viernes, 23 de junio de 2017

El sin-trato social

Antes de examinar el acto por el cual el pueblo elige a un rey,
sería conveniente examinar el acto por el cual un pueblo es un pueblo.
Pues siendo este acto necesariamente anterior al otro,
es el verdadero fundamento de la sociedad.
Jean-Jacques Rousseau, El contrato social o los principios del derecho político.


Hace quince días me ocurrió algo que jamás me había sucedido… Más allá de lo anecdótico, creo que encierra algo, que significa algo…

4:45 pm; tarde agradable, ligeramente nublada y, por fin, sin el agobio que durante los últimos días nos ha causado a más de veinte millones de seres humanos la cauda de contingencias ambientales… Tomé una bicicleta en la estación 363 de ecobici, la que está en Holbein y Pablo Ucello. Me tocó la 5. Acomodé la chamarra y el portafolios en la canastilla. Me remangué la camisa y unos pedalazos más adelante, tomé la ciclovía que va sobre avenida Patriotismo o Circuito Interior o Circuito Bicentenario, depende el letrero que veas… Lo primero, esquivar a los transeúntes que aguardan en la esquina el cambio de luz en el semáforo y al auto que siempre está esperando que alguien salga del banco que está en la esquina… No es para menos: hace como un año mataron ahí a una señora que acababa de retirar cinco mil pesos del cajero automático… A esa hora ya están levantando todos los puestos de comida, así que hay que tener cuidado con la gente que trajina entre la banqueta y la ciclovía, lavando trastes, guardando mercancía en cajas, cargando los diablitos…, y también con los peatones que se quedan sin paso franco sobre la acera e invaden la ciclovía para poder seguir su camino… Pasé Eje 6 Sur, Tintoreto, entre los coches y camiones atascados bajo el paso a desnivel, y metros más adelante llegué al punto más peligroso del recorrido: el cruce de Patriotismo con San Antonio y Río Becerra… Pasé sin pena ni gloria, y lo que sigue es pan comido: despejado y de bajada… Ruedo hasta Calle 17, y vuelta a la derecha para entrar a la colonia… Sólo una cuadrita antes de llegar a la lateral de Río Becerra… Ahí, a la sombra del distribuidor vial que sube hacia el segundo piso de San Antonio, más vale hacer alto total. Puede ocurrir una de tres… Una: que corras con un chorro de suerte y te toque una interrupción en el chorro continuo del fluido vehicular, y entonces cruces sin problemas. Dos, lo contrario y más frecuente: que te toque un torrente colmado de automotores y sea necesario esperar y esperar ahí durante varios minutos hasta que algún piadoso se compadezca, meta freno y te ceda el paso. Y, tres: que el paso parezca franco pero venga enfilado un auto que, si acelera, seguramente te prendería a medio cruce… En este caso, que fue lo que me tocó en suerte el martes, la estrategia es mantenerte con el pie presto para dar el pedalazo de arranque y tirar la mirada al parabrisas del coche que se aproxima, con la intención de lograr contacto visual con el conductor, poner cara de buena gente y esperar con esperanza de que él o ella se detenga civilizadamente y conforme dicta el reglamento de tránsito de la Ciudad de México… Así que ahí me tienes, atento al vehículo que avanzaba hacia mí. Era auto mediano, quizá un jetta de modelo reciente, bien cuidado y limpio… Lo conducía un hombre de barba canosa, pulcra… Camisa de vestir, chaleco y corbata… Lentes de pasta. A unos cuantos metros de llegar a la confluencia logré hacer contacto visual… Él me ubica… ¿Se va a detener? Sostenemos mutuamente la mirada…, se acerca… Muy poco antes de llegar al cruce, el hombre levanta el brazo derecho, me muestra la mano abierta, la cierra y sólo deja el índice: lo mueve de un lado a otro… Con el dedo me dice que no: no, no, no… ¡Qué mezquino!, pienso… Pero no es todo, ya frente a mí, atenúa la velocidad, baja el índice y erecta el medio, obsceno, y a medio camino deja el índice y el anular: procaz me muestra la seña soez, una carnosa representación del milenario falo ofensivo… Me mira triunfante, burlón, majadero… y hasta se da el lujo de girar un poco la cabeza mientras atraviesa ufano…

