jueves, 29 de octubre de 2009

Preguntas bastardas

¿Ya viste Inglorious Bastards? Si sí, sigue leyendo; si no y piensas verla y además no te gusta entrar al cine sabiendo en qué termina la película, bótame, aborta esta lectura.
Descuida, esto no es una crítica cinematográfica; para qué ponerse serio y argumentoso si siempre resulta más sencillo declarar descaradamente las querencias propias. Así que a las claras: la última creación de Quentin Jerome Tarantino (Knoxville, Tennessee; 1963) me pareció estupenda, magnífica, y podría anotar genial pero me contengo, no porque no lo crea, sino para evitar sonar muy visceral. Como ha ocurrido con las seis cintas previas de Tarantino, por los cafés, las aulas, la prensa y el ciberespacio ya cunde una legión de criticones sospechosamente vehementes. ¿Que Inglorious Bastards no es original? Enzo Castellari, director de Quel maledetto treno blindato, distribuida en Estados Unidos como The Inglorious Bastards (1978), juzga: “Es una película completamente diferente, es algo propio de Quentin, no se trata de un remake, es algo que inspiré”. ¿Qué dura mucho? Dos horas y 32 minutos, y ojalá durara más: desde el primer capítulo y hasta el gran final, minuto a minuto fílmico el espectador va siendo engarzado en una historia bien contada. ¿Qué Brad Pitt no interpreta al Lieutenant Aldo Raine, sino a una caricatura más de sí mismo? ¡Falso!, con Óscar o sin Óscar, en este film de Tarantino, Pitt se corrobora como el gran histrión que es. Con él y Mike Myers (Ed Fenech), en Inglorious Bastards se demuestra por enésima ocasión que, para que el producto cinematográfico sea uno y bueno, director mata estrella. ¿Qué Tarantino mezcla géneros a lo bestia? Cierto y acierto: el resultado es maravilloso, una película de guerra cocinada como spaghetti western, de nuevo un pulp fiction enredado con una película homenaje e intertextual, una tragicomedia que termina descubriéndose como un gran romance... Pero, alto, ya dijimos que esto no es una crítica cinematográfica.
¿De qué se trata Inglorious Bastards? Fácil: dos historias punitivas que confluyen en el asesinato de la crema y nata del aparato de poder nazi, Adolfo Hitler incluido. La primera historia trama la venganza de una joven judía, cuya familia fue masacrada en Francia por los nazis. La segunda historia tiene por protagonista a un comando guerrillero de soldados judeo-norteamericanos que, durante la II Guerra Mundial, opera dentro de los territorios de Europa ocupados por los alemanes. ¿Una película histórica? La respuesta a esta pregunta no es nada sencilla: los hechos ocurren efectivamente en un contexto histórico preciso, esto es, en lugares localizables en un mapa y entre fechas sin mayor problema ubicables en un calendario; además, buena parte de los personajes no son producto de la ficción sino que fueron personas de hueso y carne, mucha como Winston Churchill o exigua como Joseph Goebbels, y las intenciones que mueven las acciones resultan perfectamente coherentes respecto a lo que realmente pasó. Pero, ¿en verdad ocurrió que Hitler y sus principales secuaces murieron achicharrados en un pequeño cine parisino? Según toda la historiografía, desafortunadamente no... ¿Es mentira pues lo que cuenta el último film de Tarantino? Pues tampoco. So...?
Para entender la narración que propone el cineasta y escritor gringo, la clave está al merito inicio de la película, en la primera línea del guión: Once Upon A Time in Nazi-Occupied France. Es decir, una fórmula híbrida. De entrada el había una vez típico de un relato de ficción, con el que se apela a un pacto tácito con el lector: ojo, que lo que viene sucedió en un tiempo que no es ni el tuyo ni el mío, o sí, pero en cualquier caso no lo vas a encontrar en los libros de historia. Y luego, el pesado anclaje a un momento histórico preciso, fotografiado, testimoniado, historiografiado, filmado hasta el empacho: en la Francia ocupada por los nazis. ¿Qué propone entonces Quentin El Travieso Tarantino ¿Una realidad alterna? ¿La mentira en la que necesariamente deviene todo hubiera?
Inglorious Bastards obliga a la reflexión respecto a la complicadísima relación que existe entre ficción e historia, atadas indisolublemente, claro, por la narrativa. La historia (story) que cuenta Tarantino muestra espectacularmente que la ficción ofrece verdades. Como la literatura y la mitología, la historia-ficción puede perfectamente erigirse en una forma de conocimiento... Por lo demás, uno puede salir del cine dispuesto a plantearse preguntas impertinentes... ¿Y si el cura Hidalgo se hubiera aventado a tomar la Ciudad de México? ¿Y si no le hubiera dado pulmonía a don Benito? ¿Y si don Porfis le hubiera entregado pacíficamente el poder a Pachito Madero? ¿Y si la señora de Fox se hubiera agenciado la candidatura del PAN a la Presidencia de la República? ¿Y si las pejehuestes no se hubieran ido a tomar Reforma sino Los Pinos? Preguntas bastardas que, ¿a poco no?, podrían catapultar ficciones pertinentes.

1 comentario:

  1. eaa!!!, de acuerdo, las preguntas "bastardas" me sirven para darle sentido a la "realidad" que ofrece respuestas inexplicables.

    ResponderEliminar