sábado, 19 de mayo de 2018

Prerrogativas del presente: salud


The most poetical thing in the world is not being sick.
G.K. Chesterton, The Man Who Was Thursday: A Nightmare.

Carlos fue hijo de un brujense al que le decían el Hermoso y de una toledana apodada la Loca, ambos de alcurnia: Felipe Archiduque de Austria y Juana I de Castilla. Como tú, como yo, como todos, el niño llegó al mundo desnudo, pero con títulos reales bajo el brazo: nomás de bienvenida, lo hicieron Conde de Flandes. Francisco López de Gómara —el mismo a quien tanto debe la memoria de Hernán Cortés, conquistador de México Tenochtitlán— narra que cuando Carlitos nació, Alejandro VI, el Borgia, despachaba como Sumo Pontífice —“quien celebró jubileo con pocos peregrinos, a causa de [la] guerra y [las] pestilencias…”—; Maximiliano I de Habsburgo, el abuelo paterno del crío, era soberano del Sacro Imperio Romano Germánico —“floreciendo entonces en Alemania las letras y la cristiandad, la que ha perdido casi del todo después de Lutero…”—; mientras que “reinaba[n] en Castilla y en Aragón los Católicos Reyes don Fernando y doña Isabel”, abuelos maternos del aludido churumbel (Anales del Emperador Carlos Quinto; c. 1557-1558). Dadas sus circunstancias de tiempo y espacio, y por herencia, azar y habilidades propias, a Carlos le alcanzaría la vida para ser llamado el César y Su Sacra Cesárea Católica Real Majestad. Esto fue porque logró enseñorearse de las dos enormes organizaciones políticas que regenteaban las familias de sus progenitores. Para que le tocara a Carlos ser el primero en encarnar en una sola persona las coronas de Castilla y Aragón, tuvieron que morir prematuramente cinco príncipes y princesas que le antecedían en derechos sucesorios. Además, fue necesaria la presunta demencia de su madre, o quizá su cordura para hacerse a un lado; como haya sido, a los 17 años se convirtió en Carlos I, Hispaniarum Rex, y cuatro años después también en Carlos V, Emperador del Sacro Imperio Romano Germánico. Carlos se converiría así en el último Emperador de Occidente, en el monarca de la cristiandad con el territorio más extenso jamás alcanzado hasta entonces: su reinado abarcaría buena parte de Europa y también todos los territorios ultramarinos conquistados por los españoles, tanto en el norte de África como en el Nuevo Mundo. Pues bien, ¿sabes en dónde nació Carlos, uno de los hombres más poderosos y acaudalados de todos los tiempos?

Carlos V nació en un retrete. El hecho ocurrió en Flandes, en el burgo de Gante, a unos 40 kilómetros al suroeste de Brujas. Avanzaba la madrugada del 25 de febrero, día de San Matías, del año 1500, y sus padres andaban de juerga, en un baile que se celebraba en el Prinsenhof, el palacio de la Corte de los Príncipes. Ha llegado hasta nuestro tiempo el chisme que dice que, a pesar de estar ya en los últimos días del embarazo, la celosa Juana no quería dejar a solas a su apuesto marido, y por eso seguía en el convite cuando, pasadas las tres de la madrugada, sintió cierto malestar, el cual, suponiendo que su origen era digestivo, quiso aliviar en el evacuadero… Para allá se encaminó y minutos después, sin ayuda ni testigos, parió a su primer hijo varón… La reina Isabel fue enterada pocos días después del suceso, y ella apostilló la noticia aventurando una profecía para su nieto recién nacido:

 — Este será el que se lleve las suertes…

Lo fue, en principio porque sobrevivió la insalubre coyuntura de haber sido alumbrado en las asquerosidades de un retrete, de haber llegado al mundo entre inmundicias… De por sí, en condiciones normales de parto, la mortalidad infantil entonces era elevadísima, con tasas próximas al 250 por millar, uno de cada cuatro bebés no llegaba a los cinco años de edad.

