miércoles, 28 de diciembre de 2011

La verdad en la literatura y en la historia [2]

Una historia de la verdad histórica y de la verdad literaria

Hubo un tiempo en cual el lenguaje era una cosa en medio de todas las otras cosas en el mundo. En su Les mots et les choses, Foucault se refiere a esta época: au 16me siècle, le langage réel n'est pas un ensemble de signes indépendants, uniforme et lisse où les choses viendraient se refleter comme dans un miroir pour y énoncer une à une leur verité singulière. Il est plutôt chose opaque, mystérieuse, refermée sur elle-même; masse fragmentée et de point en point énigmatique, qui se mêle ici ou là aux signes du monde, et s'enchevêtre à elles. (...) Par conséquent il [language (F.A.)] doit être etudié lui-même comme une chose de nature.
La traducción al castellano, cortesía de Pedro Díaz de la Vega: En el siglo XVI, el lenguaje real no era un conjunto de signos independientes, uniforme y liso donde las cosas venían a reflejarse como en un espejo para enunciar una a una su verdad singular. Se trata más bien de algo opaco, misterioso, encerrado en sí mismo; una masa fragmentada y enigmática en cada una de sus particularidades, que se mezcla aquí y allá con los signos del mundo y se enmaraña con ellos. (…) Consecuentemente el [lenguaje (F.A.)] debe ser estudiado él mismo como un objeto de la naturaleza.
La cita proviene de Foucault, M., (1966), Les mots et les choses, Paris, pp. 49, 50. Una versión en pdf de la traducción al castellano editada por Siglo XXI aquí.

En otras palabras, no hay una frontera clara, ni ontológica ni epistemológica, entre el lenguaje y la realidad, ambos están entrelazados entre sí. Es por eso que, para el siglo XVI, la etimología y el comentario podrían ser las fuentes cognitivas más características, por los cuales se buscaba la verdad a través de la semejanza entre el lenguaje y la realidad; el análisis de una palabra (etimología) o el estudio de un texto (comentario) podían producir inesperadas nuevas verdades sobre la realidad. Esta es una visión interesante no sólo por su pertinencia respecto a la relación entre el lenguaje y la realidad en el siglo XVI, sino porque al parecer tiene cierta plausibilidad en la actualidad. Las investigaciones histórico-intelectuales del propio Foucault, desde su Surveiller et punir, sugieren que, por lo menos en parte, él asumía que para analizar el poder de discurso se requiere una reificación del lenguaje, y que incluso dentro de los parámetros de la filosofía analítica del lenguaje el carácter objetual del mismo se puede demostrar.
Aquí el autor marca una referencia a otro trabajo de él mismo: Ankersmit, F.R., (1983), Narrative logic. A semantic analysis of the historian's language, The Hague.

De cualquier forma, debemos ser conscientes de que desde tal perspectiva la diferencia entre la novela y la historiografía, que es tan obvia para nosotros, se torna significativamente menos marcada. Si el lenguaje es un objeto en el mundo tal como los son los objetos a los que se refiere el propio lenguaje, la categorización de objetos en el mundo ya no puede, como se hacía tradicionalmente, distinguir entre realidad y ficción, entre la historia y la novela; la brecha entre el lenguaje y la realidad ya no puede funcionar como el criterio de distinción fiable entre ambos discursos. “La vida escolar era una cuestión de aprendizaje, aprendizaje de los libros, aprendizaje de los textos, y el conocimiento se adquiría de la lectura”, en palabras de la señora Bulhof, características de este paradigma de la relación entre lenguaje y realidad; y ella pasó a apuntar que como resultado de la distinción entre la narrativa histórica y la ficción de la novela resulta ser menos natural de lo que actualmente se considera. Así pues, hasta bien avanzado el siglo XVIII, la palabra novela podría referirse a una historia real o una de ficción -y lo que no es menos sorprendente, todavía en la mitad de ese siglo, Kant no dudaba en recitar poemas durante sus clases . Obviamente, desde este episteme, la novela y la historia no podían entenderse de manera independiente una de la otra, y el carácter literario de la historiografía fue aún más intensificado por las aspiraciones literarias de los historiadores franceses y británicos del siglo XVIII. La naturaleza retórica, argumentativa y apologética con que se pronuncia la literatura histórica de Voltaire, Hume o Gibbon retrasó con éxito el desarrollo de una brecha insalvable entre la novela y la historiografía.

