sábado, 23 de diciembre de 2017

Nube de escombros

Abatido a punta de desencantos diarios, batallando por no caer en la tentación de dejarse ir por el deslizadero de la indolencia, de capa caída, pues, a principios de semana —¡caraja semana!— te fuiste enterando: la nota de El país prometía “un reguero de fogonazos” en el cielo. Trazos luminosos en la bóveda celeste. El causante iba a ser un pajarraco cósmico, “un cometa exhausto”, un asteroide híbrido de unos cinco kilómetros de diámetro, al que, cuando lo descubrieron hace apenas 34 años, le pusieron nombre: (3200) Faetón. El miércoles, casi a media noche, azorado, decidiste darte un respiro y dejar de acechar al mundo por la ventana inconmensurable de tu computadora —Salma denuncia que también fue víctima del monstruoso Weinstein; la Organización para la Cooperación Islámica, que agrupa 57 países con población mayoritariamente musulmana, encara al gringo megalómano y declara a Jerusalén oriental como capital del Estado palestino; la ONU, las comisiones Nacional e Interamericana de Derechos Humanos, los rectores de la UNAM, la U de G y la Ibero piden al Senado de la República no aprobar la Ley de Seguridad Interior; México importará la mitad de los pavos que se consumirán en las próximas cenas navideñas…—. Tímidamente esperanzado, te pones la chamarra más gruesa que encuentras en el clóset y subes a la azotea del edificio… Ojalá te toque alguna salpicadura de la lluvia de estrellas. El frío cala, la noche abraza… Hoy sabemos que Faetón es el responsable de las Gemínidas, la lluvia de meteoros que a mediados de diciembre parece provenir de la constelación de Géminis. En realidad, el fenómeno lo produce una nube de escombros del asteroide. Escombros sobre escombros, piensas.

Ovidio cuenta en Las metamorfosis que Faetón, hijo de la oceánide Clímene y de Helios, personificación divina del Sol, fue un junior con fuertes problemas de autoestima, quien para probar entre sus cuates su alcurnia consiguió que su padre le prometiera un regalo, el que fuera… Desgraciadamente, pidió que Helios le permitiera manejar su carruaje —el astro rey—. Helios trató de disuadir a su vástago de que eso era una locura, sin lograrlo, y como ya lo había prometido… Previsible: Faetón fue incapaz de controlar a los caballos blancos que tiraban el carro ígneo y aquello resultó una hecatombe… El sol sale de su camino y se aleja tanto que nuestro mundo sufre heladas espantosas, y luego, tratando de corregir el rumbo, Faetón se acerca tanto que tatema buena parte del planeta —convierte grandes comarcas de África en desierto y quema la piel de sus pobladores hasta hacerla negra—. Tanto caos provocó que el mismo Zeus tuviera que intervenir: un certero golpe de rayo en el carro desbocado bastó para pararlo y de paso segar la vida de Faetón… El miércoles, en la Ciudad de México, fue como si Faetón siguiera muerto… Si bien el cielo estaba totalmente despejado, las luces de la megalópolis impedían cualquier vista —el nivel de contaminación lumínica que se registra en la capital del país, 16 magnitudes por segundo de arco al cuadrado, es el mismo que presenta Hong Kong, la urbe lumínicamente más contaminada de todo el orbe—, así que te quedas sin lluvia de estrellas.

Al día siguiente, jueves, la ignominia que se veía venir desde hacía ya varios días fue tomando forma. Para colmo, millones y millones de hombres y mujeres tuvimos que recordar que vivimos en una cazuela: la contaminación del aire en la Ciudad de México volvió a alcanzar niveles de injuria. Las dos estaciones de monitoreo localizadas en el municipio mexiquense de Ecatepec, Xalostoc y San Agustín, la segunda a unos cinco kilómetros del sitio en el cual están construyendo el nuevo aeropuerto, comenzaron a reportar niveles preocupantes desde el medio día, y para las cuatro de la tarde, con más de 160 puntos imecas, se declaró la contingencia ambiental.

Y el viernes despiertas y el noticiero confirma el oprobio: el país amaneció peor, con una instrumento legal listo para ser promulgado por el Ejecutivo… Muy temprano, luego de la última votación, los diputados de la aplanadora prianista y sus aliados aplauden, ríen, festejan… Están felices de haber actuado en contra del sentido común, de la opinión de los expertos, de los organismos internacionales, de las ONG, de la sociedad organizada, de la academia… La Ley de Seguridad Interior fue aprobada por ambas cámaras, y con ello dieron paso legal a la militarización de la vida pública de México. Afuera, en la calle, todo parece normal, casi como un día cualquiera.

El parisino George Perec (1936-1982) escribió que “lo que más nos atrae siempre es el suceso, lo insólito, lo extraordinario: escrito a ocho columnas y con grandes titulares. Los trenes sólo comienzan a existir cuando se descarrilan, y entre más muertos halla más importantes se vuelven… Es necesario que detrás de los acontecimientos haya un escándalo, una fisura, un peligro, como si la vida sólo pudiera revelarse atrás de lo espectacular, como si lo convincente, lo significativo, fuera siempre lo anormal: cataclismos históricas o revoluciones históricas, conflictos sociales o escándalos políticos…” (Lo infraordinario. Verdehalago, 2008). Tiene razón… pero en este país no aplica porque aquí lo cotidiano, lo trivial e incluso lo ordinario es precisamente lo que debería resultarnos escandaloso. Como los acontecimientos que tendrían que haber cimbrado la realidad pasan uno tras otro sin motivar cambios, la aspiradora de la rutina los absorbe y ya mañana será otro día…, aunque no pase nada.


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