sábado, 19 de enero de 2019

Confianza afianza


… el presente…, un filtro estacionario
construido en el río del tiempo
transformando lo posible en verdadero.
Niklas Luhmann.


Hace quince días me referí a un componente social imprescindible, el prejuicio de la confianza. Por supuesto, no sólo es un ingrediente necesario para la cohesión social, también resulta indispensable para cualquier individuo. Tú, yo…, cualquier persona afronta continuamente una incontable cantidad de momentos en los cuales debe decidir si confía o no… Imagina a alguien que, de pronto, en todos y cada uno de los casos, optara por desconfiar… ¿Qué sucedería? ¡Quedaría atrapado en un horripilante estado similar a la catatonia!; “una completa ausencia de confianza le impediría incluso levantarse por la mañana”, afirma el sociólogo alemán Niklas Luhmann. Quien experimentara tal condición “sería víctima de un sentido vago de miedo y temores paralizantes. Incluso no sería capaz de formular una desconfianza definitiva y hacer de ello un fundamento para medidas preventivas, ya que esto presupondría confianza en otras direcciones. Cualquier cosa y todo sería posible”.

Niklas Luhmann (1927-1998), destacado discípulo del pensador estructural-funcionalista por excelencia, el norteamericano Talcott Parsons (1902-1979), publicó en 1968 Vertrauen: Ein Mechanismus der Reduktion sozialer Komplexität (Confianza: un mecanismo de reducción de la complejidad social), ensayo en el cual reflexiona en serio sobre el asunto. Explica que, si bien es cierto que “la confianza se da dentro de un marco de interacción que está influenciado tanto por la personalidad como por el sistema social…, en condiciones de mayor complejidad social, el hombre puede y debe desarrollar formas más efectivas para reducir la complejidad”. Si la desconfianza absoluta condenaría a cualquiera a un pasmo rotundo e infranqueable, toda pérdida de confianza provoca atascos en la dinámica comunitaria, y viceversa: “donde hay confianza hay aumento de las posibilidades para la experiencia y la acción, hay un aumento de la complejidad del sistema social…, porque la confianza constituye una forma más efectiva de reducción de la complejidad”. La confianza lubrica la convivencia.

El domingo anterior insistía en que una sociedad moderna liberal se constituye a partir de una intrincada red de relaciones de confianza, y cerraba mi texto señalando que, de acuerdo con una reciente encuesta de El Financiero, prácticamente ocho de cada diez en México creen que en general al presidente López Obrador le va a ir bien en 2019. Esa confianza, ese prejuicio, es algo que hoy celebro. Cuatro días después, el jueves, se daba a conocer que en diciembre de 2018 el Indicador de Confianza del Consumidor (ICC) —mismo que calculan el INEGI y el Banco de México con base en la Encuesta Nacional sobre Confianza del Consumidor— ascendió a 43.8 puntos, su mayor nivel desde diciembre de 2006, es decir, ¡durante los dos últimos sexenios! Tal resultado resulta consistente con la tendencia que se ha presentado desde mediados de 2018: “El indicador, que se encarga de medir el pulso mensual de la confianza de los consumidores mexicanos, recibió un fuerte impulso desde el pasado julio, fecha en la que se dio a conocer el resultado electoral para elegir al próximo presidente de México”, escribió Héctor Usla en su nota para El Financiero. Dicho en corto y de manera prosaica, el ICC mesura el optimismo/pesimismo de la gente en cuanto a la/su situación económica, en un horizonte anual, desde el ahora, para atrás y para adelante. El ICC es un indicador que se construye nivelando el promedio ponderado de las respuestas expandidas a cinco preguntas referentes a:

  1. Situación económica de los miembros del hogar en la actualidad comparada con la de un año antes.
  2. Situación económica esperada de los miembros del hogar dentro de 12 meses, respecto a la actual.
  3. Situación económica del país hoy, comparada con la de hace 12 meses.
  4. Situación económica del país esperada dentro de 12 meses, respecto a la actual.
  5. Posibilidades en la actualidad de los integrantes del hogar comparadas con las de hace un año para realizar compras de bienes durables (como muebles, televisor, lavadora, etcétera).

Es decir, se explora la percepción de la población sobre el presente respecto al pasado (1 y 3), el futuro desde el presente (2 y 4), y el futuro desde el pasado y el presente. En suma, se la mide confianza de la gente.

Mostar confianza, argumenta Luhmann, no es otra cosa que anticipar futuro, “comportarse como si el futuro fuera cierto”. Y evidentemente, la confianza únicamente puede ocurrir en el presente, el presente entendido no como un punto fijo, un instante fugaz, sino como un estado actual: “la base de toda confianza es el presente como un continuo intacto de sucesos cambiantes…” Así pues, la confianza que hoy por hoy testimonian encuestas e indicadores como el ICC no sólo prospecta un mejor futuro, también testimonia el establecimiento de un presente más extendido y, al menos en esa medida, con mayor estabilidad. Otra vez Niklas Luhmann: “Cada presente tiene su propio futuro… Concibe un presente del cual solamente una selección puede, en el futuro, convertirse en presente. En el progreso hacia el futuro, estas posibilidades abren paso a la selección de nuevos presentes y con ello a nuevas perspectivas futuras. En la medida en la que los presentes verdaderos y los futuros permanecen idénticos, esta selección provee estados; en la medida en la que generan discontinuidades, da origen a sucesos”.

Hasta aquí, de los datos y del análisis decanto optimismo: confianza afianza. Sin embargo, no quiero terminar sin explicitar la situación paradójica en la que nos encontramos en México: si Luhmann está en lo correcto, “la confianza emerge en las expectativas de continuidad”; siendo así, ¿cómo entender la confianza en medio de la manifiesta coyuntura de cambio, incluso de cambio radical, por la que transitamos?

No hay comentarios:

Publicar un comentario