¿Qué diablo fue eso? No sólo no me deja pasar, encima me insulta… ¿Por qué? ¡¿Qué gana?! Jamás me había pasado nada igual… ¿Significa algo o sencillamente me tocó un orate al volante? ¿La mujer lo maltrata, el jefe lo humilla, sus compañeros de trabajo lo ningunean, y él se trepa al coche con la determinación de cobrarse todas las afrentas a la menor oportunidad que le dé la ciudad? ¿Será? ¿O será el hartazgo, el encabronamiento, la impunidad asegurada por casi todo y para casi todos? Me quedo ahí parado observando cómo se aleja el conciudadano que, sin motivo ni ganancia aparente, desde su perspectiva me acaba de agraviar… La sorpresa deja muy atrás al enojo, que no llega, no me alcanza…, como sí lo hace, raudo, el desconsuelo…

El contrato social está tronando. A partir del ejemplo que todos los días se pone desde arriba, desde los cargos públicos, el agandalle se está generalizando como única estrategia eficaz de vida… Lo peor es que, de seguir las cosas así, no esperes un estallido social, una revuelta… una conmoción, cualquiera, que incite un cambio. No, lo que sigue es más degradación, y para tocar fondo falta mucho…, si es que hay fondo. El sin-trato social cunde. 

viernes, 16 de junio de 2017

Urbanitas nómadas

I am an exile; citizen of the country of longing.
Suketu Mehta, Maximum City: Bombay Lost and Found


Suena ridículo, pero en estricto sentido, antes que chilango, soy juarense. Ocurre que me apersoné en el mundo en la delegación Benito Juárez del hasta hace poco Distrito Federal, hoy Ciudad de México. Prácticamente toda mi infancia la pasé en otra demarcación capitalina, Iztapalapa, contigua de la Benito Juárez. Pero después comencé a migrar: además de en el DF, he vivido en cuatro ciudades de la República Mexicana, todas capitales estatales: San Luis Potosí, Guadalajara, Aguascalientes y Toluca. Por ahora estoy de vuelta: radico en la misma entidad federativa en donde nací. En esa misma condición viven poco más de ocho de cada diez personas en México. Por el contrario, de acuerdo a la Encuesta Intercensal 2015 del INEGI, 17.4% de los residentes en el país nacieron en una entidad distinta a la entidad en que residen o nacieron fuera del territorio nacional. “Las entidades con mayor porcentaje de población nacida en otra entidad o país son: Quintana Roo, con un 54.1% de sus residentes…; Baja California, con 44.1; Baja California Sur, con 39.6 y Estado de México con 33.7 por ciento. En el otro extremo, Chiapas, con 3.4%, es la entidad con el menor porcentaje de población nacida en otra entidad o país, a la que le siguen Guerrero, Oaxaca, Tabasco, Veracruz y Guanajuato” (INEGI, Principales resultados de la Encuesta Intercensal 2015 Estados Unidos Mexicanos).

El mismo instrumento estadístico permite saber que hace apenas dos años en nuestro país residía solamente un millón (1’007,063) de personas cuyo lugar de origen es otro país del mundo. La cantidad de foráneos avecindados entre nosotros parece escuálida —incluso, de ellos, cuatro de cada diez ya contaban con la nacionalidad mexicana—; en efecto, ese millón de habitantes no alcanza ni el 1% de los residentes en México (0.84%); sin embargo, ojo, la gente que vive en tal situación se ha duplicado en los últimos quince años.

