viernes, 22 de mayo de 2020

La normalidad inexistente


We can start to begin
Living in the world we live
This is it, here and now
We can find our way somehow
Paul McCartney, Dominoes.


¡Vaya temporada por la que nos tocó en suerte transitar: insólita, inusitada, sorpresiva! Y, claro, en tiempos anómalos, aparejadas al desasosiego y la incertidumbre, las expectativas prenden rápido y cunden por doquier… ¿Cómo van a quedar las cosas después de la pandemia? ¿Cuándo por fin regresemos seguiremos igual? ¿En qué condición vas a encontrarte tú después de que todo esto pase? ¿Cambiará mi situación? ¿Para bien, para mal? ¿El mundo empeorará o mejorará? Por supuesto, las respuestas posibles abarcan un espectro muy amplio, pero voy generalizar… En un extremo encuentro a los conservadores y en el opuesto los progresistas, la gente de derechas y la de izquierdas, pues. Los unos suelen ser desconfiados, maliciosos, y los otros, cándidos, ingenuos. Los conservas declaran sin dudarlo un segundo que lo que se nos viene encima es una hecatombe económica, política, social, sanitaria… you named it, o, si acaso, que todo continuará exactamente igual que antes, pero con el agravante de que el mentado SARS-CoV-2 se quedará aquí despachando gente al panteón… Los progres en cambio sostienen que el coronavirus no es otra cosa que la gota que derramará el vaso definitivamente, que de por sí el status quo ya no aguantaba más y que, por tanto, estamos en los albores de un gran cambio de sistema, por descontado, hacia un modelo más benévolo. En pocas palabras, pesimistas por un lado, optimistas por el otro.



Como era de esperarse, a la facción de los pesimistas le ha caído muy mal la sola idea de la nueva normalidad —¿podrá haber una noción más antagónica frente a la ideología conservadora?—: ¿cómo que nueva normalidad? ¡Las cosas son como son y punto! En contrapartida, entre sus opositores la idea fue muy bien recibida, prácticamente como una promesa. Y es que enunciar que después de la pandemia habremos de inaugurar una nueva normalidad resulta, en efecto, por sí misma una proclama revolucionaria. Con todo, percibo que tanto en unos como en otros impera la preconcepción de que la supuesta normalidad futura ya está definida, escrita, determinada, de tal manera que lo que nos queda no es construirla sino predecir cómo será…

La palabra normalidad es tramposa. Se refiere tanto a lo que es natural como a lo que es habitual u ordinario, pero también a lo que se ajusta a las reglas, a la normatividad. Una connotación compartida por las tres acepciones señala, por supuesto, que la normalidad es el estado como deben estar las cosas. Así, una permuta de normalidades, pasar de una que se desecha por una u otra razón a otra nueva, es un cambio del orden de las cosas. Ni más ni menos. No es de extrañar entonces que el anuncio de una inminente nueva normalidad ponga nerviosa a mucha gente.

Por conveniencia, por tranquilidad, mantenemos en el olvido que el orden de las cosas no es obligado, que la dichosa normalidad no es más que una ilusión colectiva. Toda normalidad tiene caducidad, y a diferencia de lo que solemos pensar, puede trasmutar en unos cuantos días. “La pandemia de COVID-19 y la crisis económica que desató no terminarán, si terminar significa que las cosas volverán a ser como eran. Lo que haya sido que pudiera haber significado normal el 1º de enero de 2020, nunca volverá.”, escribe Rebecca Solnit, experta en las respuestas sociales a las situaciones de desastre, en un ensayo publicado hace un par de días en The GuardianThe way we get through this is together’: the rise of mutual aid under coronavirus—. Y en dado caso, ¿cuándo comenzaría esa otra normalidad? Laurie Garrett explicó hace unos días en una entrevista para Democracy Now! que es un error entender que la pandemia del coronavirus será como una especie de tsunami del cual, en confinamiento, habrá que escapar, para que una vez que haya reventado la enorme ola en la playa las cosas vuelvan a ser como antes. Sucede más bien que el mar ha embravecido y las olas pegarán aquí y allá a lo largo de mucho tiempo. El COVID-19 no se va a ir ni el próximo mes ni este año. Ahora, tampoco se haga usted demasiadas ilusiones, porque toda situación anormal es efímera, por antonomasia. La situación de contingencia terminará.

“Los antiguos sabían muy bien que la única manera de entender acontecimientos era causarlos”( Nassim Nicholas Taleb, El lecho de Procusto). La nueva normalidad no está allá afuera esperándonos. Ni siquiera podemos decir que hay que salir a construirla. Buena parte de la vieja normalidad que está feneciendo ahora mismo está caducando puertas adentro, aquí en casa, en esta cotidianeidad extravagante que hoy vivimos. Buena parte de la nueva normalidad que surgirá a lo largo de los siguientes días y semanas está ahora mismo gestándose bajo nuestra propia piel, en nuestros cuerpos y conciencias —por ejemplo, en la manera en la que obligadamente hemos podido percibir el mundo a otra velocidad, desde la parsimonia—.

La nueva normalidad no está aguardándonos en junio ni en un futuro más lejano. Ni siquiera podemos decir que la vamos a construir de hoy en adelante. La mayor parte de la normalidad, de cualquier normalidad, se construye con base en acuerdos tácitos, acuerdos que nunca se someten a discusión pública, mucho menos a votación. Pesimistas y optimistas intervendremos en esos acuerdos y tal vez quienes logren una mayor incidencia sean quienes lo hagan de manera consciente, sin tratar de adivinar un futuro que todavía no existe.

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