todavía no había levantado los muros de la ciudad eterna, que no debía habitar Remo… Entonces pacían la hierba del Palatino terneras y se alzaban en la ciudadela de Júpiter humildes chozas” (Elegías). Nadie le dio importancia al evidente carácter contradictorio de los versos —¿cómo puede ser eterno algo que en algún tiempo no existía?—; la frase tuvo una extraordinaria recepción. Horacio, Ovidio, Tito Livio y el propio Virgilio usarían la misma imagen, así que pronto se popularizó al grado que llegó a hacerse una tradición que ha perdurado más de dos mil años: la città eterna.

 

Es verdad que la grandeza de la ciudad que llegó a ostentarse como la Caput Mundi —capital del mundo— no fue igualada sino hasta el siglo XIX. Es verdad que la civilización romana persistió a lo largo más de diez siglos, pero colapsó. Los Gigantes y los Jets de Nueva York están iniciando temporada.

 

Lo que se nos viene encima…

Últimamente he andado inclinado a pensar que las personas que han optado por minimizar la magnitud y trascendencia que provocará en el mediano y largo plazo la pandemia de COVID-19 en realidad solamente lo hacen por miedo. Una raquítica estrategia para paliar la incertidumbre. Yo creo que serán drásticos, de gran calado. Y eso me tiene encantado: no a todos los seres humanos les ha tocado vivir coyunturas de cambio histórico; en ese sentido, somos muy afortunados. Ahora, de qué tanto alcance podrán ser los susodichos cambios. En su ambicioso y bello libro apenas publicado este año (Transcendence: How Humans Evolved through Fire, Language, Beauty, and Time), Gaia Vince, en alusión a la pandemia de peste negra, ofrece un buen caso de comparación —procedo a traducir—:

 

Sin duda fue el fin de un orden mundial. La ruptura de una red, como una epidemia o una guerra, ayuda a salir a la gente de las formas ‘seguras’ de hacer las cosas y permite que se establezcan nuevas conexiones, entre diferentes personas, ideas y tecnologías para priorizar; y nuevas formas de interactuar. La reestructuración social que siguió a la Peste Negra facilitó el surgimiento del Imperio Otomano, haciendo de la Ruta de la Seda un paso caro y peligroso para los comerciantes europeos, lo que… impulsó el descubrimiento de América.

 

A partir de la anterior referencia, imagine usted lo que se puede venir…

lunes, 14 de septiembre de 2020

Planet Earth-Data

We are an impossibility in an impossible universe.

Ray Bradbury

 

 

Matter is extremely rare. And I say this by putting it in context, in the context that it belongs to: the absolute totality of time and space. Here and everywhere, now and always, the existence of matter is, has been and will be limited and scarce. Most of the Universe´s content (68%) is made out of a repulsive gravitational force: dark energy, then there is dark matter, it constitutes 27% of everything that exists. The remaining part is made by the grand total of all of the atoms, the so-called ordinary matter represents only 5% of the Universe. If we add: WASP-17 -one of the largest planets known by mankind–, the ten thousand billion ants live in this world, Rho Cassiopeiae –a star 300 thousand times brighter than the Sun and 450 times larger-, all of the existing plants, all of the shoes and all of the garbage, the 1,400 trillion litres of water that flow on this planet, all of the gases, all of the celestial bodies, all the mass and the non-mass forms of matter -such as light and electromagnetic radiation-, you and I, all the rest of the mankind: all of that is just a tiny ration of the universe, no more than a marginality, a pure ontological trifle.

 

And even within the smallness of the material sub-universe, it is an unusual privilege not to be hydrogen or helium. Apart from these two simple elements, there's so little of everything else: almost 90% of the total matter that exists in the Universe is hydrogen, half of the remaining 10% is helium. Furthermore, the total mass of the yellow tiny star that we orbit around is almost fully made of hydrogen (73%) and helium (25%), and the Solar mass represents 99.86% of the absolute mass of the solar system.

