sábado, 7 de mayo de 2016

Una de gringos

Es fastuosa la capacidad que tienen los gringos para convertir todo en espectáculo. Se puede comparar a su habilidad para reducir la vida social a un asunto de negocios. Quizá su vida pública podría expresarse en dos palabras: show business, o mejor, en una sola: showbiz. Considerando lo anterior uno puede dilucidar en buena medida la fascinación que ha logrado despertar un personaje tan monstruoso como Donald Trump. ¿Pero qué ocurre tras las bambalinas, tras los mostradores? ¿Quiénes son los consumidores? Para entender verdades profundas, nada mejor que un arsenal de mentiras, la novela. Ahora que el proceso electoral encaminado a definir los candidatos presidenciales demócrata y republicano ha despertado tanto interés —por no tildar de morbosidad—, aprovecho el ansia de entender al pueblo norteamericano para recomendar la lectura de un extraordinario retablo narrativo: la Trilogía americana, de Phip Roth.

Philip Roth (2011), por Oscar Mitt -Giclée on canvas–
A lo largo de medio siglo, Philip Roth se dedicó a escribir todos los días durante varias horas: “Cada mañana durante 50 años, me enfrenté a la página siguiente sin defensas y sin preparación. Escribir para mí fue una proeza de autoconservación. Si no lo hubiera hecho, habría muerto. Así que lo hice. La obstinación, no el talento, me salvó la vida. También fue que tengo la buena suerte de que la felicidad no me importa, y que no siento compasión por mí mismo… Quizá la escritura me protegió de una peor amenaza” (Sunday Book Review, NYT; marzo 2 de 2014). El resultado fue que, entre 1959 y 2010, Roth publicó 31 libros. Empleo el pretérito porque en noviembre de 2012, en una entrevista con la revista francesa Les Inrockuptibles, el novelista estadounidense anunció que ya no sentía deseos de seguir produciendo. Desafortunadamente, no ha cambiado de resolución: después de Némesis (Mondadori, 2012), no ha publicado nada nuevo. A Alison Flood de The Guardian le contó que ahora camina, nada, ve películas y juegos de béisbol, lee y platica con amigos: “Apenas me queda tiempo para seguir preocupándome por el envejecimiento, la escritura, el sexo y la muerte. Al final del día termino fatigado”. 

Philip Roth, por Izhar shkedi
Philip Milton Roth nació en Newark, New Jersey, en 1933. Su primer libro, Goodbye, Columbus, una compilación de narraciones, data de 1959; llegó exigiendo un sitio en la litreratura contemporánea de Estados Unidos —obtuvo el National Book Award for Fiction—. Seguirían varias antologías más de cuentos y sus primeras novelas. Luego, con My Life as a Man (1974), un rompecabezas de narraciones entrecruzadas, dio vida al alter ego que lo acompañará durante muchos años, el escritor Nathan Zuckerman, quien aparecerá en nueve de sus novelas. Alguna vez Ruth trató de explicar su relación con Zuckerman, un personaje que asume los roles de protagonista y narrador. “Todo el arte es suplantación, ¿cierto? Ese es el don fundamental de la novelística. Zuckerman es un escritor que quiere ser médico haciéndose pasar por un pornógrafo. Yo soy un escritor que escribe un libro para hacerse pasar por un escritor que quiere ser médico haciéndose pasar por un pornógrafo, que luego… finge que es un crítico literario. Mi vida es crear una falsa biografía; conectar una existencia medio imaginaria con el teatro real de mi vida”.

Pastoral americana, Me casé con un comunista y La mancha humana, de 1997, 1998 y 2000, respectivamente, integran la Trilogía americana. En todas ellas Philip Ruth recurre Nathan Zuckerman, quien toma parte incidental en las historias y asume la voz de narrador. Es posible conseguirlas y leerlas por separado, o bien como un conjunto, en el mismo orden en que fueron publicadas. Hay una excelente edición del Círculo de Lectores de Galaxia Gutenberg (2011) que compila la tercia en un solo volumen de más de 1,200 páginas. 

Pastoral americana —Premio Pulitzer 1998— cuenta la historia de un judío triunfador, un hombre perfectamente adaptado al sistema, Seymour ‘El Sueco’ Levov. Super atleta, buen estudiante, chico bien portado, héroe del vecindario, luego de escalar a las delicias de la clase media alta, el personaje se desbarrancará a partir de 1968 debido a un caudal de calamidades sobre el cual va montada su propia hija —“La hija que le llevaba fuera de la ansiada pastoral americana para conducirle a cuanto era su antítesis y su enemigo, a la furia, la violencia y la desesperación…”—. La debacle obligará al Sueco a descorrer el velo de la sociedad estadounidense de la posguerra —“Había creído que casi todo era orden y que el desorden ocupaba sólo un espacio pequeño. Lo había entendido al revés”—, así como a tener que aceptar que, realmente, no conoce a ninguno de sus conciudadanos: “Penetrar en el interior del prójimo era una habilidad… que el Sueco no poseía… A quien presentaba los signos de bondad lo tomaba por bueno; a quien presentaba los de la lealtad lo tomaba por leal… Y por eso no había podido ver el interior de su hija, de su esposa… y probablemente ni siquiera había empezado a ver su propio interior. ¿Qué era él, despojado de todas las señales que emitía? La gente estaba en pie por todas partes gritando: ‘¡Éste soy yo! ¡Éste soy yo!’. Cada vez que uno les miraba, se levantaban y le decía quién era, y a decir verdad no tenían más idea que él de qué o quiénes eran. También creían en las señales que emitían. Deberían estar de pie y gritar: ‘¡Éste no soy yo! ¡Éste no soy yo!’” La apariencia de la sociedad candorosa norteamericana se puede resquebrajar muy fácilmente para dejar ver sus monstruos y a los fanáticos de sus monstruosidades.

No hay comentarios:

Publicar un comentario