sábado, 10 de agosto de 2019

Madre Patria


Inicié la primaria con la Madre Patria. En los primeros días de septiembre de 1971, al arranque del ciclo escolar, la maestra Griselda nos entregó a cada alumno dos libros: Español, Civismo y Ciencias Sociales —un solo volumen—, y Mi cuaderno de trabajo de primer año. Entonces, la Comisión Nacional de los Libros de Texto Gratuitos estaba presidida por un político polifacético que, tres años atrás, había respaldado públicamente al presidente Díaz Ordaz y aplaudido la represión al movimiento estudiantil en Tlatelolco, Martín Luis Guzmán (1887-1976) —el novelista venía encabezado el organismo desde que fue creado, en 1959, y lo seguiría haciendo hasta que falleció—. En la página 3 de ambas publicaciones, después del crédito a las autoras —Carmen Domínguez Aguirre y Enriqueta León González—, se leía: “Cubierta de Jorge González Camarena”, y a renglón seguido, entre paréntesis: “Es la reproducción de un cuadro que representa a la nación mexicana avanzando al impulso de su historia y con el triple empuje —cultural, agrícola, industrial— que le da el pueblo”. Hoy, cuando el uso indiscriminado de mayúsculas laudatorias cunde, llama la atención nación mexicana, escrito con minúsculas, por lo demás, es correcto. También hay que atender el fraseo “la nación… avanzando al impulso de su historia”, que, si bien en última instancia resulta una tautología, plantea una muy distinta narrativa respecto a la que, desde la década de los ochentas del siglo pasado, venía empleando el gobierno para explicar el devenir de nuestro país —desde hace décadas, más que “avanzando al impulso de su historia”, México se desvive por alcanzar al primer mundo, tratando de emularlo, a pesar de su historia—. Además, se presentaba la cultura —no la educación ni la instrucción tecnológica— con el mismo peso que la agricultura y la industria. Y otra distinción importantísima: “el pueblo” no era la turba menesterosa a la que hay que sacar de su atraso, sino el agente protagónico del cambio, “el empuje” de la nación.

          
Las portadas de mis libros de texto estaban, en efecto, ilustradas con un detalle de La Patria, pintor y muralista tapatío Jorge González Camarena (1908-1980). Ya para aquel año La Patria era la Madre Patria, una imagen emblemática del nacionalismo posrevolucionario, y se había convertido en una de las más reproducidas y difundidas de toda la historia de México —entre materiales para profesores y alumnos, ilustró más de 350 títulos, con un tiraje de más de 520 millones de ejemplares—. En 1971, González Camarena ya no era sólo un continuador de la escuela de los tres grandes —Rivera, Orozco y Siqueiros—, sino que más bien se encontraba en el pináculo de su carrera: su presencia se había internacionalizado —eso patentiza su mural Presencia de América Latina (1964-65), realizado en la Ciudad Universitaria de Concepción, Chile—, en 1969 había ingresado a la Academia de Artes, de septiembre a octubre del 1970 se había montado una magna exposición retrospectiva de su obra en el Museo de Arte Moderno, y al mes siguiente Díaz Ordaz le había otorgado el Premio Nacional de las Artes. En la ceremonia de entrega del reconocimiento dijo: “Porque ciertamente… es ya toda una vida sostenida de pie ante el caballete, o bien sobre los andamios, frente a los muros…, para afirmar lo que en mi concepto me corresponde decir como pintor que, sabiéndome parte inherente de la hermandad universal, lo soy desde mi particularidad mexicana”.
           
La Patria, óleo sobre tela (120 x 160 centímetros), fue realizado en 1962. González Camarena mismo revela —y también mitifica— quién fue la mujer que modeló para él. Su amigo Antonio Luna Arroyo lo narra (González Camarena. México, 1995): “… sólo queremos aludir… a una de sus modelos, una bella mujer indígena que llena una larga época de la vida del artista. Se trata… de la esposa joven (18 años) de un terrible auxiliar policiaco de un notable político del estado de Hidalgo. Cuenta González Camarena que cuando conoció a la señora inmediatamente pensó en que podía ser una excelente modelo no sólo por su belleza corporal, sino sobre todo, por el carácter auténticamente indígena que poseía: se trataba… de una joven con todas las características típicas de las princesas indígenas que podían enloquecer… a los conquistadores —¿cómo a él mismo?—. Nos relata el artista… los peligros… para conversar con la mencionada señora tratando de convencerla de que posara… Primero… se resistía y le señalaba que los grandes peligros en que ambos se colocaban, conociendo a su esposo, el que con el que solo propósito de garantizar su fidelidad, le disparaba una carga completa de su pistola a los pies. ‘Con esos truenos —le decía la señora a Jorge— no hay nada que hacer, pues me imagino que me encuentre posando para usted y se realiza, sin duda, al día siguiente un sepelio doble’. Y Jorge González Camarena vigilaba al pistolero… buscando la oportunidad de… convencer a la torturada belleza, hasta que un día presenció un sepelio, y triste y emocionado preguntó… quién iba en la caja mortuoria, tal vez pensando… en su ansiada modelo, y cuál sería su sorpresa que se trataba… del esposo que había muerto en una refriega… Esperó cuarenta días…, y después decididamente fue a visitar a la viuda a la que convenció, no sin dificultades, de que posara para él: entonces ella tenía 19 años. Y así nació la simbiosis más agradable y duradera… No hay necesidad de describirla, figura en casi todos los trabajos del artista desde sus más importantes obras murales hasta en las carátulas de los libros de texto gratuitos… Cualquier visitante del estudio del pintor encontrará… tres o cuatro retratos de ella en proceso de terminarse o en camino de corrección… Por otra parte si se le inquiere al artista sobre ella dice que se trata de una modelo perfecta, que la sienta, o la mueve, para trabajar y cuando le dice así está bien, ella permanece quieta como una estatua, eso sí, con una gran expresión… ‘Y así fomenta mi inspiración, facilita mi trabajo y no me crea el menor problema estético. Por eso la considero modelo perfecta y por eso se repite y se repetirá mientras me permita trabajar con ella. Se trata de una guapa y joven mujer de Tlaxco, Tlaxcala, llamada Victoria Dorenlas’”.
           
Victoria, tlaxcalteca, la Madre Patria. Tiene sentido.

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