México es de los países con menor participación relativa de inmigrantes. Claro, hay casos extremosos: por ejemplo, Cuba reportaba en 2015 poco menos de 13.5 mil inmigrantes viviendo en la isla, un insignificante 0.12% de su población total. Incluso los 713.5 mil extranjeros que viven en Brasil representan apenas 0.34%. Entre los países del continente americano, en el otro extremo se hallan la Guayana Francesa y Canadá, en los que el 39.5% y el 21.8% de sus respectivas poblaciones totales se compone de hombres y mujeres nacidos en otros países; en el caso canadiense, estamos hablando de 7.8 millones de personas. En todo el orbe, también con datos a 2015, en el top ten de los países con mayor participación relativa de inmigrantes en su población total se encontraban los Emiratos Árabes Unidos (88.4%), Qatar (75.51%), Kuwait (73.64%), el Principado de Liechtenstein (61.82%), Andorra (60.12%), Macao (58.28%), Mónaco (55.37%), el Reinado de Baréin (51.14%), Singapur (45.39%) y Luxemburgo (43.97%). Es decir, en ocho naciones del mundo la mayoría de sus habitantes nacieron fuera de sus fronteras. En términos absolutos, Estados Unidos sigue siendo el país con mayor cantidad de inmigrantes en todo el mundo (46.6 millones de seres humanos, 14.49% de su población total), seguido por Alemania (12 millones), Rusia (11.6 millones), Arabia Saudita (10.2 millones) y el Reino Unido (8.5%). Evidentemente, el dinero llama.

Visto el fenómeno por grandes regiones, resulta que menos de dos de cada cien personas en Centro América, Sudamérica, África y Asia son inmigrantes; en cambio, en Europa diez de cada cien personas presentan tal condición, en Norteamérica son 15 y 20 en Oceanía.

En su libro, La vida secreta de las ciudades (Pinguin Literatura Random House, febrero, 2017), Suketu Mehta afirma que “… en el último cuarto de siglo, la población emigrante del mundo se ha duplicado. Hoy, 750 millones de personas viven en un país donde no han nacido” —supongo que que se refiere a la población acumulada durante los últimos veinticinco años—. ¿Qué tanto es tanta gente? Bueno, a la fecha únicamente China e India tienen más población, y Estados Unidos, con 325 millones queda muy distante de ese monto. Y el fenómeno, señala, apenas comienza: “a medida que la guerra, las desigualdades y el cambio climático nos empujen más que nunca al extranjero, el fenómeno que definirá a la humanidad del siglo XXI será la migración masiva”. Suketu Mehta sabe de lo que escribe. Nació en 1963 en India, en el delta del Ganges, en la Ciudad de la Alegría, Kolkata o Calcuta, y desde muy pequeño migró con su familia al otro extremo del subcontinente, a Bombay o Mumbai, en la costa del mar Arábigo. Años más tarde, en 1977, se fueron a vivir al otro lado del planeta, a Nueva York. “En la búsqueda de felicidad, a veces avariciosa, a veces altruista, mi familia ha viajado por todo el mundo… ¿Cómo mantenemos cierto sentido de continuidad? Como todos los emigrantes, nos consolamos de este movimiento incesante contándonos cuentos, el recuerdo, la recopilación, como antídoto contra el desplazamiento”. Es incuestionable que Suketu Mehta así lo ha hecho: en 2004 publicó el libro Maximum City: Bombay Lost and Found (Pinguin), una recuperación textual de la ciudad. Ahora, en La vida secreta de las ciudades, la perspectiva es más amplia: pretende ofrecer un entendimiento narrativo de la vida urbana en el mundo globalizado, desde el punto de vista más apto para hacerlo, el del que no tiene mucho tiempo de haber llegado.

domingo, 11 de junio de 2017

Urban nomads

I am an exile; citizen of the country of longing.
Suketu Mehta, Maximum City: Bombay Lost and Found


I was born in “delegación” Benito Juárez, one of the 16 municipalities of Mexico City. I spent practically my whole childhood in another municipality, Iztapalapa, right next to Benito Juárez. But then I started to migrate: besides Mexico City, I have lived in four cities of the country, all of them capital cities: San Luis Potosí, Guadalajara, Aguascalientes and Toluca. Now I am back, I live in the same city where I was born. More than eight of every ten people in Mexico live under this same condition. On the contrary, according to the INEGI Intercensal Survey 2015, 17.4% of the residents of the country were born in an entity other than the entity in which they live in. “The entities with the highest percentage of population born in another entity are: Quintana Roo, with 54.1% of its residents ...; Baja California, with 44.1; Baja California Sur, with 39.6 and Estado de Mexico with 33.7 percent. At the opposite end, Chiapas, with 3.4%, is the entity with the lowest percentage of population born in another entity, followed by Guerrero, Oaxaca, Tabasco, Veracruz and Guanajuato” (INEGI, Principales resultados de la Encuesta Intercensal 2015 Estados Unidos Mexicanos).