Todo esto cambió para bien en el curso del siglo XIX, sobre todo gracias al trabajo de Leopold von Ranke (1795-1886), con quien, como se suele decirse, “la historiografía científica” surgió por primera vez. Es ilustrativo respecto a la estrecha relación que hasta ese momento había existido entre la historia y la literatura que incluso para Ranke resultaba difícil hacer una ruptura definitiva. En un fragmento fechado al comienzo de los años treinta del XIX, Ranke explica en términos claros: “la historia se distingue de todas las otras ciencias, ya que también es un arte”. La historia es una ciencia en lo que se refiere a la recopilación, fundamentación y análisis, y es también un arte, ya que recrea y describe lo que ha encontrado y reconocido. Otras ciencias quedan satisfechas simplemente con el testimonio de lo que encuentran, en cambio la historia requiere la capacidad de recrearlo”. E incluso Ranke cita a Marco Fabio Quintiliano: historia est proxima poesis et quoddammodo carmen solutum -la historia es la más cercana a la poesía y es, por así decirlo, un poema en prosa-.

La historiografía contiene tanto el componente científico –asociado con la “investigación histórica”– como el poético –que se denota con el término “escritura histórica” [o de la historia]–. Pero visto con detenimiento, parece que Ranke no sabe cómo dar un mayor contenido a la capacidad que requiere el historiador para "recrear" el pasado (lo sorprendente en sí mismo es que prefiera el mimético “recrear” al directo “crear”). [Pero] en su explicación más detallada sobre la forma en que el historiador debe realizar su obra, Ranke no otorga ningún espacio a la dimensión poética de la historiografía; así, establece seis requerimientos: 1) amor a la verdad, 2) reproducción exacta de las fuentes, 3), apertura total con el pasado, 4) análisis en las relaciones causales, 5) imparcialidad y 6) búsqueda de un panorama general de la zona en el pasado objeto de estudio. En este resumen –al igual que en otras reflexiones de la historiografía de Ranke– lo que se pide al historiador es una rendición pasiva frente al pasado –wie es eigentlich gewesen [como lo que realmente fue]–, sin que aporte nada de sí mismo. Mirando al pasado, el historiador debe, como Ranke declaró más tarde, borrarse a sí mismo (erlöschen) con el fin de ser capaz de representar el pasado en su estado original. Y, obviamente, esto no deja espacio alguno para la dimensión estética de la escritura de la historia que él mismo había reconocido inicialmente.

