viernes, 30 de septiembre de 2016

La tercera edad es la vencida

Naces, mueres
Y el resto es pasar el tiempo.
James Joyce.


Tengo el propósito de seguir vivo para el 2050. Por supuesto, no hay prisa, que ya habrá tiempo para la ansiedad crónica —“la vejez y la impaciencia… siempre van de la mano”—. Total, no falta mucho, apenas 34 añitos. Si lo consigo, llegaré con 85 a cuestas, y ésos sí que ya serán muchos años, demasiados seguramente:  “… me crujen todas la junturas del cuerpo. No hay forma de parar el declive. Como mucho de vez en cuando tienes días en que te molesta menos esto o lo otro, pero lo de encontrarte bien del todo se acabó. Ya no volverá a crecerte más el pelo de pronto. Al menos no en la cabeza, aunque te salga por la nariz y las orejas. Las venas no se desatascarán. No desaparecerá ni una sola roncha y el grifo de abajo no dejará de gotear. Una carretera de sentido único que te lleva derecho al ataúd: eso es lo que es. Ya no volverás a ser joven, ni un solo día, ni una sola hora, ni un solo minuto”.

Pues sí, envejecer no tiene nada de grato, pero es la única estrategia efectiva que se conoce para no morir joven. Así que, ¡bueno!, supongamos que para entonces siga habiendo Tierra y supongamos que la libro: en 2050 seré parte de un ejército de ancianos. Expertos del Fondo de Población de Naciones Unidas estiman que, a medio siglo, 21.2% de los habitantes del mundo tendrá 60 años y más. Aquí en suelo mexicano —conjeturando también que de eso quede algo en 2050—, adultos mayores seremos poco más de uno de cada cinco (21.5%) personas. Traducción: se nos viene encima un tsunami de decrepitud y achaques, del cual, con un poco de suerte, uno mismo formará parte.

Acabo de leer una extraordinaria novela sobre la vejez. Si en esas andas o para allá enfilas, es un libro indispensable: Intentos de sacarle algo a la vida. El diario de Hendrik Groen de 83 años y cuarto. Así nada más, porque el autor es anónimo: no se sabe si quien narra es efectivamente un anciano o bien un portentoso escritor neerlandés. Los apuntes iniciales de esta obra fueron publicados por una revista literaria en línea, torpedomagazine.nl, antes de que, en junio de 2014, saliera a la venta la primera edición del libro en holandés (editorial Meulenhoff). Fue un campanazo; hasta ahora se han vendido más de 60 mil ejemplares en Países Bajos, y ya hay traducciones en todas las lenguas principales de Europa. Un bestseller internacional. En marzo de este año comenzó a circular en España la traducción a nuestro idioma (Martha Arguilé Bernal), y desde junio se puede conseguir la edición mexicana (Rocaeditorial). 

La novela se hilvana en las entradas del diario de un octogenario residente en una casa de la tercera edad. Ninguno de los hombres y mujeres que ahí van aproximándose al fin de sus días tiene que vérselas con la pobreza, tampoco con un cuadro clínico particularmente delicado —“Para celebrar que no tengo cáncer de pulmón he encendido otro purito”—… Por el contrario: avanzan sin distractor alguno hacia la muerte o, quizá peor, a la disolución paulatina de la identidad, el Alzhéimer —“pensar que lenta pero inexorablemente irás perdiendo la noción de la realidad; a diferencia de la rana que van cociendo despacio sin que se dé ni cuenta, eres penosamente consciente de tu propia degradación”—. Acompañados por sus pares, el espejo colectivo es omnipresente. Hendrik tiene la capacidad de observación, la honestidad y la inteligencia que permiten una autocrítica iluminadora: “Cuanto mayor se hace uno, más miedoso se vuelve. ¿No sería más lógico que a nuestra edad no le tuviéramos miedo a nada porque ya no tenemos nada que perder?” Se trata de una mirada penetrante y certera; hay que leerlo para que luego uno no pueda decir que no se lo advirtieron: “A diferencia de lo que cabría esperar, con el paso de los años la mezquindad aumenta mientras que la tolerancia se va haciendo más pequeña. Viejo y sabio es más una excepción que la regla”.  Duros, directos, agudos, pero casi siempre envueltos en un sentido del humor inteligente, los juicios de Hendrik Groen iluminan: “Nos queda poco tiempo, pero tenemos todo el tiempo. Deberíamos darnos prisa, pero ya no hay casi nada por lo que valga la pena apresurarse”.

Durante el año que documenta el provecto narrador —del 1º de enero al 31 de diciembre de 2013— basta y sobra para mostrar que ninguna arruga es garantía ni de sabiduría ni de estupidez, que al final de la vida los únicos atenuantes verdaderos al calvario son los mismos que en las primeras etapas y en la vida adulta, la amistad y el amor, y que nada ni nadie es suficiente para librarse de uno mismo: “A veces la soledad es mucho peor en compañía”. Cada quien sacará sus propias conclusiones y enseñanzas; por mi parte, subrayé una, que pretendo labrar en la memoria: “no quedarse solo cuesta un montón de esfuerzo, a veces infructuoso”.

El éxito de Intentos de sacarle algo a la vida ha sido tanto que la secuela ya tiene título — As Long as there is Life. The Second Secret Diary of Hendrik Groen, 85 Years— y está programado que salga a la venta en Holanda a principios de 2018. 

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