sábado, 14 de mayo de 2016

Parábola del niño que se ahoga

Noche espléndida, calistenia reconfortante y generosa en endorfinas, desayuno delicioso y nutritivo. Nuevo día, nuevas oportunidades, se dijo mientras se rociaba abundantemente la loción sobre la nuca, el cuello y el rostro. A través del ventanal de su recámara observó la nata que permanecía sobre la Ciudad de México como una monstruosa lapa flotante: la panorámica de la contingencia. No pudo reprimir el suspiro con el que la resignación y cierta desazón se manifestaron. Pablo Filipo el de Santa Fe, como quien se despoja de su rango y asume la condición de plebeyo haciéndose uno de tantos, tomó la cartera dejando sobre el buró las llaves del BMW… ¡Sea por todos!, pensó, gustándose a sí mismo por como sonaba la frase, ecologista y solidaria, y salió de su fastuoso PH. El elevador que lo conduciría hasta la PB de la lujosa torre se detuvo a medio trayecto, doce pisos debajo del suyo. La vecina que abordó dio unos obligados buenos días y continuó haciendo lo que hacía: rebuscar en las profundidades de su Hermes matte crocodile birkin… 

— ¿Las llaves del coche?

— No, no, ya sabes, el maldito celular. Voy a tener que pedir un Uber porque…

— No  sigas: estamos en igualdad de circunstancias: hoy mi auto tampoco circula…, pero, ¡bueno! –y tomó aire para soltar su frase:– ¡Sea por todos!

— ¿Qué? ¡Calla, hombre! No intentes ser políticamente correcto conmigo, que soy una arpía. ¿No te enteras?, llevamos dos días de contingencia ambiental y nada de nada. El Hoy No Circula, ni siquiera doble, no sirve.

— Vecina… ¿Arpía?

— No, no: Antonella, Antonella Cava.

— Pablo Filipo, publicista… —apretón profesional de manos–. Tanto gusto. Mira, Antonella, sacar de circulación algunos autos no elimina los contaminantes que ya están en la atmósfera, no; nada más sirve para que sean menos los que se agreguen a la cochambre voladora.

— Okey, okey, okey, lo entiendo, no estoy tan mensa. Pero, Pablo Filipo, no podrás negar que el Hoy no Circula no es una solución de fondo al problema de la contaminación —sentenció sabionda, y en eso, llegó el elevador al lobby. 

— Bueno es que, mira… ¿Hacia dónde vas?

Ambos iban a Polanco, así que, civilizadamente, acordaron compartir el Uber y la maravillosa e insólita experiencia de bajar de Santa Fe en menos de una hora… 
— Poco tráfico. Una ventaja más del Hoy No Circula.

— Quizás… Perno no es una so-lu-ción-de-fon-do al problema de la contaminación –insistió Antonella, impostando la voz como la locutora de televisión de quien la noche anterior había escuchado la crítica.

— Permíteme una parábola para tratar de explicar mi postura… –anunció, y el conductor del Uber comprendió que era momento de apagar el radio y pegar oreja—. Un chamaco de unos siete u ocho años de edad, rotundamente gordo, descalzo y en traje de baño, juega botando una pelota playera a unos centímetros de la gran alberca del hotel en el que se hospeda con su familia. Su madre ya se hartó de pedirle que se aleje de la orilla de la alberca; el bodoque no sabe nadar y además es sobradamente torpe. El licenciado Jacinto Mantuerca, padre del rollizo churumbel, ni se ha metido: tumbado en su tumbona, divide su atención, enclenque de por sí y además hoy menguada por la cruda, entre las llamadas que con su celular hace a su oficina, los retos del CandyCrush, su segunda michelada del día y el inagotable paseíllo de féminas en bikini. Pasa entonces lo que desde hacía un rato tenía que pasar: la planta del pie siniestro de Jacintito, el hijo único de Mantuerca, resbala, patina y pierde piso, por lo que entonces el infante da una machincuepa que acaba como acaba toda machincuepa que se respete, en azotón, batacazo sobre el mosaico firme, aunque anegado y por ello resbaladizo, de tal forma que como un gran témpano impasible, se deslizó lenta pero fatalmente hacia las aguas de la alberca. No hubo gritos ni exclamación alguna, suponemos porque el costalazo le sacó todo el aire al niño. Ya en el agua, la masa cárnica de chamaco dejó en un santiamén la superficie y naufragó. Mesurado adecuadamente, aquello duró una eternidad, aunque expresado en unidades objetivas de medida la cosa no pasó de minuto y medio: la madre tomaba el sol a ojos cerrados y escuchando al Sol, Luis Miguel en este caso, con los audífonos bien ajustados y el volumen a tope, mientras el padre, el licenciado ya referido, fingía escribir un mensajito en su cel mientras tomaba fotos a las vacacionistas que a su juicio mostraban las mejores curvas, de modo que ninguno de ellos se levantó a auxiliar a su vástago, sino que fue un mesero avispado quien optó por tirar la bandeja en la que portaba dos piñas coladas y un daikiri para lanzarse al agua y rescatar del fondo de la alberca al infortunado Jacintito. El escuincle entrado en carnes había tragado ya mucha agua, el vital líquido que le llaman, y perdido la conciencia, por lo que fue necesario dar paso al protocolo conocido como reanimación cardio-pulmonar, o erre ce pe, según sus siglas… En tal tarea estaba el acomedido y heróico mesero, tratando de reanimar a Jacintito, cuando un inteligente testigo de todo lo ocurrido se acercó y le dijo: “¡Pero, oiga!, lo que está usted haciendo no es una solución de fondo. Mejor enséñele a nadar al niño”.

Llegaron a Polanco, y  un ejército de fieros imecas los seguía esperando.

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