Obviemos todo lo que le sucedió a Su Majestad don Carlos entre los dos extremos de su biografía, y vayamos al remate de su eximia vida. El episodio fatal tendrá lugar en el monasterio Yuste, en Extremadura. El hombre estaba decrépito, había abdicado tres años antes, y su organismo “era todo un proceso irreversible de ruina”. Para entonces, por la gota, era tullido, incapaz de andar y casi impedido de manipular con las manos. El primer ataque lo había sufrido a los 28 años, y a lo largo de los siguientes contó “otros dieciséis ramalazos…, cada vez más dolorosos”, en una época en la cual no había ningún tipo de anestesia y los escasísimos remedios analgésicos eran de efectos muy pobres. “¡Duéleme harto!”, se quejaba el desdichado. Además, sufría de hemorroides, y “su falta de dientes le impedía masticar, lo que le provocaba muy laboriosas digestiones”. Con todo, no falleció a causa de la gota ni de sus males intestinales: a Carlos V lo mató un mosquito.

Intensos dolores de cabeza, pesadez, sed, fiebre, escalosfríos, temblorina, delirio… “Eran las fiebres palúdicas que acabarían con su vida. Para ayudar al doctor Mathys acudió desde Valladolid otro antiguo médico del Emperador… Por desgracia, el remedio que le aplicaron fue el tan habitual de la época como demoledor: las sangrías… Carlos V fue debilitándose más y más. Las calenturas arrecian… Poco a poco el enfermo deja paso al moribundo…” (Manuel Fernández Álvarez, Carlos V, el César y el Hombre). Por fin, Carlos murió un 21 de septiembre, día de San Mateo, a la edad de 58 años.

Actualmente, en el país en donde se encuentra Gante, Bélgica, la tasa de mortalidad infantil es de 3.4, la esperanza de vida al nacer alcanza los 81 años, y en cualquier farmacia se pueden conseguir potentes analgésicos especiales para atenuar los dolores causados por la gota, así como medicamentos para curar el paludismo (artemisinina).

sábado, 12 de mayo de 2018

Mentiras y convicciones

Convictions are more dangerous foes of truth than lies.

Friedrich Nietzsche





Si viene usted a contarme que Jorge Bergoglio, mejor conocido como Francisco I, máximo jerarca de la Iglesia católica, hace unos días exigió públicamente que se prohibiera a López Obrador seguir usando su nombre para conseguir votos, y que además declaró que él no podría venir a ayudar a resolver el problema de la violencia en México, antes de mandarlo al diablo —no al Papa, no al Peje, no al país, a usted—, lo primero que yo trataría de averiguar es si usted sabe o no que lo que afirma jamás ha sucedido en la realidad concreta. Yo sé que lo que usted profiere es una mentira, en tanto “cosa que no es verdad” (segunda acepción del vocablo, según la RAE), pero a partir de ello sería equivocado concluir en automático que está mintiendo. ¿Por qué? Porque si usted vio el video que circula por ahí en el que se observa y escucha al Sumo Pontífice decir lo que usted relata, y no se percató de que aquello no era más que un emplaste de sonido, o en otras palabras, si usted no tiene duda acerca de la veracidad de lo que vio y oyó, entonces no estaría viniéndome a quitar el tiempo con una “expresión contraria a lo que sabe, piensa o siente” (primera acepción). Ciertamente, no siempre que se dice algo que no es verdad se miente. ¿O dirían ustedes que si le preguntamos a un infante de cinco años quién le regaló la pelota con la que está jugando, y él responde que fueron los Reyes Magos, el niño miente? ¿Sostendrían que han mentido todos los papas de la historia que han sostenido que los humanos estamos hechos a imagen y semejanza de Dios? Claro, volviendo al caso que nos ocupa, que usted no esté mintiendo cuando propaga que el Papa anda enojado con el Peje no lo eximiría de ser un agente de falsedades y confusión.



La semana pasada el columnista Raymundo Rivapalacio escribió que “en el mundo” se cataloga a AMLO como populista: “La realidad es que así se le cataloga en el mundo” —si bien el enunciado no explicita que la mayoría etiquete así al candidato, eso se entiende, porque si no la afirmación tendría tanta precisión como escribir “La realidad es que en el mundo se cree que la Tierra es plana”, para expresar que hay algunos despistados que eso piensan—. ¿Se cataloga pues en el mundo a López Obrador como populista? Una pequeña acotación demográfica muestra que no, y que, en el mejor de los casos, se cataloga al Peje como populista en lo que Rivapalacio cree que es el mundo. Me temo que a la enorme mayoría de los chinos e indios el tabasqueño y su presunto populismo le tiene sin cuidado, y en China e India viven tres de cada cinco habitantes del planeta. Demos por cierto que los gringos, los brasileños, los rusos y los japoneses piensan que el de Macuspana es populista, si aceptamos que, además de en China e India, en Indonesia, Pakistán, Nigeria, Bangladesh, Filipinas, Egipto y Etiopía el asunto les tiene sin el menor cuidado, resulta que al menos en la mitad del mundo no se cataloga a AMLO de populista. Por otra parte, el problema no es tanto que se le etiquete o no de populista, el problema es qué contenido se le asigna al concepto. Por ejemplo, aquí nomás cruzando la frontera, hace algún tiempo, todavía siendo presidente de su país, Obama enmendó la plana a Peña —quien, con ánimo de golpetear al de Morena, había echado pestes al populismo—, y dijo: “me preocupa la gente…, me preocupan los pobres, supongo que eso me hace un populista”. Sirva lo anterior para apuntar que no estoy de acuerdo con el juicio de Rivapalacio…, pero de eso a decir que miente… Pues no.



