Guerra y carroña
Ciudades hermanas
Mohamed Lahouaiej Bouhlel mató a 84 personas, entre ellas a muchos niños, e hirió gravemente a más de dos centenares, 52 en estado crítico. El daño lo causó un mismo día, el 14 de julio pasado, en unos cuantos minutos. Después de arrollar a una multitud en Niza, la ciudad más turística de Francia enseguida de París, el hombre fue abatido a tiros por la policía. Había asesinado deliberadamente: mientras la muchedumbre observaba los fuegos artificiales con los que se celebraba el 227 aniversario de la Toma de la Bastilla, Bouhlel enfiló un camión-frigorífico de 19 toneladas sobre el Paseo de los Ingleses, conduciendo a unos 90 kilómetros por hora y zigzagueando varias veces para impactar a la mayor cantidad de gente posible. El hecho de que llevara armas y municiones hace pensar que había planeado el ataque. Tenía 31 años y tres hijos. Víctima de violencia doméstica, su mujer tramitaba el divorcio. El multihomicida tenía un permiso francés de residencia permanente. Había nacido en M´Saken, una población de poco menos de cien mil habitantes, localizada al noreste de Túnez. M´Saken es ciudad hermana de Niza.
Guerra religiosa
En su más reciente libro —La carrera hacia ningún lugar. Diez lecciones sobre nuestra sociedad en peligro (Taurus, 2016)—, Giovanni Sartori (1924), doctor honoris causa por la UNAM, cuestiona: “¿Estamos en guerra contra el islam? ¿La que se está librando entre Occidente y el terrorismo islámico es una guerra?” El pensador florentino responde sin ambages: sí. Además, caracteriza la guerra como terrorista, global, tecnológica y religiosa. Afirma que es una guerra terrorista y global “porque no la gestionan ejércitos y porque su intención es ‘aterrorizar’ al enemigo”, y porque desde la aparición de Al Qaeda se halla diseminada por todo el orbe. Sostiene que “la novedad más novedosa, más relevante y más alarmante de todas”, es que se trata de una guerra que involucra armas no convencionales, “sino armas impropias”. La característica que seguramente resulta más discutible es la última; el argumento central es el siguiente: “la extraordinaria fuerza del terrorismo islámico deriva de estos dos elementos: se alimenta de su fanatismo religioso y está protegido por una fe religiosa. El islam es un gran mar en el cual los terroristas son los tiburones”.
¿Un tiburón yihadista?
Mohamed Lahouaiej Bouhlel ya tiene página en Wikipedia; usuarios de la www pueden saber de él en árabe, alemán, inglés, persa, francés y chino. Por ejemplo, se informa que “días antes del ataque, envió 84 mil euros a su familia en Túnez, según su hermano Jaber”. En realidad el sitio no agrega gran cosa a lo que, desde horas después del atentado en Niza, ya se sabía, de acuerdo a lo que familiares y vecinos contaron. El tunecino de nacimiento había trabajado en Francia como operador de camiones. La policía lo tenía fichado por robo, violencia intrafamiliar y agresiones en la vía pública, pero los servicios de inteligencia galos no tenían ningún informe acerca de él. Antecedentes que lo ligaran con los yihadistas: cero. Mohamed Lahouaiej Bouhlel bebía alcohol habitualmente y consumía algunas drogas, comía carne de puerco, y no visitaba las mezquitas ni oraba ni respetaba el Ramadán. Con todo, dos días después de los hechos, el Estado Islámico de Irak y el Levante —ISIS, por sus siglas en inglés— emitió un comunicado carroñero en el afirmaba que el multihomicida —un tipo que sufría ataques nerviosos y vivía medicado por depresión crónica— en realidad había sido un “soldado” de su organización y que por tanto asumían la responsabilidad del atentado.
Las torres gemelas
A finales de marzo pasado, Fernando Savater (1947), quien también fue galardonado con el doctorado honoris causa de la UNAM el mismo año que Sartori, publicó en marzo en El país un texto en el que reflexiona sobre la intrincada manera en que se engarzan la libertad y la seguridad en la civilización occidental contemporánea. Como suele hacerlo, para definir, el filósofo se expresa con diafanidad pedagógica: “La seguridad y la libertad son los dos pilares esenciales de la oferta que debe garantizar el Estado a los ciudadanos: las torres gemelas de nuestras comunidades democráticas, a la vez preocupadas por la complejidad de los conflictos sociales y por la defensa del derecho a decidir de cada persona adulta”. Y luego, en una oración, establece el nudo con que puede justipreciarse el tamaño del ultraje que significa el terrorismo: “No hay mayor pérdida de libertad que la inseguridad generalizada que nos impide vivir como queremos”.
Buitres
Hay políticos carroñeros aquí y en cualquier parte. El ex primer ministro de Francia, Alain Juppé, se apresuró a declarar: “Si todas las medidas hubiesen sido tomadas, no hubiese tenido lugar la tragedia…” Irrefutable, por supuesto: si hubiéramos hecho todo lo que tendría que haberse hecho para evitar lo que pasó, lo que pasó no hubiera pasado. Bien dice Savater: “las quejas contra los dispositivos de seguridad son de dos tipos: antes de que ocurra nada malo, se los tacha de exagerados y superfluos; cuando pasa lo terrible, se los llama ineficaces o tardíos”. Los buitres siempre llegan tarde.
122 ataques
De enero a junio de 2016, en nuestro país al menos se han cometido 10 mil 301 asesinatos —cifras oficiales difundidas por el Sistema Nacional de Seguridad Pública—. Es como si en México, durante la primera mitad del año en curso, se hubieran cometido 122 ataques terroristas como el de Niza. ¿Opinará Sartori que lo que aquí vivimos no es una guerra? A saber… De lo que estoy seguro es de que las dos torres gemelas de las democracias contemporáneas, aquí, se tambalean.
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