Hay otra perspectiva que nos puede arrojar luz sobre la ambivalencia de Ranke. Alfred Dove, el editor de los restos literarios de Ranke, nos dice cómo Ranke llegó al estudio de la historia. Como un maestro de escuela secundaria, Ranke tenía que enseñar historia. Contrariamente a la práctica general de la época, Ranke quería hablar durante sus clases de diversos aspectos de lo que había sucedido en el mundo después de la caída de Roma. Había llegado a esto como resultado de la lectura de las novelas históricas de Scott –por lo tanto, el desarrollo de los modernos historiadores, los llamados “científicos” de la historiografía, se debe al menos en parte a la novela histórica–. Y, en efecto, como se ha señalado a menudo por muchos teóricos, en la primera mitad del siglo XIX, la conciencia histórica fue más evidente en la novela histórica que en la historiografía. Sin embargo, cuando Ranke estudió las fuentes sobre el final de siglo XV y los albores del XVI, descubrió para su asombro que lo que había sucedido en el pasado por sí mismo era mucho más interesante y emocionante que el pasado sugerido en las novelas de Scott. Así, Luis XI, como se aparece en las memorias de Philippe de Commynes, ha demostrado ser una personalidad mucho más fascinante que el Luis XI recreado en Quentin Durward de Scott. Como Ranke llegó a decir: das wusste der würdige und gelehrte Autor wohl auch selbst; aber ich konnte ihm nicht verzeihen, dass er in seine Darstellungen Züge aufgenommen hatte, die vollkommen unhistorisch waren, und sie doch so vortrug, als glaube er daran. Bei der Vergleichung überzeugte ich mich, dass das historisch Überlieferte selbst schöner und jedenfalls interessanter sei, als die romantische Fiction.
La traducción directa del alemán, con el motor de Google: El autor se enteró de la atmósfera se sienten y, probablemente, ni siquiera conocía, pero yo no lo podía perdonar, que había recibido en el curso de sus presentaciones, que fueron completamente antihistórico, y sin embargo, por lo que cantó, como él creía. En la comparación que me convence de que históricamente se ha dictado aún más hermoso y sin duda es interesante, ya que la ficción romántica.
En otras palabras –y que esto es crucial para mi argumento–, Ranke descubrió que la realidad histórica es en sí misma más poética que la ficción, que la poesía pertenecía a la estética del mundo de los hechos y no a su representación histórica. Esta inversión increíble de los dominios de la realidad y de la estética tuvo por resultado Ranke proyectara la poesía en las cosas mismas en lugar de encerrarla en el dominio de la lengua. Así, la ciencia de la historia se convirtió en representación científica, en la representación no poética de la poesía de las cosas, de la realidad. Y esto dio lugar a la aparición de una imagen completamente nueva. La contribución de la retórica argumentativa o ética del historiador, que en el siglo XVIII y de conformidad con la episteme del Renacimiento no se consideraba como una violación o como discontinuo con el pasado en sí misma, es etiquetada ahora como tal por Ranke. Pero en lugar de eliminar esta dimensión o importarla al lenguaje –lo que hubiera sido lo más natural– Ranke la exportó al pasado. El pasado en sí mismo fue poetizado ahora, para Ranke el pasado mismo se convirtió en un fenómeno estético de una belleza auténtica y sublime. Y esto, sin duda, no es característica accidental o subordinada de la concepción de la historia de Ranke. Debemos tener en cuenta, por ejemplo, en qué medida el Weltfrömmigkeit de Ranke, destacada tanto por su biógrafo Krieger, y su fe en la armonía de los eventos del mundo, estimula y expresa esta necesidad de estetizar la historia y la realidad histórica. Además, ¿no es característica la metáfora favorita de Ranke del pasado europeo como una sinfonía interpretada por el concierto de las naciones europeas? La estética o la verdadera poesía es la categoría trascendental que Ranke proyecta en un movimiento cuasi-kantiano hacia el pasado mismo para así ser capaz de entenderlo. Como resultado, Ranke puede mantener la dimensión estética de la historiografía y, al mismo tiempo, instar a la total sumisión de la historia al método científico y a la presentación “objetivista” del pasado. De esta manera, Ranke fue capaz de, por un lado, rechazar al historiador ético y filosófico, y a los de la historiografía de la Ilustración o a Hegel, mientras que, por el otro lado, ahora libremente podía proyectar de nuevo en el pasado en sí mismo conceptos estrechamente relacionados con tales dimensiones, como si su presencia fuera empíricamente demostrable. El idioma que al principio había sido la prosa del mundo en el mundo, entonces se convirtió en la prosa como lo opuesto a la poesía del mundo y del pasado.