 

Some people believe that our planet should be called `Planet Water´instead of `Planet Earth´due to the immensity of our oceans and rivers, however, for every three million molecules on the planet, only one is water–, most of the mass is formed by iron (32%), oxygen (30%), silicon (15%), magnesium (14%) and small pieces of other elements, including carbon, an essential ingredient of living organisms.

 

On Earth, the entire biota is physical insignificance. The biosphere -the area where living beings can habit - is a very thin layer that covers the globe - "some birds fly at altitudes of up to 1,800 meters and certain fish live up to 8,370 meters underwater, not to mention the extremophiles arches and bacteria that live in deep levels of the crust" People / Territory: Humans in Space, Germán Castro) -, that barely reaches a weight of 600 billion tons.

 

Although you and I are a tiny part of the universe, we are both part of the species that drastically and quickly modified the whole planet´s environment, and this was done quite recently, humankind has been around for less than 100,000 years. It´s astonishing to realize how rare we are: we are matter, living matter, conscious and creative.


In a paper published in 2016, Jan Zalasiewicz (Scale and diversity of the physical technosphere: A geological perspective) propose the concept technosphere, to refer both to the people and social structures and to the physical infrastructure and technological devices that support the flows of energy, information and materials that enable the system to function. The term considers components of global scope, including active and inactive residuals, all of these components in constant growth, transformation and reincorporation.


They include "entities as diverse as power plants, transmission lines, roads, buildings, farms, plastics, tools, aeroplanes, pens, and transistors." Certainly, the technosphere interacts with some other spheres;" for example, humans, domesticated animals and plants, now constitute a big chunk of the biosphere and at the same time belong within the technosphere." According to early estimates, scientists conclude that the technosphere reaches a mass of approximately 30 million tons.


Twenty years ago, on The digital revolution, an approximation, an article I wrote for UAA´s (Universidad Autonoma de Aguascalientes) research journal Caleidoscopio, I reflected on the reach that digital revolution might have. Generalizing, I estimated that the digital revolution is “a revolution of conscience; for the first time in the history of mankind, due to new technology, the ways of processing material, ideas and emotions, and even perceptions and sensations are radically changing ”. The alteration of our notion of time and space is consequently shaping our reality... But that was an underestimation. The digital revolution is now also having a physical impact on a planetary scale.


A few days ago, Dr Melvin M. Vopson, a physicist from the English University of Portsmouth, published an astounding paper in AIP Advances magazine: The information catastrophe, where he shares a disconcerting perspective on the physical impact of the digital revolution. One of the alarming facts is that the rhythm of information production is swift and unstoppable and every day we rush to generate even more: 90% of the current data in the world has been created in the last 10 years. "Considering the current data storage density and the number of bits produced per year ... with an annual growth rate of 50%, in about 150 years the number of bits will equal the number of atoms on Earth."


The International Data Corporation estimates that the current data growth rate is 61%, and will surely accelerate. Furthermore, COVID-19 pandemic has accelerated the process. "In approximately 130 years the energy required to maintain the creation of digital information will equal all the energy currently produced on planet Earth." Vopson, like other researchers, defends the idea that information is the fifth state of matter, cause it sets free heat when erased. According to their hypothesis the mass that a bit has. If their calculations are correct, around the year 2245, half of the Earth's mass would become a mass of digital information. Then maybe the planet Earth could use a name change.

jueves, 10 de septiembre de 2020

¡Oh, ciborg!, ogro, bicho…

Mire a su alrededor:

somos los diseñadores inteligentes de todo lo que ves.

Gaia Vince, Transcendence. 

 


“Si un pez deseara vivir en la tierra, no podría hacerlo. Pero —hipotetizan Clynes y Kline— si hubiera un pez particularmente inteligente e ingenioso, que hubiera estudiado bastante bioquímica y fisiología, fuera ingeniero cibernético, y tuviera excelentes instalaciones de laboratorio a su disposición, ese pez podría diseñar un instrumento que le permitiría vivir en tierra y respirar el aire con facilidad.”

 

Creo que sería mucho más fácil encontrar un pez súper inteligente y estudiado que uno que tuviera el más mínimo deseo de no vivir como vive. 