This same statistical instrument allows us to know that only two years ago one million (1'007,063) people whose place of birth is another country in the world, lived in our country. The number of foreigners among us seems small (even of this million, four out of ten already had a Mexican nationality) and it is small, considering that one million inhabitants doesn’t even reach 1% of the residents in Mexico (0.84%); however, people living in such situation have doubled in the last fifteen years.

Mexico is one of the countries with the lowest percentage of immigrants in its population. Of course, there are cases with much lower percentage: for example, Cuba reported in 2015 just under 13.5 thousand immigrants living on the island, an insignificant 0.12% of its total population. Even the 713.5 thousand foreigners living in Brazil make up only 0.34%. On the contrary, among the countries in America, French Guiana and Canada, 39.5% and 21.8% of their respective total populations are men and women born in other countries; in the Canadian case, we are talking about 7.8 million people. Across the globe, according to 2015 data, the top ten of the countries with highest relative percentage of immigrants in their total population were: the United Arab Emirates (88.4%), Qatar (75.51%), Kuwait (73.64%), Liechtenstein (61.82%), Andorra (60.12%), Macao (58.28%), Monaco (55.37%), Barein (51.14%), Singapore (45.39%) and Luxembourg (43.97%). This means that in eight nations of the world the majority of its habitants were born outside their borders. In absolute numbers, the United States still is the country with the largest number of immigrants worldwide (46.6 million people, 14.49% of its total population), followed by Germany (12 million), Russia (11.6 million), Saudi Arabia (10.2 million) and the United Kingdom (8.5%). Obviously, money is appealing. 
Looking at the phenomenon trough larger regions, less than two out of every hundred people in Central America, South America, Africa and Asia are immigrants; in Europe ten out of a hundred people have such a condition, and in North America there are 15 and 20 in Oceania.

In his book, The Secret Life of Cities (Penguin Literature Random House, February, 2017; Spanish edition), Suketu Mehta states "... in the last quarter century, the world's emigrant population has doubled. “Today a quarter of a billion people live in a country different from the one they were born in – one out of every 28 humans. If all the migrants were a nation by themselves, they would constitute the fifth largest country in the world”. And the phenomenon, he says, has just begun: "As war, injustice and climate change push us away from our native country, the phenomenon that will define humanity of the twenty-first century will be mass migration." Suketu Mehta talks from experience. He was born in 1963 in India, in Ganges delta, in the City of Joy, Kolkata or Calcutta, and when he was very young he migrated with his family to the other end of the subcontinent, Bombay or Mumbai, at the coast of the Arabian Sea. Years later, in 1977, they moved to the other side of the planet, to New York City. "In the pursuit for happiness, sometimes greedy, sometimes altruistic, my family has traveled all over the world ... How do we maintain a certain sense of continuity? Like all emigrants, we seek consolation from this incessant movement, by telling stories and recollecting memories as an antidote to displacement”. It is unquestionable that Suketu Mehta has done so: in 2004 he published the book Maximum City: Bombay Lost and Found (Pinguin), a textual recovery of the city. Now, in The Secret Life of Cities, the perspective is broader: it seeks to provide a narrative understanding of urban life in the globalized world, from the most accurate point of view, the one of those who had just arrived.

sábado, 10 de junio de 2017

De civitate paradoxon

La ciudad es una buena idea
cuyo peor defecto es haberse convertido en realidad.
Juanma Agulles.


