sábado, 15 de diciembre de 2018

El globo de Pérgamo III


Recuperar el cielo
Recuperar la tierra
Envolver el mundo en ritmos de experiencia
Aprisionar el éter que se escapa
Aprisionar el aire
Con esta carne presurosa
En olas envolventes sobre el ensueño
Y la fuga de las estrellas en el momento en que iban a
contar su historia

Vicente Huidobro, Recuperar el cielo.


Dejamos anotado que un crítico literario, Crates de Malos, fue el primero en concebir una representación del mundo en forma de globo. Hemos dicho también que esto sucedió a mediados del siglo II a. C. en una ciudad que floreció en Anatolia, Pérgamo, justo frente a la isla de Lesbos —el sitio arqueológico se halla actualmente a las afueras de Bergama, en la provincia turca de Esmirna—. La ciudad alcanzó a albergar unos sesenta mil habitantes durante el reinado de Eumenes II (197-158 a. C.). Ahí se encontraba el teatro más grande de todo el orbe, con un aforo para unos diez mil espectadores, además de la única biblioteca que entonces podía competir con la de Alejandría. Fundada por el rey Átalo I Sóter, quien había gobernado unos años antes (241-197 a. C.), la biblioteca de Pérgamo pudo haber resguardado alrededor de doscientos mil volúmenes (rollos), la mayoría copiados en un material escriptóreo que según la tradición fue inventado allí mismo, el pergamino —de la piel de cordero, ternera o cabra se eliminaba el pelaje, se raspaba y se maceraba en agua con cal; luego se frotaba con yeso en polvo y se pulía con piedra—. Teniendo siempre a Atenas como modelo, los jerarcas atálidas erigieron su biblioteca en la acrópolis de Pérgamo. “Su acervo de literatura e historia griega era profuso, pero en títulos no helenos la colección de Pérgamo era muy inferior a la de la cosmopolita biblioteca de Alejandría. Los sabios de Pérgamo eran mucho más fuertes en estudios sobre Homero, geometría, estética y crítica literaria… En Pérgamo prosperó la erudición más que la creación” (Fred Lerner, Story of Libraries).
           
Mientras dirigía la biblioteca de Pérgamo, Crates de Malos se dedicaba a su oficio (kritikos). Con razonable certeza sabemos que escribió al menos dos obras: Diorthotica, una exégesis en nueve rollos de la Ilíada, y Homerica, que “pudo haber tratado los problemas de geografía e incluso de cosmología” involucrados en las dos epopeyas homéricas. Sin embargo, debió de haber escrito muchos más estudios filológicos, puesto que entre los fragmentos que se conservan, unas trescientas páginas, encontramos comentarios acerca de otros autores clásicos, como Hesíodo, Eurípides y Arato, “pero estos pueden ser simplemente obiter dicta a sus obras sobre Homero” (Nigel Wilson, Encyclopedia of Ancient Greece). Para él y los estoicos, el conocimiento del crítico era una contraparte indispensable de la filosofía —para el estoicismo la filosofía se componía de tres disciplinas: lógica, física y ética—, y según dejó escrito uno de sus alumnos, un tal Taurisco de Trales, la crítica se componía de tres ramas: razón, práctica e investigación. Además de investigar y escribir, debatía a distancia con otro importante filólogo de la Antigüedad helénica, Aristarco de Samotracia (c. 216-144 a. C.), director de otra biblioteca, nada menos que la de Alejandría, y también Homerikos, es decir, experto en las obras de Homero. Por su puesto, ambos personajes eran archienemigos. “Crates fue el principal representante de la teoría alegórica de la exégesis, la cual sostenía que Homero tuvo la intención de expresar verdades científicas o filosóficas en forma de poesía” (Merriam-Webster's Encyclopedia of Literature). Por ello, a diferencia de Aristarco, el de Malos seguía aferrado a la vieja tradición griega según la cual la Ilíada y la Odisea eran “los libros de texto de todos los temas” (Harold Bloom, ¿Dónde se encuentra la sabiduría?).
           
Entre sus afanes por destilar de ciertos pasajes homéricos conocimientos específicos acerca de la realidad concreta destaca el que nos ocupa: su intento por demostrar que Homero sabía que el mundo, nuestro mundo, y el universo son esféricos. Hay quienes piensan que Crates echó mano también de las conjeturas y los cálculos geométricos de Eratóstenes (276-194 a. C.), sin embargo lo más probable es que, a pesar de que “investigó en muchos campos, incluida la geografía y la cosmología, este trabajo parece estar subordinado a su oficio como crítico literario, como una investigación no técnica en lugar de una investigación científica específica”
(Elizabeth Asmis, “Crates on Poetic Criticism.” Phoenix 46). El caso es que según Crates el escudo de Agamenón era una representación alegórica del cosmos (Ilíada XI, 32-40), y los diez círculos de bronce una efigie de las diez esferas cósmicas:

Cogió el impetuoso broquel, que cubre al mortal, elaborado
con arte, bello, con diez círculos de bronce en su contorno.
En el interior tenía veinte bollones de estaño
blancos y en el centro de todos uno más de oscuro esmalte.
El broquel estaba coronado por la Gorgona, de salvaje aspecto
y fiera mirada, a la que rodeaban el Terror y la Huida.
De él colgaba un áureo tahalí; sobre su superficie estaba
enroscada una serpiente esmaltada que tenía tres cabezas
entrelazadas, nacidas de un único cuello.
           
A partir de ello, “Crates buscó mapear los versos homéricos en el globo que ideó para ilustrar la teoría geográfica estoica” (Romm, J. S., The Edges of the Earth in Ancient Thought: Geography, Exploration, and Fiction). El resultado representa una división por zonas de la superficie de la Tierra: líneas ecuatoriales y meridianos, y cuatro grandes masas terrestres, es decir continentes, divididas por océanos: el Oecumene, esto es, el mundo conocido (Europa, Asia, y norte de África); el Perioeci, las tierras que debían de encontrarse en el hemisferio norte; la Antoeci, las tierras desconocidas al sur del Ecuador; y las Antipodes, las hipotéticas tierras en el otro lado del mundo. Así que, más un milenio antes del primer viaje de Colón, este erudito heleno interpretó que de este lado del mundo debía existir un continente. Hay que seguir leyendo la Ilíada

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