 

 

Hace 60 años fue publicada por vez primera la palabra cyborg. En la página 31 de edición del 22 de mayo de 1960 del NYT, un enorme anuncio de ropa y accesorios para dama de venta en el Arnold Costable de la Quinta Avenida dejaba apenas una apretada columna a una nota que quizá pasó de largo la mayoría de los lectores: SPACEMAN IS SEEN AS MAN-MACHINE; Scientists Depict the Human Astronaut as Component of a 'Cyborg' System. Se daba cuenta de un idea que unos días antes un par de científicos había propuesto en un congreso organizado por la NASA para hablar de los aspectos psicofisiológicos de los viajes espaciales: “Un cyborg es esencialmente un sistema hombre-máquina, en el que los mecanismos de control de la porción humana son modificados por drogas o dispositivos reguladores para que el ser pueda vivir en un entorno diferente al normal”.

 

Poco después, en la edición de septiembre de 1960 de la revista Astronautics, en la página 26 reapareció el vocablo: Cyborgs and Space. No era un cuento de ciencia ficción, sino de una ponencia científica. En coautoría con Nathan S. Kline —entonces profesor de psiquiatría en la Universidad de Columbia—, firmaba Manfred Edward Clynes.

 

Pertinente resulta que haya sido un mulo, un híbrido, quien acuñó la palabra cyborg. Manfred E. Clynes, quien falleció el mes de enero pasado, fue un judío polímata austriaco-australiano-norteamericano. Nació en Viena (1925) y, junto con su famila, tuvo que escapar a Australia del pogromo nazi (1938). Estudió música e ingeniería en la Universidad de Melbourne. Fue inventor, biólogo, informático —inventó la CATcomputer—, fisiólogo, neurocientífico y músico. Destacó en todas las disciplinas en las que metió su cuchara. En mayo de 1953, recibió una carta: “Le estoy realmente agradecido por el gran disfrute que me ha brindado su interpretación al piano. Combina una visión clara de la estructura interna de la obra de arte con una rara espontaneidad y frescura de concepción”. La misiva la firmaba un tal Albert Einstein. 

 

La tesis de Clynes y Kline era sencilla: “alterar las funciones corporales del hombre para satisfacer los requisitos de los entornos extraterrestres sería más lógico que proporcionarle un entorno terrenal en el espacio. Los sistemas artefacto-organismo que extenderían los controles inconscientes y autorreguladores del hombre son posibles”. Desde el primer párrafo arremetían con una noción que en 1960 a muchos debió de parecerles exorbitante y a otros tantos una herejía: la carrera espacial “invita al hombre a tomar parte activa en su propia evolución biológica”.

 

 

Cyborg no es una palabra sinantrópica —es decir, creada por todos y por nadie, por la evolución cultural—, sino una palabra domesticada, creada conscientemente por alguien con un propósito semántico determinado. Cyborg es un acrónimo; se forma con cyber, ‘cibernético’, y organism, ‘organismo’, así que es una abreviación de “organismo cibernético”. El adjetivo no es sinónimo ni de digital ni de electrónico, ni siquiera de tecnológico. Cybernetics, otra palabra domesticada, es un concepto facturado en 1948 por el matemático norteamericano Norbert Wiener. Manfred E. Clynes empleó cibernético “en el sentido definido por Wiener, como un adjetivo que denota el ‘campo completo de la teoría del control y la comunicación, ya sea en la máquina o en el animal’. A primera vista, organismo cibernético parece inapropiado porque todos los organismos son cibernéticos en el sentido de que interactúan con el mundo a través de la información”. Sin embargo, en el desarrollo de la ponencia queda claro que un cyborg es “un organismo extendido cibernéticamente, un organismo extendido mediante tecnología” (Ronald Kline, Where are the Cyborgs in Cybernetics?). Un cyborg es un ente artefacto-organismo.