A altísima velocidad y en colosal cuantía, a través de la mera médula de la ciudad, de cualquier ciudad, transitan, simultáneamente, fortísimos impulsos en contrasentido: unos libertarios, otros coercitivos. ¿Accidentes, encontronazos entre ellos? Muchísimos, continuamente… Hace unos seis milenios, “una especie de gravedad social comenzó a esculpir ciudades con comunidades dispersas de agricultores” (David Christian, Mapas del tiempo, 2012). ¿Qué es lo que, desde entonces en Mesopotamia y ahora mismo en todo el mundo, atrae persistentemente esa fuerza de gravedad social? Más allá de lo evidente —masas de sapiens—, energía: las ciudades congregan e intensifican fuerzas simbólicas, económicas y técnicas. Juanma Agulles explica: “La concentración de energías humanas en la ciudad ha sido… la obra más acabada del ser humano y, a la vez, la que se ha llevado a cabo con mayor espontaneidad. Pero su crecimiento… siempre se encontró frente al problema del poder, al aumento de la necesidad de control y centralización, y a las formas de mantener los precarios equilibrios…” Los mecanismos de opresión tradicionales han sido, hacia afuera, la guerra contra los extranjeros, los bárbaros y en general los otros, y hacia el interior, la represión. Libertad y coerción, armonía cotidiana y cambio. “La ciudad exalta los afectos: tanto el amor al orden como el odio a la tiranía”. El tuétano urbano es, pues, siempre lo ha sido, paradójico.

Juan Manuel Agulles Martos (Alicante, 1977) firma como Juanma Agulles. Doctor en Sociología, ha publicado Literatura y subversión (2008); Sociología, estatismo y dominación social (2010); Los límites de la conciencia (2014), y Piloto automático. Notas sobre el sonambulismo contemporáneo (2016). El año pasado ganó el Premio Catarata de Ensayo, con La destrucción de la ciudad. El mundo urbano en la culminación de los tiempos modernos (Catarata, 2017).

En su nuevo libro, el alicantino subraya una y otra vez las paradojas que tensan el espacio urbano. Hay una a la cual presta especial atención, asociada con el rol de la técnica en la construcción/destrucción del cosmos/caos citadino. “Las habilidades técnicas se acrecientan cuando el ser humano afronta los problemas de la construcción de un entorno que garantice su supervivencia en la naturaleza, un cosmos propio que sólo se mantiene estable por los lazos que unen a sus habitantes”. ¿De qué lazos habla Agulles? De los mismos de los cuales, hace más de dos milenios, Platón hablaba en su diálogo Protágoras: la honestidad —aidós— y la justicia —diké—. Para poder vivir en grandes conglomeraciones, las mayores dificultades que debemos superar diariamente no son las que imponen el hábitat y las necesidades de supervivencia, sino las de convivencia. “El desarrollo de la técnica y la vida urbana debían estar contenidas en nociones éticas comunes…” La paradoja estriba en que, “al mismo tiempo, el incremento de las capacidades técnicas instituye nuevas formas de poder que tienden a perturbar los precarios equilibrios de ese universo artificial”.

Harto conocida es la correlación técnica/ciudad, aunque suele limitarse a los requerimientos materiales de la vida urbana: cerámica, irrigación, construcción, fundición de metales, transporte, en fin…, sin embargo, recuerda  Juanma Agulles, la técnica también ha servido para satisfacer requerimientos sociales y simbólicos: “Antes que a los objetivos económicos, la técnica en las ciudades sirvió al mantenimiento del orden social que permitía la convivencia… Fue tan grande el desarrollo de la urbanidad en el periodo que llamamos Antigüedad que sus creaciones técnicas llegaron incluso a la fabricación de autómatas: diosas que saludaban a la multitud en los desfiles…, estatuas de cuyos pechos manaba leche, pórticos de templos que se abrían mediante un mecanismo oculto, clepsidras que medían el tiempo en fracciones regulares para que los litigantes en un juicio tuviesen un reparto equitativo…” Y, ¡claro!, qué decir de las grandes pirámides, de los santuarios imponentes, de las ágoras y los teatros…, y en general de la arquitectura monumental. Incluso elementos en apariencia con propósitos tan palmariamente utilitarios como las murallas, han tenido funciones simbólicas desde las ciudades más antiguas: “El recinto amurallado no sólo cumplía una función militar, era también una forma de contención, una delimitación de los poderes que la agrupación humana era capaz de congregar, una señal de pertenencia y un símbolo de unión permanente de aquellos que habitaban aquel cosmos artificial. Era, también, una señal de libertad y autonomía respecto a todo aquello que no era la ciudad”.

