viernes, 9 de julio de 2010

El diablo suelto en México II

¡Cabal! –imagino que Payno respondería al ofrecimiento de diseñarle genéticamente nuevos paisanos, porque si de algo muestra hartazgo a lo largo de El Fistol del Diablo es de la nuestra absoluta incapacidad para ponernos de acuerdo. ¿O exagero? Contesta el narrador:

Es de tal manera singular y extraordinario el carácter de los mexicanos que cualquier cosa que se cuente de ellos, por rara que sea, no está lejos de la verdad.

¿A quiénes se refiere Payno cuando habla de “los mexicanos”? A una abstracción que para entonces apenas se estaba gestando, mucho gracias a obras como la suya.


La primera novela de Payno es el segundo gran mosaico narrativo de México –el primero, claro, se debe a Fernández de Lizardi, El Periquillo Sarniento (1816)–, y en ella el propósito de captar la dichosa mexicaneidad es evidente: los personajes no solamente desfilan encarnando los diversos fenotipos que Payno decanta de la realidad convulsa del México recién parido, sino que también se permiten la autodefinición:


Es menester que te convenzas de que tú y yo representamos perfectamente el carácter mexicano –le dice el capitán Manuel al joven Arturo–; somos charlatanes, versátiles, apasionados y apáticos aun en las cosas de propio interés; olvidamos con facilidad los agravios, sin perdonarlos, y no tenemos energía para llevar a cabo nuestras resoluciones.



Quien invoca


Manuel Payno nació novohispano, el 21 de junio de 1810 en la ciudad de México. Para entonces el cura Hidalgo había salido al campanario a gritar mueras a los gachupines. Cuando Manuelito era un mozuelo de 11 años, Iturbide y Guerrero pactan, abrazo mediante, la independencia de México. Muy viejo para los estándares de su generación, Payno moriría el 4 de septiembre de 1894. Vivió todos los jalones de identidad del México Independiente, para irse a morir en pleno Porfiriato. Fiel al perfil del literato mexicano decimonónico, Payno fue burócrata, militar, periodista, legislador y diplomático. Lapidario, Rafael Pérez Gay enfoca a Payno para retratarlo como “un escritor longevo, político astuto y chaquetero, liberal mañoso... y prosista atlético”.


Ignacio Manuel Altamirano –el primer cacique cultural de este país, José Luis Martínez dixit– no le regateó al autor de El fistol del diablo un destacadísimo lugar en los albores de la literatura mexicana, pero no dudó en pedir en el Congreso la pena de muerte para Payno, político veleta.



El diablo novelado


De 1845 a 1846, Payno publicó por entregas la primera versión de El fistol del diablo. Luego escribe otra novela, El hombre de la situación (1861), que jamás concluiría, y mucho después (1888-1891), poco antes de morir, su obra cumbre, Los bandidos de Río Frío.


El fistol del diablo –una obra que podríamos llamar costumbrista, de folletín y desde luego romántica– fue escrita a lo largo de casi medio siglo, en varias etapas: la primera hacia 1845, luego entre 1859 y 1860, en la que aumenta la primera y la estructura; en la tercera, 1872, hace cambios mínimos. En la cuarta y última, 1887, cambia el desenlace. En la versión definitiva, la novela termina con el relato del motín popular ocurrido en la ciudad de México el 16 de septiembre de 1847 contra el ejército invasor norteamericano.


El período que abarca El fistol del diablo va de la apoteosis de Antonio López de Santa Anna, cuando en febrero de 1844 se inaugura el teatro que llevaría su nombre, hasta la caída de la ciudad de México en manos de las tropas gringas, en septiembre de 1847. ¿Y qué ocurre a lo largo de sus muchas páginas? Carlos Monsiváis sale al quite: “El fistol del diablo es un diluvio de sucedidos calamitosos y trágicos, donde el Averno, muy bien representado, dirige el exterminio de los inocentes”. Y si bien las inocentes, porque casi todas son mujeres, son fácilmente identificables, resulta de una lectura panorámica que en realidad lo son todos, mexicanos y mexicanas. El gran orquestador, por supuesto, el diablo. El misterioso y omnipresente Rugeiro:


Vosotros creéis que soy un comerciante italiano, alemán o inglés, que vengo a cambiar a este país algodón, seda y baratijas, por oro y plata: que viajo, que me divierto, que fumo buenos puros y que me arrojo a los peligros..., que canto y bailo, que discurro sobre política y filosofía. ¿No es verdad que creéis todo esto? Pues es en lo aparente...


Vanidoso y protagónico, el mismo Maligno se encargará de darnos cuenta de quién es realmente:


... llamándome generalmente guerra civil, he recorrido desde Sonora hasta la Patagonia.


Ya en confianza, simplemente el monstruo de la anarquía.


La mirada costumbrista de Payno atrapó al México desarticulado que le tocó en desgracia, mientras que su pluma romántica le puso santo y seña al causante de la nacional desgracia: el desorden, la falta de acuerdos, los partidismos siempre por encima de toda causa común. ¿Te suena?

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