jueves, 27 de marzo de 2014

Herejes

Tatemados pero insaciables de sol, los huéspedes habíanse ya repartido entre toallas y camastros a reposar el desayuno, enfundados en ínfimas prendas, bajo los rayos casi cenitales. Luego de haberse embadurnado mutuamente filtros y bronceadores, la mayoría dispensaba su atención a la lectura: entre una franca mayoría de dispositivos digitales, iPads, nooks y kindles, en las manos de algunos remisos perduraban algunos libros a la vieja usanza: un mastodonte presumiblemente afroamericano leía una biografía de Mike Tyson mientras que su pareja se enfrascaba en las profundidades del Bridget Jones's Diary de Helen Fielding; además de nosotros, a quienes nos acompañaban la Madame de Flaubert y la lnés de Almudena Grandes, únicamente un libro de papel más: una mujer leía Herejes… Ella, casi sin salir de la sombra de la palapa, entre mate y mate y cigarro tras cigarro, no soltaría el ejemplar durante cinco días, hasta que lo terminó…

– Yo leí hace poco El hombre que amaba a los perros.

– Pues igual, atrapante. Yo… –sentenció como sólo los argentinos saben pronunciar la primera persona del singular– se lo recomiendo.

El autor de ambas novelas se llama Leonardo de la Caridad Padura Fuentes (La Habana, 1955). Egresado de la Universidad de La Habana, en donde estudió Literatura Hispanoamericana, dedicó buena parte de su vida al periodismo. Pluma incansable, es también ensayista, guionista y más que otra cosa narrador. Padura ha alcanzado las mieles de la fama internacional sobre todo gracias a su zaga de novelas policiacas protagonizadas por el detective cubano Mario Conde: Pasado perfecto, Vientos de cuaresma, Máscaras, Paisaje de otoño, Adiós, Hemingway; La neblina del ayer, y La cola de la serpiente. Padura ha ganado los premios más importantes de novela negra (el Café Gijón en 1995, el Dashiell Hammett en 1997, 1998 y 2006, y el Raymond Chandler en 2006). En La novela de mi vida (2002) consigue engarzar la novela policiaca con la histórica, sus afanes detectivescos con los filológicos. Poco después publica El hombre que amaba a los perros (2009), una novela en la que se adentra en las vidas del ucraniano León Trosky y de su asesino, el barcelonés Ramón Mercader del Río; la novela, traducida ya a diez idiomas, ha resultado un éxito global. En cuanto su obra más reciente, la primera edición de Herejes (Tusquets) comenzó a circular en librerías el último trimestre del año pasado.

Desde el barrio habanero de Mantilla, Leonardo Padura desarrolla en una novela de poco más de quinientas páginas una vasta disertación en torno a la herejía, en tanto vértice de todas las caras posibles de la humanidad, el libre albedrío. Así que no es casual que al inicio del libro el lector se tope con las definiciones del concepto herejía, en principio, claro, la etimológica, de la cual, en negritas, el autor resalta el sentido original del vocablo: “elegir, dividir, preferir”. El polaco judío Joseph Kaminski, mejor conocido en la Habana como Pepe Cartera, es quizá el personaje que mejor sintetiza la tesis que Padura echa al río revuelto de la historia a pelear por su supervivencia, cuando le dice a su sobrino: “Hijo mío, haz lo que tienes que hacer y no te preocupes por mí, ni por nadie. Al fin y al cabo todos somos libres por voluntad divina, incluso para no creer en esa voluntad.”

En Herejes, Padura consigue entramar varias historias en la Historia, hace que confluyan sujetos ficticios e históricos, y logra encastrar una novela policiaca en una novela histórica. Hechos que ocurren a mediados del siglo XVII en Ámsterdam, entonces la Nueva Jerusalén, y Cracovia, repercutirán en la isla de Cuba, primero en 1939 y después en los albores del siglo XXI. Personajes imaginarios como el mismísimo detective cubano Mario Conde y su runfla de amigos, concurren en el maderamen de un mismo retablo narrativo con gentes de fidedigna y testimoniada existencia. Incide en Herejes el fundador de la secta turca de los sabateos, Sabbatai Zeví (1626-1676), un rabino que a los 22 años de edad se autoproclamó el Mesías de los judíos; o bien otro rabino, Menasseh Ben Israel (1604-1657), él de origen portugués, avecindado en Ámsterdam, en donde fundó la primera imprenta hebrea de la ciudad y de donde partió rumbo a Londres para solicitar a Cromwell permiso para que los judíos pudiesen volver a Inglaterra. ¿Cómo es que se relaciona la muerte violenta de una joven emo cubana, ella sí deprimida de verdad, con los quehaceres del genial pintor holandés Rembrandt Harmenszoon van Rijn (1606-1669)? ¿Qué vicisitudes podrían hermanar en la herejía al portentoso filósofo racionalista Baruch Spinoza (1632-1677) con el más humilde de los aprendices de Rembrandt, Elías Ambrosius, un joven judío que además de tomar los pinceles se atrevió a posar para un retrato? ¿Qué pasó con el tesoro de la familia Kaminsky a mediados de 1939, durante los días durante los cuales estuvo fondeado frente a la capital cubana el S. S. Saint Louis, antes de que fuera devuelto a Europa por el gobierno isleño, sin permitir antes que desembarcaran los casi mil judíos que intentaban escapar de la amenaza nazi, amenaza que meses después se concretaría en el holocausto? La mirada vuelta hacia el pasado no esquiva la realidad actual de los cubanos, y Padura no elude la crítica: “El panorama individual de Conde resultaba tan sombrío como el colectivo del país…

Herejes es sin duda una gran novela, disfrutable y dolorosa. 

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