El 5 de marzo el candidato panista Ricardo Anaya amenazó que si gana meterá a la cárcel a Peña Nieto. Semanas después, el 27 de abril, en reunión con consejeros de Citibanamex, declaró: “… nuestra coalición es la única que le puede ganar a Andrés Manuel López Obrador. Entonces, yo lo que espero es que haya sensatez, que nos podamos sentar a la mesa a construir. Durante los próximos 65 días que quedan de campaña no me voy a ocupar de andar peleando con el PRI, me voy a ocupar de contrastar con López Obrador, que es a quien tenemos que ganar esta elección…” Luego Leonardo Curzio le preguntó si pediría una cita con Peña para decirle: “A ver, señor, estamos discutiendo el futuro del país, y aquí hay un conjunto de reformas, frente a un señor que no quiere esas reformas. ¿Tú esa cita se la pedirías y hablarías directamente con él?” Anaya doró un poco la píldora, pero al fin respondió: “Yo estoy absolutamente abierto a construir con quienes haya que construir para ganar esta elección…” Curzio quiso rematar: “¿Entonces existe esa posibilidad?” A lo que Anaya respondió: “Digamos que sí”. Como estas palabras las pronunció luego de bajar el micrófono y se escucharon tenuemente, Curzio las repitió riendo: “Digamos que sí”. Todo quedó registrado en notas periodísticas y en un video que pronto se viralizó… Lo curioso fue la reacción de muchos de los correligionarios del panista, quienes negaron que su candidato hubiera abierto la posibilidad de pactar con el PRI —días después Anaya ratificó y negó enfáticamente cualquier posibilidad de alianza; tuvo que hacerlo precisamente porque mucha gente leyó y vió lo que había dicho—. ¿Mintieron o el hecho chocó contra sus convicciones y sencillamente se disipó en la nada?

sábado, 5 de mayo de 2018

Palabras bastardas

Ideology is strong exactly because it is no longer experienced as ideology… We feel free because we lack the very language to articulate our unfreedom.
Slavoj Žižek, In Defense of Lost Causes.


Abundan palabras que, a fuerza de su constante utilización desacertada, ya mutaron de significado. Botón de muestra: bizarro. La gente la emplea como sinónimo de raro o extraño, e incluso de perverso:

— Vi a la Tatis Anaya besándose con un empleado de su tienda.

— ¡Uy, qué bizarro! —opinará la confidente, con lo cual querrá expresar no que el asalariado besucón sea valiente o generoso, es decir, lo que según la RAE significa el adjetivo, sino que la escena le resulta extravagante, extraña, y no precisamente en un sentido loable. El yerro llegó del norte, porque la palabra bizarre en inglés significa, además de valiente (brave), “extraño en forma o apariencia; fantástico; caprichoso; extravagante; grotesco” (traduzco del Webster).



Pululan también palabras sistemáticamente mal empleadas. Por ejemplo, el abuso de literal, no tanto como adjetivo sino como apócope del adverbio correspondiente (literalmente) cunde:

—El lic Luismi de Financieros me mandó a freír espárragos –se queja la señorita Lana, y remata:–, ¡literal!

Si su interlocutor quiere esclarecer la naturaleza de la acusación, entonces debería cuestionar si el licenciado aquel profirió exactamente la misma frase, vocablo a vocablo, o si bien, con esas u otras palabras, le pidió a la dama que se encargara de saltear algunos turiones de la mencionada planta herbácea perenne. Sin embargo, no sería muy recomendable que preguntara: de hacerlo, la aludida señorita seguramente no entendería nada y pondría ojos de plato —no literal, claro, sino figurativamente hablando—, porque lo que ella reclama es que la mandaron a volar, y no literalmente. O sea: ella empleó literal(mente) como su antónimo. 