Opino que la tesis central de Agulles queda expresada en la analogía técnica/fuego que propone. En los albores de la historia, que son los albores de la vida urbana, cuando una ciudad como Uruk era “un pequeño oasis de humanidad civilizada frente a la gran masa del mundo desconocido”, sitiado por los caprichos de la naturaleza y los enemigos, y en infatigable batallar por el orden interno, “un fuego ardía en medio de la oscuridad, y por primera vez la ciudad se enfrentaba a ese dilema de dominar la técnica para evitar, a un mismo tiempo, que el fuego se extinguiese y que, descontrolado, hiciese perecer a la civilización entre sus llamas”. Milenios después sabemos qué ocurrió: “nuestras ciudades contemporáneas, a partir del progreso de la industria, cuando la tecnología desbordó sus límites, se entregaron al incendio como forma de extender el universo artificial a la totalidad del mundo conocido, en una locura sin freno que nos ha llevado a la pretensión de colonizar incluso otros planetas”. Una expresión grotesca de la misma patraña lo acaba de plantear el mega-anómalo Trump, quien, al anunciar su decisión de retirar a Estados Unidos del Acuerdo de París, argumentó que no suicidarse es un mal negocio.

sábado, 3 de junio de 2017

Plan con maña

Los viejos dicen que cuando
alguien enciende un cigarrillo con una vela,
un marinero muere.

Entre los marineros, supongo,
existe la creencia de que cuando se afeitan
en dirección equivocada, un académico muere.

Y tratan de no afeitarse mal.
El punto es que pensemos el uno en el otro.

Kristín Dimitrova, Creencias.


Bien a bien, tú y yo, los pobres mortales, transitamos por la vida sin poder saber si formamos o no parte de un plan divino. La fe religiosa sirve para creer que sí, pero nunca para saber. En un velorio uno se acerca al deudo y le dice:

— Resignación, Dios sabe por qué hace las cosas.

Él siempre sabe, queremos creer, nosotros no. A ver, por ejemplo, por qué fue que me llegó a las manos un extravagante libro editado por la UAM. El hecho resulta insólito incluso en la biografía de alguien para quien los libros son objetos de consumo cotidiano. Conseguir publicaciones de la Metropolitana no es precisamente fácil —ni siquiera Amazon las vende—. Entonces, quizá fue gracias a una enredada progresión de concomitancias o tal vez fue puro azar… Y no descartaría la mano traviesa de Sabacio…, ¡quién sabe…! En el plano que uno alcanza a percibir, es decir, en el de las apariencias, el libro vino como un regalo. Una mañana mi amiga Virginia Abrin me lo trajo:

— Toma; a mí me gustó mucho. 

Un manjar exótico: Sabacio, de Kristín Dimitrova. La novela originalmente publicada hace diez años, fue traducida del búlgaro al español por Reynol Pérez Vázquez y publicada por la UAM en 2016. ¿Quién es ella y quién es el tal Sabacio?

