domingo, 4 de enero de 2015

País de ficción

“El espíritu navideño de la gente atizó su misantropía… Aunque estuvieran sentados en un polvorín, los automovilistas de la clase media se desvivían por parecer gringos de segunda. La primera vez que vio una camioneta cornuda en el trayecto a la oficina, pensó que tal vez fuera inútil luchar por la justicia y la dignidad en un país de cretinos. Cobardes y analfabetos en materia de cultura cívica preferían fingir que no pasaba nada, negar el desastre cotidiano, aunque las balas les pasaran rosando por la nuca…” Hace un mes, editorial Alfaguara comenzó a vender el más reciente libro de Enrique Serna (Ciudad de México, 1959), La doble vida de Jesús, una novela que consigue engatusar al lector para que expulse a un remoto olvido el hecho de que está leyendo eso, una novela.

Alguna vez comentó Carlos Fuentes en una entrevista con la Radio Nacional de España: “Cuando yo publiqué una novela llamada Cristóbal Nonato (FCE, 1988) fue muy criticada en México, porque sentían que presentaba una visión excesivamente pesimista y negativa del país. Y yo les dije: ¡No, no es una profecía, es un exorcismo! Lo que pasa con la literatura fantástica latinoamericana es que al cabo de tres, cuatro o cinco años se vuelve realista. Todo se cumple”. Aquella entrevista ocurrió en 1994, y para entonces ya era innegable que como exorcista Fuentes había fracasado. Y es que, para decirlo en pocas palabras, hace veinte años el país se evidenció cabalmente desbarajustado. Para la gran mayoría de nosotros, sucedió de sopetón y tan pronto comenzó aquel año nefando, ¿recuerdan? El primero de enero, el mismo día en que la élite salinista tenía todo listo para celebrar el ingreso triunfal de México a la modernidad y la globalización, en Chiapas el movimiento neozapatista se apersonó en el proscenio para testificar a balazos y comunicados de un tal subcomandante Marcos que no, que nomás no se iba a poder acelerar la historia nacional por decreto. En marzo, Luis Donaldo Colosio, entonces candidato del PRI a la Presidencia de la República, es ultimado mientras caminaba entre cientos de personas: el asesinato fue registrado en video y se transmitió por televisión una y otra vez, miles de veces, hasta que al final el gran público ya no pudo creer ni siquiera lo que sus propios ojos miraban. En mayo, el abanderado panista tunde en el debate televisivo al gallo de las izquierdas, Cuauhtémoc Cárdenas, y al bateador emergente priísta, Ernesto Zedillo. En septiembre otro homicidio, ahora el del dirigente nacional del PRI, el acapulqueño José Francisco Ruiz Massieu. Diciembre, el error aquel… Algunos meses después, Carlos Fuentes declararía, palabras más palabras menos, que México es un país que dejaba a los novelistas sin chamba.

Daniel Sada publicó en 1999 una novela barroca y consecuentemente monumental: Porque parece mentira la verdad nunca se sabe (Tusquets). En este tabique de más de seiscientas páginas, Sada cuenta historias absolutamente verosímiles que tienen lugar en una república llamada Mágico. Atinado, Christopher Domínguez Michael se refiera al novelón de Sada como “una odisea de la inmovilidad o una desiertología del tedio, donde cuanto hay de inverosímil en la esperanza ha sido pospuesto porque ‘lo más cercano a lo real es lo que debió ser’.”

En 1985, un escritor chilango, entonces muy joven, publica El miedo a los animales —antes se había ya dado a conocer con Uno soñaba que era rey (Seix Barral, 1989) y Señorita México (Seix Barral, 1993)—. En su tercera entrega, Enrique Serna cuenta la historia de Evaristo Reyes, un defeño decidido a convertirse en escritor de novelas policiacas. Para lograrlo, el personaje opta por ingresar a la policía judicial, para así conocer de cerca el mundo que pretende narrar…  En El miedo a los animales, la ficción, la realidad se traga al personaje…

En La doble vida de Jesús la ficción embebe a la realidad: “… en México la corrupción ya estaba desmoronando el tejido social. Como el pragmatismo nulificaba las convicciones, ningún movimiento popular tenía suficiente fuerza para frenar la lenta demolición del Estado, y todos estaban padeciendo ya sus consecuencias: secuestros, extorsiones, terror, sangría del erario por la corrupción invicta, miseria creciente, caída del turismo, bancarrota en las provincias bajo el control del hampa. La impunidad absoluta conduciría tarde o temprano al caos absoluto.”

Serna consigue una narración en la que el disfraz de novela negra le queda muy bien puesto a la crítica política sin concesiones, a la denuncia de la atrocidad que padecemos, acá, fuera de sus páginas: “De ser un Estado fallido hemos pasado a ser un Estado delincuencial, gobernado a trasmano por el hampa…”, declara el protagonista, Jesús Pastrana, candidato del PAD a la Presidencia Municipal de Cuernavaca, Morelos. Entrampado entre el cinismo de gobernantes corruptos, la violencia de la plata y el plomo de los narcotraficantes, el pragmatismo sin límites de los partidos políticos, la inutilidad de la prensa sometida…, Pastrana va cerrando toda posibilidad de actuar conforme a la ley y permanecer limpio…: “la necesidad de reconstruir el Estado de derecho exigía, paradójicamente, actuar por fuera de los causes legales”.

Agregue usted la puesta en acción de un personaje bien construido, a partir de un asunto que desde hace ya algunos títulos —Ángeles del abismo (2004), Fruta verde (2006) y La sangre erguida (2010)— Enrique Serna ha explorado: la diversas posibilidades de la sexualidad masculina. ¿Un abogado militante del partido de derechas, a quien apodan el Sacristán, enamorado de un vestida de pechos operados?

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