Hay también algunas palabras a las que, en un momento dado, muchas buenas personas, catapultas por los decires de actores públicos y opinólogos, pueden otorgar un sentido lo suficientemente laxo que termina por destruir toda su riqueza conceptual.

— ¡¿Viste que López Obrador se fue del debate sin despedirse de los demás candidatos?!

— Sí, hombre… Y ellos y ella tan ambles que se mostraron con él durante todo el numerito…

— ¡No seas irónico! Su comportamiento resulta muy preocupante: ¡se vio bien absolutista!

Como para sacar el Diccionario de Ciencias Jurídicas, Políticas y Sociales de Ossorio: — ¿Absolutista? ¿Te refieres al tipo de monarquía en el que el rey estaba por encima de la ley (legibus solutus), puesto que él mismo era la fuente de la que aquella emanaba? ¿Así…, nomás por salirse rapidito?

O quizá ponerse más precisos y citar a Perry Anderson (El Estado absolutista): — ¿Quieres decir que el domingo en el Palacio de Minería el Peje encarnó, nomás por berrinchudo, al “primer sistema estatal internacional en el mundo moderno”? 


También hay conceptos a los que su uso ideológico los ha hecho monstruosos y ahora andan por ahí como poseídos, como si se los hubiera chupado el diablo… Ejemplo: sociedad civil.

El miércoles por la noche, Emilio Álvarez Icaza tuiteó: “AMLO advierte que de ganar las elecciones, ‘no permitirá que el nombramiento del Fiscal Anticorrupción quede en manos de representates de la sociedad civil’. Grave: estamos ante una postura regresiva contraria a la agenda democrática en México”.

A botepronto, contesté, también vía Twitter: “¿El Congreso no es el órgano de representación de la sociedad civil? Tu mensaje es muy mañoso, Emilio; no dices que AMLO propone que sea el Congreso el que seleccione al Fiscal de una terna propuesta por el presidente de la República, quien, a su vez, será elegido por la sociedad civil”.

¿Qué me replicó Álvarez Icaza? Nada, por supuesto —¿podría reclamar que ahora que él es parte de una coalición de partidos políticos no atienda a un simple ciudadano?—. En cambio sí lo hizo, y muy amablemente, Miguel de la Vega Arévalo (@mig_delavega), consultor de organizaciones de la sociedad civil: “La sociedad civil organizada es el espacio de acción pública de los ciudadanos, espacios democráticos para la gobernanza. No niega el Congreso, equilibra poderes con iniciativas ciudadanas”.

A lo cual yo respondí: “OK, de acuerdo. ¿Consideras que organizaciones como Ahora o cualquier otra tengan mayor representación que el Congreso?” [Me refería, a la organización impulsada por Emilio Álvarez].

Miguel Ángel siguió dialogando: “Para nada, ninguna OSC debe existir para representar a nadie en el Congreso. Existen por el derecho humano de la libertad de asociación. Un medio para dar a todo ciudadano voz directa y plural en lo que es interés de todos. Su valor es inmenso para el marco democrático”.

Estuve a punto de rezongar que la voz directa la tiene cualquiera, incluso siendo mudo…, pero el intercambio era serio y propositivo, así que tecleé: “Sería políticamente incorrecto decirte que no estoy de acuerdo… Pero al menos permite que diga que ‘su valor es inmenso para el marco democrático’, más allá de su fuerza retórica, que la tiene, es impreciso”.

Miguel Ángel tomó al toro por los cuernos: “Precisemos entonces. La sociedad civil ha demostrado ser actor relevante en muchos casos para consolidar democracias. Fuera de partidos políticos y gobierno, es una puertaa de acción pública ciudadana para el avance de derechos, de ahí su valor. Aquí y en el mundo”.

¡Albricias! Justo aquí quería llegar: “Por favor lee lo que acabas de escribir: ‘La sociedad civil ha demostrado ser actor relevante en muchos casos para consolidar democracias’. ¡No en muchos casos, en todos! Sin sociedad civil no hay democracia”.

“Totalmente de acuerdo”, concedió Miguel Ángel.

“Luego entonces, el problema es cuando hay determinadas personas y grupos de la sociedad civil que se presentan como La sociedad civil… De ahí ‘la desconfianza del Peje’”.

Sirva el anterior pinponeo para subrayar la conclusión que, ahora, espero parezca boba: ninguna organización de la sociedad civil —lo que llaman sociedad civil— es la sociedad civil.