 

 

Cyborg pasó al español tal cual: ciborg. La Real Academia Española —que lo escribe con tílde, como vídeo— no lo incorporó a su diccionario sino hasta 2014, y actualmente provee una definición fallida: “Ser formado por materia viva y dispositivos electrónicos”. ¿Electrónicos? El error se entiende si uno busca cibernética en el diccionario de la propia RAE… ¡No aparece!


 

Este estrambótico 2020, Gaia Vince publicó un ensayo ambicioso e inteligente: Transcendence. How humans evolved through fire, language, beauty and time (Basic Books) —es su segundo libro; en 2014 dio a conocer Adventures in the Anthropocene: A Journey to the Heart of the Planet We Made—. La escritora birtánica-australiana combina la perspectiva macrohistórica —como la de David Christian en Mapas del tiempo y la de Yuval Noah Harari en De animales a dioses— con el análisis de la evolución cultural en tanto parte de la evolución natural, como lo ha hecho Daniel Dennett. Parte del planteamiento de que en realidad “todos nosotros somos ciborgs, puesto que ninguno podría sobrevivir sin nuestros artilugios tecnológicos.” Más allá de los lentes, la ropa, los zapatos, los marcapasos, Gaia Vince se refiere al extraordinario mecanismo de adaptación de los sapiens al que llamamos cultura: “Hemos desarrollado dispositivos increíblemente diversos y complejos, pero también hemos desarrollado lenguajes, obras de arte, sociedades, genes, paisajes, alimentos, sistemas de creencias y mucho más. De hecho, hemos desarrollado todo un mundo humano, un sistema operativo social”. ¿Y por qué? Quizá porque sería tan difícil encontrar un pez inteligente especializado en cibernética que un ser humano que no deseara vivir mejor de como vive.

viernes, 4 de septiembre de 2020

Planeta Tierra-Data

 We are an impossibility in an impossible universe.

Ray Bradbury

 

Cosa tremendamente escasa es la materia. Lo digo poniéndola en su contexto, en el contexto que le corresponde: el sumo entorno, el máximo, el de la totalidad del espacio, del tiempo y sus contenidos. Ahí, aquí, allá, hoy y siempre, la presencia de la materia ha sido, es y será parva, ínfima. El componente mayoritario del Universo es una fuerza gravitacional repulsiva, la energía oscura, la cual representa el 68% de absolutamente todo lo que existe. De lo poco que queda, la gran parcialidad, el 27%, la ocupa la materia oscura, sobre la cual, por cierto, prácticamente no tenemos claridad alguna. Así que el conjunto de todos los átomos, la llamada materia ordinaria, representa apenas el 5% del Universo. WASP-17b —uno de los planetas más grandes que los astrónomos han podido observar—, los más de diez mil billones de hormigas vivas que pululan por los continentes e islas terrícolas, Rho Cassiopeiae —una estrella 300 mil veces más brillante que el Sol y con un radio 450 tantos mayor al solar—, todas las plantas y pollos y metales, los zapatos y la basura, las galaxias, los 1,400 trillones de litros de agua que circulan por este planeta, los gases, los cuerpos celestes, toda la masa y las formas no-másicas de la materia, como la luz y la radiación electromagnética, usted mismo, nosotros, ese humilde todo material no pasa de ser una marginalidad universal, pura menudencia ontológica.

 

Y ya ubicados en la pequeñez del sub-universo material, resulta un insólito privilegio no ser hidrógeno o helio. Fuera de este par de simples elementos, queda una poquedad para lo más complejo: casi el 90% de total de la materia que existe en el Universo es hidrógeno, y del resto, la mitad es helio. Sin ir más lejos, la masa de la estrella enana amarilla que orbitamos se integra casi por completo de hidrógeno (73%) y helio (25%), y en el Sol está fusionándose el 99,86% de toda la masa del sistema solar.

 

En nuestro planeta —por cierto, bien llamado Tierra y no Agua, como suelen pedir algunos, pensando en la inmensidad de los océanos pero sin considerar que, de cada tres millones de moléculas en el planeta, solamente una es de agua—, la masa total se integra de hierro (32%), oxígeno (30%), silicio (15%), magnesio (14%) y pequeñas cantidades de otros elementos, entre ellos carbono, ingrediente de toda la vida conocida.

