sábado, 16 de septiembre de 2017

Alerta en la cuenca

A story has no beginning or end:
arbitrarily one chooses that moment of experience
from which to look back or from which to look ahead. 
Graham Greene, The End of the Affair.



Hace tres días —jueves 7 de septiembre—, justo a las once de la noche con 49 minutos y 18 segundos, a 58 kilómetros de profundidad en un punto localizado a 133 kilómetros al suroeste de Pijijiapan, Chiapas, se desató una fuerza telúrica que de inmediato se propagó por la masa continental… Rauda, unos cuantos minutos después llegó a la Ciudad de México, en donde, gracias al sistema de alerta sísmica, muchas personas, entre atemorizadas y escépticas, casi todas empijamadas, ya la esperábamos en la calle. Quizá hubo quienes estaban dormidos y ni siquiera despertaron, seguramente no faltaron los inconscientes y valerosos que no experimentaron ningún tipo de congoja, los que siguieron en lo suyo como si nada, e incluso gente concentrada en algo muy importante o insondablemente absorta en la tele o en un libro o en un cuerpo ajeno…, a saber. Pero supongo que una buena porción de los habitantes de la Zona Metropolitana del Valle de
México (ZMVM), más de veinte millones, vivió algo más que un susto. El temblor tuvo una fuerza y una duración —8.2 grados en la escala de Richter y tres eternos minutos con prolongadísimos cuarenta segundos, respectivamente— que provocó que muchos retrotrajéramos a la avispada conciencia no sólo la memoria de lo sucedido en 1985, sino también una de las obviedades que en el día a día casi todos mantenemos en el olvido: que absolutamente todo es provisional. Mientras el edificio en el que uno vive se mece y el cielo se ilumina por la triboluminiscencia, resulta particularmente propicio reflexionar en el hecho de que la enorme megalópolis mexicana no siempre ha estado aquí, que no siempre estará aquí… 

¿Qué tan vieja es la Ciudad de México? El consenso entre arqueólogos e historiadores señala que, en efecto, México-Tenochtitlán fue fundada sobre un islote en medio del lago de Texcoco en 1325, es decir, no hace mucho tiempo, apenas hace 692 años. Claro, los asentamientos humanos en el territorio que hoy ocupa la CDMX se remontan varias centurias atrás. El doctor Leonardo López Luján explica que “cuando se han hecho excavaciones profundas bajo la Catedral, se han encontrado capas pre-mexicas, es decir, que nos vamos tal vez a épocas toltecas e inclusive podríamos vislumbrar algún nivel teotihuacano, es decir, podríamos pensar que el pasado de la ciudad es más antiguo [que Tenochtitlán], pero sin que fuera una sucesión de ciudades. Tal vez asentamientos muy modestos antes del mexica”. 

Ciertamente, son varios los vestigios que se han localizado en la cuenca de México de pequeñas ocupaciones que deben datarse en milenios … Por ejemplo, apenas en octubre de 2016, investigadores del INAH reportaron el hallazgo, al noreste de la Ciudad de México, del enterramiento de casi 150 individuos —neonatos, recién nacidos, niños, jóvenes y adultos; hombres y mujeres—. En este caso no se trató de una fosa clandestina, sino de sepulturas realizadas hace más de 2,500 años. El descubrimiento ocurrió a unos metros del límite capitalino con el Estado de México, en un terreno ubicado en la ladera sur del Cerro de Zacatenco.
Expresado así, sobre todo para quienes no conozcan la gran urbe, podría dejar la idea de que el paraje se encuentra a las afueras; no es así: el predio en el cual se descubrió el cementerio de la antigua aldea de Zacatenco —la cual fue habitada entre 800 y 500 a.C.— se localiza sobre Acueducto de Guadalupe —es decir, Periférico Norte—, en la esquina con calle Cienfuegos, menos de un kilómetro al norte de la estación Indios Verdes del metro, totalmente rodeado de construcciones. Los vestigios hallados en Zacatenco corresponden al mismo horizonte cultural de los sitios arqueológicos de Tlatilco, El Arbolillo, Tlapacoya y Coapexco; aldeas del Preclásico Temprano y Medio, localizadas todas en la cuenca de México (William T. Sanders, Jeffrey R. Parsons and Robert S. Santley, The basin of Mexico: ecological processes in the evolution of a civilization. New York, Academic Press, 1979).


Sin embargo, el primer gran asentamiento protourbano —Preclásico Tardío— erigido en la cuenca de México fue Cuicuilco, localizado unos 25 kilómetros al sur del cerro de Zacatenco, en lo que en su tiempo era la orilla suroeste del lago de Texcoco. Aquí encontramos las primeras construcciones monumentales en piedra de toda Mesoamérica.
Durante su esplendor, entre 300 y 150 a. C., Cuicuilco era un asentamiento de alrededor de cuarenta mil almas. Hoy el sitio arqueológico se encuentra en el cruce de Periférico Sur e Insurgentes. Las ruinas fueron descubiertas por don Manuel Gamio en 1922; en los tres años posteriores, a sugerencia del propio Gamio, el arqueólogo norteamericano Byron Cummings exploró y restauró el Gran Basamento —la conocida pirámide circular— (Byron Cummings, Cuicuilco and the Archaic Culture of Mexico).

En el caso del enterramiento descubierto en las faldas del Cerro de Zacatenco, la arqueóloga Estibaliz Aguayo afirma que toda esa gente falleció en un corto intervalo: “se trata de un mismo período de inhumación; algo provocó que este lugar fuera usado de forma súbita como zona de enterramiento, incluso en algunos puntos se sobrepusieron entierros…” ¿Qué ocurrió? ¿Cómo explicar tanta mortandad? “Tal vez hubo alguna sequía u otro factor de cambio ambiental”. En cuanto a Cuicuilco, no hay misterio: su destrucción fue causada por la erupción del volcán Xitle, lo cual ocasionó su abandono a partir de una serie de migraciones. El registro arqueológico muestra que mucha gente pudo haberse ido a Teotihuacán, el gran centro urbano del Clásico en el Altiplano Central. Ni en Zacatenco ni en Cuicuilco sonó ninguna alerta.

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