En el siglo XIX no sólo surgió la historiografía moderna, también lo hizo la novela moderna, y este hecho no es en absoluto una coincidencia. De acuerdo con la descripción que hace Foucault del Renacimiento y del episteme clásico, la posible existencia de la novela ya estaba presente desde entonces. Para ilustrar esto, Foucault se apoya en El Quijote de Cervantes. Don Quichotte est la première des oeuvres modernes puisqu'on y voit la raison cruelle des identités et des différences se jouer à l'infini des signes et des similitudes, puisque le langage y rompt sa vieille parenté avec les choses, pour entrer dans cette souveraineté solitaire d'où il ne réapparaîtra, en son être abrupt, que devenu littéraire.
La traducción al castellano, directa del motor de Google: Don Quijote es la obra moderna en primer lugar porque ve la razón cruel de las identidades y las diferencias de jugar siempre y similitudes de los signos, ya que el lenguaje de romper su parentesco con las cosas viejas, para entrar en este soberanía solitaria de la que volverá a aparecer en su abrupta ser, que se convirtió en la literatura.
El argumento de Foucault es que en el episteme clásico por primera vez el lenguaje se hace independiente respecto a la realidad, y por ello, por primera vez también, adquirió la capacidad de crear entidades ficticias en la novela, como Don Quijote. No estoy seguro de que seguir en todo momento la línea de pensamiento de Foucault , pero es cierto que lo que se requiere para la creación de personajes novelescos es por lo menos cette pelos et Constante relación Que les marques d'elles verbales tissent mêmes à elles memes [esta relación fina y constante de las marcas denominativas se tejió a sí mismos], y que el lenguaje no ganó esta autonomía con respecto a la realidad sino hasta después de la muerte del episteme del Renacimiento. Sin embargo, la novela moderna no surgió sino hasta el siglo XIX. Esto sin duda representa un problema para el concepto de Foucault, que no voy a tratar de resolver aquí. Es como si el episteme renacentista hubiera mantenido su ascendiente en los dominios de la historia y la novela hasta el XIX, mientras que dede los siglos XVII y XVIII de el episteme clásico fue capaz de conquistar el mundo de la ciencia y de la filosofía. Hablando de la novela del siglo XIX, me gustaría llamar la atención sobre Madame Bovary de Flaubert (1856) y su fuertemente autobiográfica La educación sentimental (1869). La razón es que, en cierto sentido, el tema de ambos libros es la novela misma, y por lo tanto pueden ser considerados como expresiones de la conciencia de sí misma de la novela del siglo XIX. Como es bien sabido, ambos libros fueron críticas de los tiempos, y como tales fueron reconocidos pero también, como Swart demostró en su The sense of decadence in 19th century, y France y Pierrot en su L'imaginaire décadent, fuentes de inspiración para la convicción de finales del siglo XIX, de que se estaba viviendo en un mundo de decadencia y destrucción. Madame Bovary y Frédéric Moreau, el protagonista de La educación sentimental, fueron víctimas de la lectura de novelas románticas sobre el amor, la felicidad y el anhelo de las fantasías que inspiraban. Lo que Flaubert y sus contemporáneos, como Taine, temían, y no sin razón, era la destrucción de la integridad personal y la autenticidad. Madame Bovary y Frédéric Moreau son el prototipo de hombre moderno, en la medida en que sus ideas son prestadas, y viven las pequeñas verdades que funcionan como el pequeño cambio intelectual y social de nuestra sociedad. La sociedad ya no es un atributo del hombre, sino que el hombre se convirte en un atributo de la sociedad. La personalidad individual se ha perdido, se ha disuelto en el estado informe de la personalidad moderna en la que toda auto-definición, conciencia de la propa identidad y de la realidad han desaparecido. El hombre moderno se ha desnaturalizado, para convertirse en una función de la opinión pública, en la encarnación de alguna selección o de otro tipo universalmente accesible en el Dictionnaire des idées reçues, que Flaubert escribió al final de su vida con devoción y asco. A través de la asimilación de verdades literarias, la identidad de Madame Bovary se perdió en el anonimato y su historia nos muestra el nacimiento del hombre de masas moderno. Incluso la posibilidad de contacto directo con las propias emociones había sido coartada –la réflexion, en anticipant sur le plaisir, le vide de toute substance– un diagnóstico de lo más preciso, ya que es desesperado, y ha sido formulado también por psicólogos modernos, como Mitscherlich, con respecto al hombre contemporáneo.

