sábado, 13 de agosto de 2016

Nota sobre el fin del mundo

Hace unos días ocurrió un conato del fin del mundo, uno más. Pero ya ni los apocalipsis son como los de antes. La recepción mayoritaria que yo percibí no fue la que uno podría prever frente a la hecatombe inminente, el terror, el arrepentimiento… No: predominó la chacota. Al parecer también el fin del mundo está muy desacreditado. Además, el tema no permeó por todo el caserío simbólico. Soy un autoexiliado de la hermana república de Facebook, así que no sé qué tanto cundió por allá la cuestión, pero puedo informar que en Twitter, aunque el HT #FinDelMundo23DeJulio llegó a ser trending topic durante algunas horitas, no conmocionó gran cosa, y en todo momento estuvo cargado al relajo.


Con todo, el fin del mundo no es una imposibilidad. De hecho el mundo se ha acabado varias veces. Por ejemplo, varias ocasiones ha terminado definitivamente para la mayoría de los seres vivos. Al menos cinco grandes extinciones han ocurrido en nuestro planeta: 1) hace 444 millones de años, la explosión de una supernova no muy lejana de nuestro vecindario cósmico provocó que, dado un abrupto repliegue y enseguida una súbita subida de los mares, el 85% de las especies de los organismos terrícolas desaparecieran de este mundo; 2) hace 365 millones de años una descomunal flatulencia geológica —Pluma mantélica, le llaman al fenómeno— causó que el 82% de las especies se extinguiera; 3) hace 250 millones de años el planeta Tierra pudo quedar absolutamente despoblado cuando, en un abrir y cerrar de ojos, apenas un millón de años, el 96% de las especies fue deportado a la inexistencia, quizá por el impacto de un meteorito; 4) el troceado de Pangea y una cáfila de erupciones masivas ocasionaron, hace 210 millones de años, que 76% de las especies, sobre todo las marinas, fuera exterminada; 5) hace 65 millones de años, en cosa de un mes, el 75% de las especies, entre otras los dinosaurios, fueron descontinuadas de manera definitiva, seguramente por un enorme bólido que impactó en lo que hoy es la península yucateca. Desde luego, todos estos fines del mundo nos tuvieron sin cuidado, sencillamente porque aún no andábamos por acá. 

Pero el mundo también se ha terminado antes para los seres humanos. Sobran los ejemplos, algunos a tiro de piedra: aquí mismo, en la ciudad en donde hoy escribo, el mundo se acabó hace justo 495 años: “El prendimiento de Cuauhtémoc, último señor de México-Tenochtitlán, y el fin del imperio de los culúas o tenochcas o mexicas o aztecas ocurrió la tarde del martes 13 de agosto de 1521, día de San Hipólito; para los mexicas era el día ce cóatl, segundo de la veintena xocolhuetzi, del año yei calli” (Hernán Cortés, José Luis Martínez). Claro, luego de que aquel mundo se fuera a la porra, sobre sus ruinas surgió otro, qué esperaban… Ahí está la clave para entender el concepto: el fin del mundo no es el fin del universo. En el mundo no cabe todo porque el mundo es finito.

La primera acepción que ofrece la RAE del vocablo mundo nos contradice, toda vez que lo define como el “conjunto de todo lo existente”, pero enseguida apunta: “Conjunto de todos los seres humanos”, con lo cual se contradice, porque, pongamos por caso, los macacos, si bien son tan primates como nosotros, pertenecen a otra familia, la de los cercopitécidos, de tal suerte que no son parte del mundo, y sin embargo existen. Y no conviene seguir buscándole tres pies al gato en el diccionario de la RAE porque le vamos a encontrar por lo menos quince acepciones distintas a la palabra, unas bien conocidas y empleadas cotidianamente por todos —v.g., la doce: “esfera con que se representa el globo terráqueo”—, y otras revelaciones sorpresivas, al menos para muchos—v.g., la once: “en el cristianismo, uno de los tres enemigos del alma, que tienta a las personas con el placer y la riqueza”—. Más y mejores luces ofrece la exploración etimológica: la palabra mundo proviene del latín mundus, mundi, vocablo que a su vez es un calco —esto es, una adopción, por traducción, de una palabra de otro idioma— del griego κόσμος, es decir, cosmos. Claro, en español igualmente tenemos tal palabra, que llegó también a través del latín, con el significado primario de “universo” y después, aquí sí por extensión, de “espacio exterior a la Tierra”, y por supuesto sinónimo directo de “mundo”. Sin embargo, pertinente resulta recordar que en griego la palabra originalmente expresaba más bien “orden”. Cosmos es lo opuesto al caos, al desorden. El ejemplo que suele traerse a cuento lo aporta el mismísimo Homero: “No había nacido aún el terrestre que compitiese con él [se refiere a Menesteo de Atenas] en ordenar (κοσμῆσαι) caballos y guerreros, portadores de escudos” (Ilíada. Canto II, verso 555). Debemos a Heráclito de Éfeso (c. 535 a.C. – c. 484 a.C.), de acuerdo a Estébanez García, el registro del uso más antiguo de la palabra cosmos con el sentido de mundo: “este cosmos, el mismo para todos, ninguno de los dioses ni de los hombres lo ha hecho, sino que siempre existió, existe y existirá como fuego siempre vivo…”

Obviamente, el fin del mundo nos dejó plantados hace unos días, sin embargo quizá no sean tiempos para tomarse a guasa la posibilidad… Señales, abundan.

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