sábado, 3 de junio de 2017

Plan con maña

Los viejos dicen que cuando
alguien enciende un cigarrillo con una vela,
un marinero muere.

Entre los marineros, supongo,
existe la creencia de que cuando se afeitan
en dirección equivocada, un académico muere.

Y tratan de no afeitarse mal.
El punto es que pensemos el uno en el otro.

Kristín Dimitrova, Creencias.


Bien a bien, tú y yo, los pobres mortales, transitamos por la vida sin poder saber si formamos o no parte de un plan divino. La fe religiosa sirve para creer que sí, pero nunca para saber. En un velorio uno se acerca al deudo y le dice:

— Resignación, Dios sabe por qué hace las cosas.

Él siempre sabe, queremos creer, nosotros no. A ver, por ejemplo, por qué fue que me llegó a las manos un extravagante libro editado por la UAM. El hecho resulta insólito incluso en la biografía de alguien para quien los libros son objetos de consumo cotidiano. Conseguir publicaciones de la Metropolitana no es precisamente fácil —ni siquiera Amazon las vende—. Entonces, quizá fue gracias a una enredada progresión de concomitancias o tal vez fue puro azar… Y no descartaría la mano traviesa de Sabacio…, ¡quién sabe…! En el plano que uno alcanza a percibir, es decir, en el de las apariencias, el libro vino como un regalo. Una mañana mi amiga Virginia Abrin me lo trajo:

— Toma; a mí me gustó mucho. 

Un manjar exótico: Sabacio, de Kristín Dimitrova. La novela originalmente publicada hace diez años, fue traducida del búlgaro al español por Reynol Pérez Vázquez y publicada por la UAM en 2016. ¿Quién es ella y quién es el tal Sabacio?

Kristín, quien nació en Sofía en 1963, escribe narrativa y poesía, es profesora universitaria, ha sido galardonada varias veces en su país, y ha publicado nueve poemarios, dos antologías de cuento y dos novelas. En cuanto a Sabacio, el Diccionario Akal de mitología universal de Giuseppina Sechi informa que fue “un dios solar muy venerado en Frigia y después en Grecia”, lo cual es cierto, aunque se queda corto por no mencionar su origen, Tracia. “Se dice de él que es hijo de Cibeles y esposo de Cotis, diosa de la Impudicia. Sabacio llegó a ser una divinidad de la naturaleza y se le presentaba como una especie de Sileno con cuernos y pies de cabra. Por la peculiaridad de su culto, de carácter decididamente orgiástico, Sabacio se identificó con Dionisio… Desde Grecia el culto pasó a Roma, en donde los romanos lo llamaron Baco y en su honor instituyeron las fiestas sabacias”. Así pues, Sabacio y Kristín Dimitrova comparten oriundez. Porque si bien Bulgaria es hoy para nosotros Europa-del-este, y decir Europa-del-este es retrotraer el bloque soviético y, con él, el mundo eslavo, Bulgaria también es Tracia, y ahí ya estamos aquí, en el mundo grecolatino. Actualmente Bulgaria —un país con una extensión territorial un poco menor que el estado de Durango— limita al norte con Rumania, al oeste con Serbia y Macedonia, al este con el mar Negro y Turquía, y al sur con Grecia. Durante la Antigüedad, el intercambio cultural entre los tracios y los griegos fue intenso, y Sabacio pasó de Tracia, a través de Frigia, a Grecia, para integrarse a su panteón mitológico como Dionisio.

Pero no sigamos embuste de la narradora: el protagonista de la novela no es Sabacio, sino Orfeo, un joven violinista, líder del trío Los Argonautas y efímero conductor del programa de televisión Cabezas parlantes. En Sabacio, Orfeo aparece enemistado con su padre, Apolo, más que dios olímpico, un cacique cultural del antiguo régimen bulgaro… Orfeo se queja: “A mi padre todos lo entendían cuando aparecía en televisión. ‘Está claro —decían—, es Apolo y ahora va a hablarnos de la poesía y la espiritualidad’. Ahora yo les estaba presentando a los nuevos artistas y me preguntaban: ‘Y, ahora, ¿eso qué demonios es?’ En la generación anterior se sabía quién era importante y quién no lo era y muy a menudo con ello se daba por concluido el asunto. Nosotros necesitábamos ser escuchados para adquirir significado”.

La novela de Kristín Dimitrova alberga un debate en torno al deber ser del arte, a su sitio respecto al orden y al caos, a la mentira y la verdad. Orfeo sostiene: “Entre arte e idiotez todavía existe una cierta diferencia”. A lo que Sabacio, malora, responde: “Bueno, eso ya se sabe. Pero ¿cuál es exactamente la diferencia?” Apolíneo muy a su pesar, Orfeo asegura: “Muy bien, digámoslo así. Algunas cosas se fabrican sólo para obtener dinero, mientras otras tienen un sentido, se esfuerzan por decir cierta verdad… Éstas requieren trabajo y también conocimientos…” Dionisíaco, Sabacio ataja: “Y no puedes recibir dinero alguno de ellas”. Orfeo: “Quizá también puedes ganar dinero con las cosas significativas, si no las colocas en una situación tan humillante promoviendo estupideces”. Desde donde Sabacio, cínico, cierra el asunto: “¡Tú lo has dicho, Orfeo! Estoy totalmente de acuerdo. Todo lo decide la publicidad; es decir, yo. En tal caso no importa si hago la diferencia. Yo hago las diferencias”.

En otro momento, Orfeo se niega a promover en el programa televisivo que conduce determinado grupo musical: “Yo no puedo añadir cultura a algo. Puedo explicarlo. O mentirle a la gente. Sin embargo, no puedo volverlo bueno”. Pero Sabacio tiene respuesta a todo: “¡Estupedo! Entonces miénteles. Eso es algo que ellos esperan de todos modos. Las mujeres: usar maquillaje; los hombres: ir bien afeitados; que la gasolina sea inofensiva y el asesino capturado; que el protagonista no perezca y el idiota se sienta especial: ese tipo de cosas es lo que la gente quiere.¿Es eso la verdad? ¿Es eso, eh? La gente quiere felicidad. Y yo se la brindo”.

Haya o no un plan divino, el arte trama, en efecto, un orden…, quizá el único que tenemos posibilidad de conocer.

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