martes, 3 de marzo de 2009

Eufrosina y la autoestima nacional

Día de la Bandera del año 2009. El señor que despacha como presidente de la República, rodeado de cientos de militares, se apersonó en “el corazón de nuestra Patria”: el zócalo de la Ciudad de México. En medio de toda una parafernalia cívica, el comandante en jefe de las Fuerzas Armadas del país lanzó una serie de exhortos. Se dirigió a “nosotros, mexicanas y mexicanas de hoy, la generación del Bicentenario de la Independencia”, a quienes nos incitó a “hacer frente a los desafíos” que se presentan a la Nación, dos en concreto: el problema de “la inseguridad y la violencia generada por el crimen”, y la “situación financiera internacional”. Ya casi al final de su arenga, Calderón pidió: “Hagamos que la Bandera Mexicana ondee siempre gallarda y orgullosa sobre una Patria a la altura de nuestra historia”. Quizás la fórmula únicamente tenía propósitos retóricos, pero igual me asalta una duda: ¿podría acaso la Patria no estar a la altura de su propia historia?

Interpreto que la frase estar a la altura de significa algo así como ser consecuente con; si es así, ¿es posible que un país no sea consecuente en su actualidad con su devenir a través del tiempo? En términos de lógica formal, un ente necesariamente es efecto obligado de sus causas. Si el ente se llama, digamos, Eufrosina, y lleva treinta años desayunando diariamente tres guajolotas —tortas de tamal, para los legos—, comiendo comodiosmanda y cenando pambazos y quecas de chicharrón prensado, resulta un tanto cuanto gratuito que, luego de mirarse al espejo, una noche se cuestione: “¡Dios mío!, ¿pero por qué estoy tan gorda?” Igual, si un país jamás ha invertido más del 1% de su PIB en investigación científica, estar a la altura de su historia en ese ámbito significa ser dependiente en materia de ciencia y tecnología. ¿Se desprende entonces que cualquier país necesariamente está siempre a la altura de su historia? Me parece que sí. El problema es que un país, como Eufrosina, debe problematizar además de su entidad, su identidad, y ahí sí las cosas no son tan sencillas. ¿Nuestra identidad nacional está a la altura de nuestra historia? Dejando a un lado la cuestión de si realmente existe eso que llamamos historia de manera independiente de cómo nos la contamos, entonces mi respuesta es no: nuestra identidad nacional no está a la altura de nuestra historia. ¿Ejemplos? Sobran: a la fecha, la mayoría de los mexicanos y mexicanas, “la generación del Bicentenario de la Independencia”, cuando nos referimos al año 1521, decimos “cuando nos conquistaron los españoles”, y claro, ningún contemporáneo estuvo ahí y la inmensa mayoría no lo expresamos en náhuatl. Otra: la mayoría de los mexicanos y mexicanas suele usar la frase "como buen mexicano" para apostillar una mala conducta. Supongamos que Eufrosina al mirarse al espejo exclamara satisfecha: “¡Sí, gordura es hermosura!”, y luego se fuera a roncar saboreando desde ya las guajolotas que al amanecer le aguardan. Entonces podríamos decir no sólo que su conciencia de sí, su identidad, resulta congruente con su proceder en el pasado, sino que también le produce orgullo, autoestima. En el caso de los países, la cuestión de la identidad tiene que ver con al menos dos conceptos: patriotismo y nacionalismo. Aunque suelen confundirse, no son lo mismo. 

David Brading (Los orígenes del nacionalismo mexicano. México, 1988) lo explica claramente: el patriotismo es “el orgullo que uno siente por su pueblo, o de la devoción que a uno le inspira su propio país”, mientras que el nacionalismo es “un tipo específico de teoría política; con frecuencia […] la expresión de una reacción frente a un desafío extranjero… Comúnmente su contenido implica la búsqueda de una autodefinición, una búsqueda […] en el pasado nacional en pos de enseñanzas e inspiración que sean guía para el presente”. Así las cosas, ¿en qué ámbito debemos ubicar el exhorto que Ejecutivo Federal nos hace? Me parece que las palabras de Calderón apelan al nacionalismo. La bronca es que, a diferencia del patriotismo que es un sentimiento que prácticamente surge espontáneamente de la cotidianeidad, el nacionalismo, en tanto teoría política que abona en favor de la unidad de un Estado Nación, debe construirse, primero, y luego legitimarse. Y claro, igual que ocurre con dos de las grandes avenidas del DF, ahora mismo, Patriotismo y Revolución corren en contrasentido.

El librito del doctor Brading, ¡menos de 150 páginas!, es una gran obra, fundamental para entender el brete en el que estamos. Bien documentado, muestra cómo el patriotismo criollo fue el origen del nacionalismo mexicano, y cómo este último después fue imbricándose a lo largo del siglo XIX con el liberalismo, para años más tarde, ser reconformado por los ideólogos del postrevolucionarios. ¿Y luego? He ahí el problema: para que los mexicanos estemos a la altura de nuestra historia habrá que reconocerse en ella y, preferentemente, sentir orgullo. Para ello, echarle ganas no es suficiente. Si Eufrosina no se gusta gorda, tendrá que cambiar de dieta.



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