lunes, 3 de enero de 2011

Nostálgicos y posmodernos*

El espíritu posmoderno es nostálgico, de modo que Nostálgicos y posmodernos resulta prácticamente un pleonasmo. Sin embargo, no toda nostalgia es posmoderna…, para serlo debe ser desencantada.

Se dice, y me sumo, que el único acuerdo generalizado en nuestros días se reduce a que no nos gusta nuestro pasado, que en verdad nos urge dejarlo atrás, tapiado bajo toneladas de calendarios y almanaques, exiliado todo él en la memoria y al mismo tiempo en el olvido: recordar es válido cuando el testimonio es crítica y rechazo, olvidar es cuestión de vida o muerte cuando los espejos aún nos retratan las heridas… ¿Quién puede digerir su pasado si todavía lo tenemos atravesado en el gaznate?

Se dice, y me sumo, que el ingrávido presente ahora pesa, que el fugaz presente ahora no lo es tanto y más bien ha extendido sus dominios, que la velocidad de los tiempos nos llevó demasiado rápido al futuro; tanto así, que al pobre lo volvió presente, presente omnipresente, actualidad jaula de la historia. En nuestra desesperada huida del pasado en el que fuimos ingenuos, metimos el acelerador a fondo para llegar al ahora continuo, al imperio del gerundio en el que nadie atina a plantear a dónde queremos llegar, simple y sencillamente porque a cada rato estamos llegando, porque no paramos de llegar, de arribar a sitios tan inmediatos y reconocibles que resulta imposible identificar en ellos a nuestro futuro. El desencanto nos roba el futuro, la velocidad lo vuelve accesible y petrifica su supuesto encanto.

Experimentos históricos —quiero decir dados a conocer en la edición impresa del Wired de este mes—, muestran que el tiempo mínimo necesario de respuesta de una computadora es de 70 milésimas de segundo. Y desde que la fibra óptica nos cumple el caprichito de enviar mensajes prácticamente a la velocidad de la luz, en 70 milésimas de segundo una señal puede recorrer alrededor de 21 mil kilómetros. Curiosamente, la distancia más lejana posible entre dos puntos ubicados en este planeta es de poco menos de 21 mil kilómetros; es decir, la Tierra es perfecta para instaurar el reinado del presente.

Naveguemos, pues, por Internet e ingresemos a la jaula infinita de la que hablaba William Gybson, pero ¡aguas!, hay que cuidarse las espaldas porque los demonios siguen sueltos, porque el mal de ojo no puede desactivarse ni con el más potente antivirus informático, porque el idiótico Bob Dylan no entiende que las grabaciones digitales de sus éxitos no las puede superar ni él mismo, e insiste en cantar en vivo y venir a restregarle en el rostro a toda la flower generation que la utopía se marchitó y que todos nos volvimos viejos en el futuro, en este condenado futuro al que llegamos demasiado pronto, sólo para sentir nostalgia de aquel otro: el futuro que jamás tendremos lo suficientemente lejos como para anhelarlo.

Por supuesto, no puedo asegurar que los cuentos que integran Nostálgicos y posmodernos encuentren referente en lo hasta aquí dicho, de hecho lo he olvidado. Por ahora, podemos ir en paz, un efímero rito más ha terminado.


* Texto leído durante la presentación del libro de cuentos Nostálgicos y posmodernos, de Germán Castro Ibarra.

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