sábado, 14 de julio de 2018

El miedo y la esperanza


Vamos a ser pobres todos

El domingo de la semana pasada, avanzada ya la jornada, comenzó a circular un video de 30 segundos. Me llegó primero por WhatsApp, luego por Twitter, y me cuentan que poco más tarde se propagó también por Face. Una mujer de unos veintitantos años, sentada en el lugar del conductor de un automóvil, con el cinturón de seguridad puesto, se graba a sí misma, seguramente con su smartphone, y transmite su pesar: sufre, llora… Pelo negro alaciado, tez blanca, cejas delineadas, ojerosa y lastimera… Mirando a la cámara, se lleva la mano derecha al pecho y, desde la angustia y el desconsuelo, comunica su desgracia:

— Y vine a votar y estoy llorando. Y estoy muy triste porque todo el mundo está votando por AMLO, y vamos a ser pobres todos, por decisión propia, y no lo puedo creer —se arregla el pelo—. Neta, estoy muy asustada de que todos estén votando por AMLO y no…—nuevamente se arregla el pelo, se talla un ojo—.  O sea, vamos a vivir como Venezuela, todos vamos a ser pobres y nos vamos a morir de hambre porque están votando por AMLO todos aquí. ¡Estoy harta!

Miles han compartido el video de la plañidera; casi todos burlándose o criticándola con dureza. En principio, pensé que, independientemente de la ingenuidad y cortedad de miras de la joven, los culpables de tan lamentable postura eran el discurso hegemónico y sus voceros, opinócratas y cajas de resonacia mediática, que, como incansables tarabillas, durante muchos años se han dedicado a repetir y repetir como verdad absoluta el cuento de que López Obrador es un obcecado que quiere imponer la revolución chavista/bolivariana en México —Krauze publicó su texto “López Obrador el mesías tropical” en la edición de junio de 2006 de su revista Letras libres—, patraña con que los candidatos y huestes del PAN y sobre todo del PRI atizaron sus embates discursivos durante la campaña. En otras palabras, a botepronto pensé que la aterrada declarante del video viral era una pobre víctima ideológica:

— ¡Ay, pobrecita, se la embaucaron los Calderón–Zavala, los Ochoa-Nuño, los Hiriart-Alemán!

Sin embargo, María Constanza, politóloga del CIDE, me emendó la plana: en realidad, la joven expresa la visión distoricionada que le da su condición de privilegio; como otras muchas personas en su situación, entiende la exacerbada desigualdad que aqueja al país como una circunstancia quizá dolorosa pero en última instancia justa, así que, en efecto, muy probablemente no mienta y realmente sienta miedo. Vale aquí traer a cuento al economista John Kenneth Galbraith (1908-2006), quien estableció en su libro La cultura de la satisfacción (Emecé editores, 1992) que “… las personas y comunidades favorecidas por su posición económica, social y política, atribuyen virtudes sociales y permanencia política a aquello de lo que disfrutan”. Más incluso: en general, la gente de las clases altas cree que ahí se encuentra simple y sencillamente porque lo merece. “Esta atribución se reivindica incluso ante la abrumadora evidencia en sentido contrario”. Y para abajo las cosas se explican igual: los pobres son pobres porque actúan como pobres, o peor, porque son flojos y no se esfuerzan lo suficiente para salir del hoyo: el cambio está en uno… La gente a la que le va bien en la vida acostumbra entender su situación exitosa como consecuencia necesaria de su propia historia, la cual, por descontado, es totalmente coherente con quienes ellos son. En efecto, “las creencias de los privilegiados se ponen al servicio de la causa de la satisfacción continua y se acomodan de modo similar las ideas económicas y políticas del momento”. Por ello, explica, John Kenneth Galbraith “existe un ávido mercado político para lo que complace y tranquiliza”, y el programa más atractivo para quienes se sienten cómodos, aunque vociferen quejas y se desgañiten en reclamos, cabe en un infinitivo: mantenerse. El círculo se cierra: “El conservador moderno se dedica a uno de los ejercicios más antiguos del hombre en el campo de la filosofía moral: la búsqueda de una justificación moral superior para el egoísmo”.


Todo el mundo está votando por AMLO

Muy pronto nos enteraríamos de que si no todo el mundo, sí la mayoría, la mayoría simple (53.19%) quiero decir, salimos a votar en favor de AMLO. Yo mismo, como otros 30'113,482 electores habíamos sufragado por él. Minutos antes del mediodía del domingo, había tuiteado: Mi voto diferenciado. #EleccionesMexico2018 #EleccionesPresidenciales. Además de los hashtags, las tres palabras salieron acompañadas de un emoji, la carita que llora de risa, y una fotografía en la que mostraba dos de mis seis sufragios: para la Presidencia, taché fuerte el recuadro correspondiente al candidato de Morena; para la Jefatura de gobierno de la Ciudad de México, dibujé un circulito sobre el nombre de Claudia Sheinbaum, también en la casilla de Morena… Y así los seis: voté parejo, diferenciado el trazo… Como mi amigo Pepe Limón había advertido en un palíndromo la noche del 30 de junio, Yo, hada, no divido nada hoy.

Seis de cada diez (63%) acudimos a las urnas, y los otros cuatro, los mismos que en las encuestas aparecían como indecisos o no dispuestos a declarar su preferencia, se mantuvieron inexpresivos. La elección se resolvió como una cuestión plebiscitaria: golpe de timón sí o no, y la mayoría, esperanzados, dijo sí. Resulta significativo que la mujer del video aparezca con el cinturón de seguridad puesto.

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