jueves, 7 de agosto de 2014

La mal-versión de Maliche II

Uno no es único: uno va a morir al igual que todos. Después, exactamente igual que antes, el acontecer continuará. El recuerdo de uno en los demás se irá erosionando y del individuo no quedará nada. En algunos casos más, en otros menos, el olvido batallará durante algún tiempo contra los rastros, los vestigios, las estelas que cada quien haya dejado a lo largo de su vida, propositivamente o no. Los hijos, los árboles, los libros, las guerras que se ganaron o se perdieron, las palabras, el anecdotario… Los hechos, las obras y las concatenaciones con los otros suelen ser los referentes… De cualquier forma, la llamada trascendencia, mientras dura, va desdibujando a las personas de carne y hueso para montarse cada vez más en una abstracción: el personaje que va surgiendo en su lugar. 

La joven indígena que fue bautizada en abril de 1519 con el nombre de Marina, y quien actuó como lengua de Cortés durante la conquista del imperio Culhúa-Mexica, murió joven, en 1530. No será sino hasta 1568 que Bernal Díaz del Castillo (c. 1496-1584) publica en su Historia verdadera de la conquista de la Nueva España los rasgos esenciales del personaje: “la construcción bernaldiana de doña Marina” —para usar la fórmula de Yvonne Montaudon— arrebata a la indígena del mundo de donde surgió, la inscribe en Occidente, conforma al personaje histórico y, al mismo tiempo, pertrecha la formación de un mito. Bernal realiza la recreación literaria de la mujer que conoció en persona y a quien evidentemente admiró, y lo hace echando mano de su acervo libresco —textos leídos o escuchados—: La Celestina de Fernando de Rojas (1499), Los cuatro libros del virtuoso caballero Amadís de Gaula (Garcí Rodríguez de Montalvo, 1508) y demás novelas de caballería, poesía medieval y, por supuesto, la Biblia. Desde su origen, Bernal confiere tales embocaduras al relato de la intérprete y mujer de Hernán Cortés:
“…desde su niñez fue gran señora de pueblos y vasallos… su padre y su madre eran señores y caciques de un pueblo que se dice Painala, y tenía otros pueblos sujetos a él, obra de ocho leguas de la villa de Guazacualco, y murió el padre quedando muy niña, y la madre se casó con otro cacique mancebo y hubieron un hijo, y según pareció, querían bien al hijo que habían habido; acordaron entre el padre y la madre de darle el cargo después de sus días, y porque en ello no hubiese estorbo, dieron de noche la niña a unos indios de Xicalango, porque no fuese vista, y echaron fama que se había muerto, y en aquella sazón murió una hija de una india esclava suya, y publicaron que era la heredera, por manera que los de Xicalango la dieron a los de Tabasco, y los de Tabasco a Cortés…”
Francisco López de Gómara (1511-1566) años antes (Conquista de México, 1552) había consignado el origen de la Malinche en un lugar muy distinto, “hacia Xalisco, un lugar llamado Viluta”, y aunque también, como Bernal, decía que la indígena era esclava, no cuenta la historia de la malvada madre cacique que se deshace de la niña, sino que refiere que “la habían hurtado ciertos mercaderes en tiempos de guerra y traído a vender a la feria de Xicalanco”. No pocos serán los historiadores que tomarán por buena la versión de Gómara —Herrera, Las Casas, Landa, Muñoz Camargo y Torquemada—, es decir, que la Malinche provenía de algún lugar de Jalisco —García Icazbalceta aventura que se trata de Jilotlán—, sin embargo, como argumentó Clavigero, el sentido común basta para darle la razón a Bernal Díaz del Castillo: ¿cómo, si hubiera nacido en Jalisco, habría podido hablar maya?


Con todo, quien estuvo a vistas de los hechos que recordará y narrará muchos años después, Bernal, quien más próximo está a la verdad histórica —“Y todo esto que digo se lo oí [a la propia Malitzin] muy certificadamente, y así lo juro, amén”—, no se encargará sólo de enclavar a la indígena en la historia de la conquista, es decir, de convertirla en un personaje histórico váido, sino que también será el más destacado de sus creadores literarios. ¿Una contradicción? Tanto como podría suponerse que lo real y lo maravilloso se contraponen… El cubano Alejo Carpentier  (1904-1980) sentencia:

“Vuelve el latinoamericano a lo suyo y empieza a entender muchas cosas […]. Abre la gran crónica de Bernal Díaz del Castillo y se encuentra con el único libro de caballería real y fidedigno que se haya escrito —libro de caballeriza donde los hacedores de maleficios fueron teules visibles y palpables, auténticos los animales desconocidos, contempladas las ciudades ignotas, vistos los dragones en sus ríos y las montañas insólitas en sus nieves y humos. Bernal Díaz, sin sospecharlo, había superado las hazañas de Amadís de Gaula, Belianis de Grecia y Florismarte de Hircania. Había descubierto un mundo de monarcas coronados de plumas de aves verdes, de vegetaciones que se remontaban a los orígenes de la tierra, de manjares jamás probados, de bebidas sacadas del cacto y de la palma, sin darse cuenta aún que, en ese mundo, los acontecimientos que ocupan al hombre suelen cobrar un estilo propio en cuanto a la trayectoria de un mismo acontecer”.

La Maliche es un gran personaje inaugural de realidad maravillosa llamada América, y en mucho se lo debemos a la voluntad de un soldado. 

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