Kristín, quien nació en Sofía en 1963, escribe narrativa y poesía, es profesora universitaria, ha sido galardonada varias veces en su país, y ha publicado nueve poemarios, dos antologías de cuento y dos novelas. En cuanto a Sabacio, el Diccionario Akal de mitología universal de Giuseppina Sechi informa que fue “un dios solar muy venerado en Frigia y después en Grecia”, lo cual es cierto, aunque se queda corto por no mencionar su origen, Tracia. “Se dice de él que es hijo de Cibeles y esposo de Cotis, diosa de la Impudicia. Sabacio llegó a ser una divinidad de la naturaleza y se le presentaba como una especie de Sileno con cuernos y pies de cabra. Por la peculiaridad de su culto, de carácter decididamente orgiástico, Sabacio se identificó con Dionisio… Desde Grecia el culto pasó a Roma, en donde los romanos lo llamaron Baco y en su honor instituyeron las fiestas sabacias”. Así pues, Sabacio y Kristín Dimitrova comparten oriundez. Porque si bien Bulgaria es hoy para nosotros Europa-del-este, y decir Europa-del-este es retrotraer el bloque soviético y, con él, el mundo eslavo, Bulgaria también es Tracia, y ahí ya estamos aquí, en el mundo grecolatino. Actualmente Bulgaria —un país con una extensión territorial un poco menor que el estado de Durango— limita al norte con Rumania, al oeste con Serbia y Macedonia, al este con el mar Negro y Turquía, y al sur con Grecia. Durante la Antigüedad, el intercambio cultural entre los tracios y los griegos fue intenso, y Sabacio pasó de Tracia, a través de Frigia, a Grecia, para integrarse a su panteón mitológico como Dionisio.

Pero no sigamos embuste de la narradora: el protagonista de la novela no es Sabacio, sino Orfeo, un joven violinista, líder del trío Los Argonautas y efímero conductor del programa de televisión Cabezas parlantes. En Sabacio, Orfeo aparece enemistado con su padre, Apolo, más que dios olímpico, un cacique cultural del antiguo régimen bulgaro… Orfeo se queja: “A mi padre todos lo entendían cuando aparecía en televisión. ‘Está claro —decían—, es Apolo y ahora va a hablarnos de la poesía y la espiritualidad’. Ahora yo les estaba presentando a los nuevos artistas y me preguntaban: ‘Y, ahora, ¿eso qué demonios es?’ En la generación anterior se sabía quién era importante y quién no lo era y muy a menudo con ello se daba por concluido el asunto. Nosotros necesitábamos ser escuchados para adquirir significado”.

La novela de Kristín Dimitrova alberga un debate en torno al deber ser del arte, a su sitio respecto al orden y al caos, a la mentira y la verdad. Orfeo sostiene: “Entre arte e idiotez todavía existe una cierta diferencia”. A lo que Sabacio, malora, responde: “Bueno, eso ya se sabe. Pero ¿cuál es exactamente la diferencia?” Apolíneo muy a su pesar, Orfeo asegura: “Muy bien, digámoslo así. Algunas cosas se fabrican sólo para obtener dinero, mientras otras tienen un sentido, se esfuerzan por decir cierta verdad… Éstas requieren trabajo y también conocimientos…” Dionisíaco, Sabacio ataja: “Y no puedes recibir dinero alguno de ellas”. Orfeo: “Quizá también puedes ganar dinero con las cosas significativas, si no las colocas en una situación tan humillante promoviendo estupideces”. Desde donde Sabacio, cínico, cierra el asunto: “¡Tú lo has dicho, Orfeo! Estoy totalmente de acuerdo. Todo lo decide la publicidad; es decir, yo. En tal caso no importa si hago la diferencia. Yo hago las diferencias”.

En otro momento, Orfeo se niega a promover en el programa televisivo que conduce determinado grupo musical: “Yo no puedo añadir cultura a algo. Puedo explicarlo. O mentirle a la gente. Sin embargo, no puedo volverlo bueno”. Pero Sabacio tiene respuesta a todo: “¡Estupedo! Entonces miénteles. Eso es algo que ellos esperan de todos modos. Las mujeres: usar maquillaje; los hombres: ir bien afeitados; que la gasolina sea inofensiva y el asesino capturado; que el protagonista no perezca y el idiota se sienta especial: ese tipo de cosas es lo que la gente quiere.¿Es eso la verdad? ¿Es eso, eh? La gente quiere felicidad. Y yo se la brindo”.

Haya o no un plan divino, el arte trama, en efecto, un orden…, quizá el único que tenemos posibilidad de conocer.