sábado, 2 de marzo de 2019

Tres tiempos


… así como el hombre moderno se considera constituido por la Historia,
el hombre de las sociedades arcaicas se dice
resultado de un cierto número de eventos míticos.
Mircea Eliade, Mito y realidad.




Tiempo mítico


Cromado de optimismo, Occidente lucía orgulloso, fatuo: la locomotora de la innovación tecnológico acarreaba entusiasmo por doquier y cundía la ilusión del crecimiento económico perenne. El ombligo del mundo todavía estaba en Europa. Una guerra mundial resultaba inconcebible y a nadie le cabía en la cabeza que el ser humano pudiera llegar a ser capaz de auto aniquilarse. Faltaban diez años para la Revolución Rusa. 1907 y el buen estado de ánimo del siglo XIX persistía. El 9 de marzo de aquel año, en la capital de Rumania, nació Mircea Eliade. Incansable, 79 años de vida le alcanzarían para dominar cinco idiomas europeos y leer y traducir otros tres —hebreo, sánscrito y persa—. Además de algunas novelas, escribió cerca de cincuenta libros sobre historia y sociología de las religiones.


En The sacred and the profane (HBW, 1959), Mircea Eliade explica que “el hombre religioso de las sociedades primitivas es ante todo un hombre paralizado en el mito del eterno retorno”. Dada la escala del alcance de su percepción, habita en un mundo que cada año se renueva. Para usar la expresión hegeliana, en la Naturaleza nunca ocurre nada nuevo. Los rituales le permiten recrear periódicamente el mundo: la repetición del mito cosmogónico actualizaba el tiempo. “Un mito narra una historia sagrada; se refiere a un evento que tuvo lugar en el tiempo primordial, el tiempo legendario de los ‘orígenes’” —explica Eliade (Myth and Reality. Harper&Row, 1963)—. Todo mito relata una “creación”, cuenta cómo algo o todo comenzó a ser. “El mito se considera una historia sagrada y, por lo tanto, una ‘historia verdadera’, porque siempre trata acerca de realidades… El mito cosmogónico es ‘verdadero’; la existencia del mundo está ahí para probarlo”.




Tiempo histórico


Si marcamos el principio de la Historia en el III milenio a. C. —con la invención de la escritura en Sumeria—, y consideramos que el sapiens surgió hace unos 300 mil años, la humanidad ha escrito una pizca de historia. La prehistoria representa el 98.5% de nuestra existencia genérica.


Además, es más preciso entender como protohistoria el período que inicia con la invención de la escritura y los calendarios, y concluye alrededor del siglo VI antes de nuestra era, con el surgimiento del pensamiento histórico propiamente dicho. El poeta y cosmógrafo Jenófanes (c. 580-470) quizá fue el primero en rechazar como explicaciones de la realidad los corpus mitológicos de Homero y Hesíodo: él, junto con otros pensadores presocráticos, cimentó el edificio del logos occidental, en oposición al mythos. El profeta judío conocido como el segundo Isaías —vivió en Babilonia a mediados del siglo VI a. C.—, articuló un relato monoteísta y, si bien ya en la Epopeya de Gilgamesh se mezclaban elementos de la historia antigua de Mesopotamia con su mitología, él fue más allá: engarzó ciertos actos de su dios con acontecimientos históricos reales… Respecto a las religiones arcaicas y a las concepciones mito-filosóficas del eterno retorno, “
el judaísmo presenta una innovación de primera importancia: el tiempo tiene un comienzo y tendrá un final. El tiempo cíclico queda abolido. Yahvé ya no se manifiesta en el tiempo cósmico, sino en un tiempo histórico, que es irreversible”. Poco después, el cristianismo va más allá: “desde que Dios se encarnó, es decir, desde que asumió una existencia humana históricamente condicionada, la historia adquiere la posibilidad de ser santificada”. Eliade sostiene que el cristianismo es la religión del hombre encarrilado en el devenir histórico, “quien ha descubierto simultáneamente la libertad personal y el tiempo continuo en lugar del tiempo cíclico”. A partir de entonces la historia occidental tendría un antes y un después, un principio… y una idea de fin.




Tiempo moderno


La priorización del tiempo sobre el espacio ha sido una característica esencial de todas las teorías de la Modernidad. Una preocupación central de los teóricos sociales, desde la Ilustración y pasando por Vicco, Condercet, Saint-Simon, Comte y Spencer, hasta Hegel, Marx, Weber y Durkheim ha sido tratar de entender las relaciones socioeconómicas y sociopolíticas en términos de desarrollo, esto es, de avances que se van logrando y acumulando a través del tiempo. De acuerdo con el sociólogo Mike Featherstone (Undoing Culture: Globalization, Postmodernism and Identity.
SAGE), el paso de las sociedades tradicionales a las modernas se observa como una progresiva maduración de determinados procesos —industrialización, urbanización, mercantilización, racionalización, burocratización y expansión de la división del trabajo, el avance del individualismo y el fortalecimiento del Estado—. El camino hacia la modernización va aparejado al fortalecimiento de la convicción de que se progresa en el marco de la Historia Universal, y que por tanto la historia de Occidente es la historia del mundo entero. “Incorporada a estas teorías se asumía más o menos de manera explícita que la historia tiene una lógica interna, o un ímpetu direccional, que era entendido como el progreso”. La idea de progreso implica una dirección única de la historia y una meta, por lo cual “sugiere la finitud de la historia, el eventual arribo o llegada a una sociedad ideal o buena sociedad”.


Mircea Eliade falleció en Estados Unidos, en la ciudad de Chicago, en abril de 1986. Tres años después, el politólogo norteamericano Francis Fukuyama publicaría un influyente artículo en el cual decretaría el fin de la historia.



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