Además de estos ejemplos franceses, hay otras referencias que puedan presentarse para ilustrar la presencia de la idea de la degeneración de la personalidad moderna. Así, Paul Lagarde, uno de los eruditos más sorprendentes del siglo XIX de Alemania, se lamentaba de que das Wort nicht mehr die Bezeichnung der Sache, sondern nur das Echo irgendwelches Gerede über die Sache ist [Google: la palabra ya no es el nombre de la cosa, sino sólo el eco de lo que es una charla sobre el tema]. La comunicación entre las personas [Interhuman communication] ha perdido su autenticidad y rara vez se eleva por encima del nivel de un simple intercambio de clichés. Y si hemos de creer Anton Zijderveld, tales clichés en nuestros días incluso se han convertido en el requisito mismo de la posibilidad de comunicación interhumana. De acuerdo con Zijderveld, el lenguaje para el hombre moderno tiene una función más que un significado, y es la "micro-institución" del cliché la que todavía ofrece una especie de último refugio en la movilidad continua de nuestra lengua, que es mucho más orientada hacia la función.
Cita a Zijderveld: in fact, we could view cliches as micro-institutions, while the institutions of modern society tend to grow into macrocliches, esto es: de hecho, podemos entender los clichés como micro-instituciones, mientras que las instituciones de la sociedad moderna tienden a convertirse en macro-clichés. Zijderveld, A.C., (1979), On clichés. The supersedure of meaning by function in modernity, London, p. 17 and passim.
No es gratuito que mencione aquí las opiniones de Lagarde y Zijderveld; ambos nos pueden ayudar a definir la diferencia entre el siglo XVI y la Modernidad. Porque, a primera vista, parece que la descripción de Lagarde de la lengua de la Modernidad como das Echo irgendwelches Gerede über die Sache [el eco que cualquier conversación sobre el asunto] encajaría excelente en el episteme siglo XVI. ¿No estaba la verdad encarnada allí también, en el comentario y las referencias cruzadas entre los textos? Hay, sin embargo, una diferencia fundamental. La red de la intertextualidad de las personas en el siglo XVI estaba en la realidad, la red de la lengua y de la verdad estaba, por así decirlo, inscrita en las cosas mismas. Por otro lado, los clichés y los discursos vacíos que Flaubert y Lagarde vieron como la maldición de la Modernidad, formó una nueva realidad con nuevas verdades a la que el hombre moderno podría recurrir en su sabiduría mundana. El contraste se puede aclarar si se compara Don Quijote con Madame Bovary. Y hay muchas razones para tal comparación, Don Quijote es en un sentido relevante el atecesor de Madame Bovary. Por el momento, vamos a señalar las las similitudes que saltan a primera vista: después de todo, tanto Don Quijote como Madame Bovary perdieron la cabeza por las novelas que leyeron, ambos perdieron de vista la frontera entre la novela y la realidad. Pero, una vez más, el dato real se encuentra precisamente en la diferencia. Para decirlo en términos del siglo XVI, Don Quijote, en su interpretación romántica de la realidad, leía los signos de la realidad en forma extraña, mientras que Madame Bovary añadió un nuevo y fantástico mundo novelado a la realidad existente y, hasta cierto punto, hizo del mundo de la novela una realidad al vivir de acuerdo a él. Don Quijote, visto a través de los espectáculos del episteme clásico de Cervantes, simplemente no estaba en su sano juicio: veía en los molinos de viento “un gran número de imponentes gigantes” a quienes debía matar. Don Quijote lee la prosa de la realidad en forma incorrecta, y fue desde la perspectiva del episteme clásico que por primera vez pudo confrontarse al Renacimiento consigo mismo. Por su parte, Madame Bovary no padece una forma inocua de la locura, ella no reemplaza la realidad existente por otra, sino que superpone [superimposes] una nueva realidad sobre la antigua. Ella no ve gigantes en donde hay molinos de viento, sin embargo creó para ella misma un mundo en el que las dos realidades existen, y por eso se encuentra en un estado mental mucho peor que el de Don Quijote. Don Quijote interpreta el mundo erróneamente; Madame Bovary, como todos nosotros desde el siglo XIX, era totalmente consciente de la diferencia entre la novela y la realidad, pero eso no impide que ni ella ni cualquiera de nosotros pueda vivir en la cuasi realidad de la novela como si se tratara de la realidad misma. Y no se trata de una situación inofensiva, ya que la nueva verdad y la realidad fueron la causa eficiente del suicidio de Madame Bovary, y, si hemos de creer a Flaubert, del hombre moderno mismo.