 

En el ámbito terrícola, la biota entera es una insignificancia física. La biósfera es una delgadísima capa que cubre el globo —“algunas aves llegan a volar a altitudes de hasta 1,800 metros y ciertos peces viven hasta 8,370 metros bajo el agua, por no mencionar las arqueas extremófilas y las bacterias que habitan en niveles profundos de la corteza” (Gente/Territorio: los humanos en el espacio, Germán Castro)—, que en total alcanza una masa de menos de 600 mil millones de toneladas.

 

Con todo y nuestra nimiedad atómica, usted y yo somos parte de la especie que, en cosa de nada, en el instante más reciente —no sumamos ni 100 mil años trastocando el mundo—, ha modificado el entorno global. Somos una rareza: materia, materia viva, consciente y creadora.


 

En un trabajo publicado 2016, Jan Zalasiewicz y otros (Scale and diversity of the physical technosphere: A geological perspective) proponen el concepto tecnosfera, para referirse tanto a la gente y las estructuras sociales como a la infraestructura física y los artefactos tecnológicos que sustentan los flujos de energía, información y materiales que permiten que el funcionamiento del sistema. El término considera componentes de alcance global, tanto activos como residuales, entre los cuales se produce un continuo crecimiento, transformación y reincorporación. Incluyen “entidades tan diversas como centrales eléctricas, líneas de transmisión, carreteras y edificios, granjas, plásticos, herramientas, aviones, bolígrafos y transistores.” Claro, la tecnosfera interactúa con las otras esferas; “por ejemplo, los humanos y sus animales domésticos y plantas cultivadas, que ahora constituyen gran parte de la biosfera y a su vez están incrustadas dentro de la tecnosfera”. Según estimaciones “muy preliminares”, concluyen que la tecnosfera alcanza una masa de aproximadamente 30 millones de millones de toneladas.

 

Hace 20 años, en un texto publicado en la revista de investigación de la UAA Caleidoscopio (La revolución digital, una aproximación), me refería yo los alcances de la revolución digital. Generalizando, afirmaba —sigo pensando así— que la revolución digital es “una revolución de conciencia; por primera vez en la historia de la humanidad, desde la tecnología, se están modificando no solamente las maneras de manipular materiales y procesos, ideas y emociones, sino incluso percepciones y sensaciones”. La alteración de nuestra concepción de tiempo y espacio está cambiando, consecuentemente, nuestra realidad… Pero me quedé corto. La revolución digital también está teniendo un impacto físico a escala planetaria.

 

Hace unos días, el doctor Melvin M. Vopson, físico de la Universidad inglesa de Portsmouth, publicó en la revista AIP Advances una ponencia sorprendente, The information catastrophe, en la cual brinda una perspectiva desconcertante del alcance físico de la revolución digital. Parte del hecho es que la producción de información es imparable y cada día nos apresuramos más y más en generarla: el 90% de los datos del mundo actual se han creado durante los últimos 10 años. “Considerando la densidad de almacenamiento de datos actual, la cantidad de bits producida al año…, a una tasa de crecimiento anual del 50%, el número de bits igualará al número de átomos en la Tierra en unos 150 años”. Y la tasa de crecimiento que emplea es conservadora —la International Data Corporation estima que la tasa actual de crecimiento de datos es del 61%, y seguramente se acelerará—. Además, la pandemia de #COVID-19 ha acelerado el proceso. “En aproximadamente 130 años la energía necesaria para mantener la creación de información digital equivaldrá a toda la energía producida actualmente en el planeta Tierra”.  Vopson , como otros investigadores, defiende la idea de que la información es un quinto estado de la materia, y dado que al borrarse, desprende algo de calor, hipotetizan la masa que tiene un bit. Si sus cálculos son correctos, alrededor del año 2245 la mitad de la masa de la Tierra se convertiría en masa de información digital. El planeta entonces podría cambiar de nombre.