1:1 / Invitación abierta
Carta abierta al Maestro de El Pueblito
Entrañable amigo:
Invitarlo es ingenuo. Sé que usted ama la cotidianidad casi agreste de El Pueblito. Sé que aborrece las horas en carretera que median entre su guarida y la entrada a la megalópolis. Sé que detesta el caos urbano, las filas descomunales de vehículos y de gente, el escándalo, el humo, la vorágine de la vida chilanga. Sé que, como siempre, me dirá usted que sí, que por supuesto, que a la primera oportunidad vendrá por acá, pero sé que estará mintiendo nada más porque su amabilidad lo impele a no decirme la verdad: A menos de que hubiera un asunto en verdad ineludible, ni majareta me paro por la Ciudad de México. Pues de eso se trata, de un asunto ineludible. Es inexcusable que venga usted: tiene que venir cuanto antes a ver Una muestra imposible.
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Si no se ha enterado, lo entero: el CONACULTA, con dineros nuestros y el patrocinio del presidente de la República Italiana, ha montado en el Centro Nacional de las Artes (CENART) —Río Churubusco esquina con Tlalpan— una exposición maravillosa; se trata de una exhibición que permite apreciar en un mismo lugar alrededor de un siglo de la evolución de la plástica occidental, en la obra de tres de sus protagonistas, hoy sin duda canónicos: Leonardo da Vinci (1452-1519), Rafael Sanzio (1483-1520) y Michelangelo Merisi da Caravaggio (1571-1610). Tal y como lo está usted leyendo: Da Vinci, Rafael y Caravaggio en el DF. 57 pinturas y frescos, para mayor detalle… No necesito estar frente a usted para ver la expresión de incredulidad que por más que lo intente no podrá ocultar: ¿casi sesenta originales de los tres grandes maestros italianos aquí, en México? ¡Imposible! Cierto, y de ahí el título de la exposición, ¿recuerda? Una muestra imposible. ¿Se imagina cuánto habría que gastar en seguridad para custodiar la El Retrato de Lisa del Giocondo de Leonardo? ¿O cuánto costará un seguro para poder sacar de la Pinacoteca Nacional de Bolonia El éxtasis de Santa Cecilia de Rafael? ¿Qué inversión se requeriría para instalar la museografía adecuada para exhibir La inspiración de San Mateo de Caravaggio, un óleo de cerca de dos metros de ancho por casi tres de alto? Así que no, no son originales… Se trata de reproducciones digitales. ¿Reproducciones? ¿Y qué tan fieles? Bueno, copias de altísima calidad, facturadas a partir de fotografías analógicas de las obras auténticas, tomadas con muchísimo tiempo de exposición, y luego impresas a 1,200 por 1,200 puntos por pulgada. ¿Resultado? ¿Cómo decirlo? ¿“Copias igualitas”? O quizá “casi idénticas”. Los curadores prefieren la enunciación: “una fiel representante del original”. Un dato relevante: en todos los casos se trata de sucedáneos 1:1. Para subrayar la importancia de la escala, debo confesarle algo, querido maestro: yo jamás había caído en la cuenta —nótese el eufemismo que empleo para no tener que escribir “no sabía”— que La última cena de Leonardo, probablemente la obra de arte más reproducida de la historia, es un fresco enorme: mide 8.80 por 4.60 metros. Si dimensionar 404 mil 800 centímetros cuadrados resulta muy difícil por más que uno lea el dato en una ficha técnica, toparse con todos ellos en una sala de exposiciones, aquí en México, resulta insólito, más si se considera que el original se encuentra del otro lado del Atlántico, en Italia, en el refectorio del convento dominico de Santa María de la Gracia en Milán. Lo mismo ocurre con esa obra maestra de Rafael que a usted tanto le gusta, La escuela de Atenas, un fresco de casi ocho metros de ancho. Impone aquel formato en una imagen que uno ha visto tantas y tantas veces reproducida en libros o en la minúscula pantalla de una computadora.
Si sigue usted pensando que resulta en verdad tortuoso desplazarse a la Ciudad de México, por favor evalúe cuánto tiempo y dinero necesitaría para admirar el San Jerónimo meditando que se encuentra en el Museo de Monserrat en España y el San Jerónimo escribiendo que está en la Galería Borghese de Roma… No importa cuánto dinero y tiempo haya usted calculado, porque no hay posibilidad alguna de que los pueda contemplar simultáneamente, uno junto al otro, como puede hacerlo en el CENART. Encontrará reproducciones —casi me animo a escribir “perfectas”— que se hallan en Florencia, en el Museo del Louvre, en el Vaticano, en el Palacio Pitti de Florencia, en San Petesburgo, en la Pinacoteca Antigua de Múnich, en Washington… Allá, regados por todo el mundo, están los aquí de cada una de esas pinturas; en un tiempo que no nos ha llegado a nosotros está su hoy. El aquí y el ahora de la obra original, lo cual según Walter Benjamin confiere su existencia única. Yo al menos no extrañé ninguna de ambas circunstancias para el disfrute estético que permite la muestra imposible a la que lo estoy invitando.
El tiempo apremia: el 15 de abril termina la exposición y, como suele ocurrir, conforme se acerque el último día los remisos se irán acercando. Reserve al menos unas cuatro horas, que divididas entre 56 resulta en ¡menos de cuatro minutos y medio por pintura!
Los organizadores proclaman en la presentación del evento que se trata de “una idea de democracia cultural que tendría en Paul Valéry, Walter Benjamin y André Malraux a sus precursores”. Me parece excesivo, pero tome en cuenta que la entrada es gratuita, al igual que el estacionamiento. Eso sí que es democrático y republicano.
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