Vamos ahora a tratar de vincular las distintas líneas de pensamiento. En el curso del siglo XVI, la lengua se liberó del mundo de las cosas de la realidad a fin de retirarse dans cette Soberanía solitario [su soberanía en solitario], en palabras de Foucault. El lenguaje se convirtió en un mundo en sí mismo y la verdad una cuestión de correspondencia entre el mundo del lenguaje y el mundo de los objetos. Este divorcio de la lengua y la realidad tenía que conducir a una división de ámbitos entre la historia y la novela. Ahora, el problema –y este es el punto de mi argumento– es que esta división de ámbitos no se llevó a cabo de manera limpia, por lo que no ha sido posible entender la relación entre historia y novela dentro del nuevo modelo de relación entre la realidad y el lenguaje. La línea de demarcación entre la historia y la novela se negó obstinadamente a correr en paralelo respecto a la frontera entre la nueva realidad y el lenguaje –y es muy posible que no pueda ser de otra manera–. Ranke podía proyectar la literatura en el pasado mismo y ahí poetizar la realidad histórica, sin embargo, al mismo tiempo tenía la necesidad y la inclinación, inspirado por el nuevo estatus de la realidad y el lenguaje, de suprimir la dimensión poética del pasado tanto como le fuera posible. La novela creó por sí una realidad y una nueva verdad, sin preocuparse demasiado de su dimensión cuasi-histórica . En resumen, Ranke, y los historiadores después de él, sin darse cuenta novelaron la realidad, mientras que Madame Bovary y la novela moderna a su vez hicieron realidad la novela sin preguntarse sobre la naturaleza de esta nueva esfera de la realidad. Como resultado, el elemento estético o creativo de la historiografía, así como la verdad de la novela fueron quedando en el aire. En su Unzeitgemässe Betrachtung, Nietzsche señaló que el desequilibrio observado había destruido la posibilidad de que la conciencia histórica moderna lograra un contacto auténtico con el pasado. Flaubert, por su parte, resumió la situación de la novela en sus dos libros mencionados anteriormente. Así, para emplear la terminología de Hegel, la unglückliches Bewusstsein [¿conciencia de la mala suerte?] del lenguaje, que había sido expulsado de la realidad, dejó un legado que desbalanceó tanto a la historiografía como a la novela. Finalmente, llama la atención que, más que el historiador, el novelista es más merecedor de nuestro respeto por su devoción a la verdad y la veracidad. Para Ranke, no es el soñador quien ve la poesía incluso en donde no la hay, mientras que es un novelista, Flaubert, quien se atreve a expresar la verdad cínica y amarga sobre el hombre nuevo y moderno. Y desafortunadamente esta no fue la última vez que los historiadores iban a quedar satisfechos con puntos de vista ingenuos sobre sí mismos y su campo.

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