viernes, 6 de febrero de 2015

El hilo negro

Mi dentista no es patito. Estudió los fundamentos de su oficio en la mejor universidad del país. La doctora cuenta pues con formación científica. No obstante, piensa que Darwin es un fraude; ella está segura de que la teoría de la evolución de las especies es una descomunal tomadura de pelo, y que los seres humanos somos el resultado de una intervención extraterrestre. Según esto, nosotros existimos gracias a que, hace unos 500 mil años, unos mineros intergalácticos, los anunnakis, realizaron no sé qué mescolanzas genéticas con óvulos de neandertal y semen de importación. No se trata de una creencia muy original, de hecho abundan quienes se sienten descendientes de semidioses alienígenas. La extravagancia de mi odontóloga estriba en que a ella no le apena en lo absoluto compartir con sus pacientes la anterior y otras maravillosas convicciones suyas. En su consultorio, uno puede —de hecho, no hay alternativa— escuchar con la boca abierta narraciones sobre aparecidos, la Atlántida, resurrecciones, vidas pasadas y futuros post mortem, acompañadas del punzante ronroneo de la fresa de fondo. Apuesto que no es infrecuente que sus monólogos encuentren escuchas interesados. Basta recordar que México sigue siendo guadalupano y temeroso del castigo eterno para los pecadores: de cada 10 jóvenes, 8 creen en la virgen morena, 7 en el pecado y 6 en el infierno. Según declararon a una encuesta nacional realizada por la UNAM y el IMJUVE hace un par de años, 67% cree en la existencia de los santos, 40% en espíritus y fantasmas, y casi un 30% está convencido de la efectividad de los amuletos.

Buena parte de la sociedad sigue estructurando su visión del mundo con base en el pensamiento mágico. Esto ocurre no sólo en México, sino a lo largo y ancho de la geografía toda de la civilización occidental. Una estudio realizado hace unos meses por el Pew Research Center revela que en Estados Unidos existe un abismo entre las opiniones de la comunidad científica —todos los encuestados son miembros de la American Association for the Advancement of Science— y las que perduran entre la mayoría de la sociedad. Por ejemplo, mientras que prácticamente la totalidad de los científicos (98%) considera que la especie humana es producto de un proceso evolutivo, 35% de la población adulta norteamericana sigue creyendo que la existencia del hombre se debe a algún tipo de creación, divina por ejemplo. Las diferencias no solamente persisten en el plano teórico, sino que también tienen expersiones que impactan directamente en el comportamiento social: la mayoría del gran público norteamericano (57%) piensa que consumir alimentos genéticamente modificados es peligroso, en tanto que casi 9 de cada diez científicos afirma que es seguro hacerlo; entre los científicos es mayoritaria la opinión (89%) de que es perfectamente válido el uso de animales en prácticas de investigación, en cambio poco menos de la mitad de la gente (47%) opina lo mismo; si la postura generalizada entre las personas que se dedican a la ciencia es que el cambio climático es un problema real y muy serio (77%), apenas un tercio de los estadounidenses concuerda con dicha evaluación. 

En 1890 el escocés sir James George Frazer (1854–1941) publicó por vez primera un ensayo monumental que pronto se convertiría en un clásico: The Golden Bough: A Study in Magic and Religion. El resumen de la obra —la versión completa tiene 12 tomos— puede leerse en español desde 1944 gracias a la edición del Fondo de Cultura Económica: La rama dorada. Magia y religión. Frazer conceptualiza que el hombre tiene la capacidad de desarrollar tres tipos de pensamiento, el mágico, el religioso y el científico, y si bien establece que la triada conforma los eslabones de una cadena evolutiva, también defiende la tesis de que los tres conviven: “el camino que el pensamiento ha andado… asemejando a una tela tejida con tres hilos distintos, el hilo negro de la magia, el hilo rojo de la religión y el hilo blanco de la ciencia… Si pudiéramos examinar entonces este tejido del pensamiento desde el principio, probablemente nos parecería a primera vista un escaqueado blanco y negro, hecho de retazos de nociones falsas y verdaderas, apenas teñido aún por el hilo rojo de la religión. Pero mirando más lejos, encontraríamos que el escaqueado de cuadros blancos y negros tiene en la parte media de la tela, donde la religión ha penetrado más profundamente en su trama, una mancha de rojo obscuro que va aclarando insensiblemente cada vez más a medida que el hilo blanco de la ciencia va predominando”. A partir de la metáfora anterior, Frazer se preguntaba a finales del siglo antepasado que tipo de pensamiento sería el hegemónico en el porvenir: “¿Se seguirá en el futuro cercano aquel gran movimiento que durante siglos ha estado alterando lentamente el carácter del pensamiento, o sobrevendrá una reacción que pueda detener el progreso y aun deshacer mucho de lo ya logrado?… ¿De qué color será el tejido que las Parcas están hilando en el telar incansable del tiempo? ¿Blanco o rojo? No podemos saberlo. Una luz débil y vacilante ilumina a lo lejos el principio del tejido. Nubes y tinieblas ocultan la otra extremidad”. En nuestros días es evidente la pertinencia del cuestionamiento que hace más de un siglo formuló el antropólogo escocés. Entonces no logró atisbar que de nuevo el pensamiento mágico podría teñir de negro el tejido… 

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