sábado, 6 de junio de 2020

Fantasía profeta


Our reasons are not prophets
When oft our fancies are
Shakespeare, The Two Noble Kinsmen.



— En 2020, la realidad sorprendió a la humanidad con un evento totalmente previsible.

— Incluso predicho, si me permites…, un evento predicho.

— De acuerdo: la realidad nos sorprendió con un evento que no debería haber sorprendido a nadie porque había sido predicho por más de uno.

— La realidad… o la Naturaleza, como dirían los ecologistas: la Naturaleza sorprendió a la humanidad.

— De acuerdo, la realidad o la Naturaleza, si prefieres… Apareció una amenaza microscópica y para pronto, para paliar un poco el susto, le pusimos nombre: SARS-CoV-2.

— Y después del estupor por la aparición del nuevo coronavirus…, ¿qué pasó?

— Sucedió que el asombro sentó sus reales…

— ¡Claro! Y comenzamos a proyectar escenarios, a tratar de domar la incertidumbre presente haciendo como si fuéramos capaces de adivinar el futuro.

— En México se advirtió: aún no hay uno solo caso detectado, pero va a llegar, hay que prepararse.

— Y llegó. El 27 de febrero se confirmó el primer caso de COVID-19 en el país.

— El 11 de marzo la Organización Mundial de la Salud declaró al COVID-19 como pandemia. Y enseguida, el pánico comenzó a propagarse: pánico y pandemia no comparten raíz etimológica, pero deberían.


— ¡El pánico púnico! ¿Y luego de la sorpresa y el pánico?

— Pues nada, darse cuenta: darse cuenta de que realmente sabemos muy poco del condenado bicho, y darnos cuenta de que el orden de las cosas está mucho más desbarajustado de lo que habíamos pensado…

A partir de ahí, la contingencia sanitaria ha extendido una especie de manto de incertidumbre por todo el mundo. La perplejidad se ha instalado como estado de ánimo generalizado. Acto seguido vino la encerrona: más bien atolondrados, miles de millones de seres humanos —alrededor de la mitad de la población del planeta, distribuida en más de noventa países— nos recluimos, casi todos voluntariamente, confinados en nuestros propios hogares. Aquí en México, la cuarentena comenzó el 23 de marzo, y conforme se extiende el impasse, una suerte de Purgatorio, de ignoto paréntesis, la normalidad previa al brote endémico va caducando.


— Pero ¿cuándo regresaremos a la normalidad? —la pregunta misma día a día ha ido perdiendo sentido. Permanecer en la creencia de que algún día vamos a regresar a la normalidad previa a la pandemia no es resistencia al cambio, es una combinación de ceguera e ingenuidad…, por lo demás, una actitud muy humana.

El domingo pasado concluyó la Jornada Nacional de Sana Distancia…, pero el confinamiento no se acaba: el semáforo se ha encendido y estamos en rojo, todo el país excepto Zacatecas, así que debemos seguir como estábamos o como debíamos haber estado: en casa.

— ¿Y el miedo?

— Tú dirás: el 17 de abril alcanzamos los primeros mil muertos por COVID-19; el 1º de junio, sobrepasamos los diez mil.

— No, pues se ve difícil que volvamos a la normalidad.

Regresar a la normalidad. El fraseo es tramposo. Si retornaremos a la normalidad anterior o si pasaremos a una nueva normalidad cuando todo esto termine es una falsa disyuntiva. Será imposible regresar al orden anterior de las cosas porque todo esto no va a terminar —vacunar contra el COVID-19 a más de siete mil y medio millones de personas no se ve como algo próximo, si ni siquiera existe la vacuna—. Será imposible regresar a la normalidad previa, sencillamente porque el mundo cambió.

Hace unos días The New York Times publicó un excelente trabajo de abstracción y síntesis: 54 Ways Coronavirus Has Changed Our World. Un pequeño párrafo da entrada: “La pandemia de coronavirus ha alterado el mundo inconmensurablemente, pero las mentalidades estadísticas persisten en tratar de medirlos cambios. Estos son algunos aspectos de nuestras vidas que han tenido una tendencia ascendente o descendente, o ambos, con una historia de fondo vinculada a cada uno de ellos”. Y enseguida la lista, con flechitas para arriba o para abajo: desempleo en el mundo ­; globalismo ¯; mortalidad mundial ­; emisiones globales de gases de efecto invernadero ¯; acciones bursátiles ¯­¯­; petróleo ­¯­¯; robos ­; delincuencia ¯; suplantación de identidad­; mascarillas ­; aprecio por los trabajadores de la salud ­; pago de los seguros de salud de los trabajadores ¯; tasas de vacunación ¯; trasplantes de órganos ¯; donación de órganos ¯; exceso de velocidad en las ciudades ­; bicicletas ­; animales atropellados en carreteras ­; ventas de juguetes sexuales ­; sexo ¯; ganas de escribir ­; escritura en línea ­; ceremonias fúnebres en línea ­; venta de tarjetas de condolencias ­; correo ¯; enseñanza en línea ­; videoconferencias ­; apuestas en línea ­; ebooks ­; libros ¯; tiempo frente a la computadora ­; energía eléctrica ¯; trabajo en casa ­; niños en casa ­; niños en los trabajos ­; mascotas en los trabajos ­; solicitud de crianza de perros ­; consumo de frijoles ­; venta de semillas ­;  harina ­; levadura ­; masa fermentada ­; comida rápida ¯; cenas informales ¯; cenas elegantes ¯; entregas a domicilio ­; paquetes de comida ­; bebidas alcohólicas ­; cielos azules ­; tiempo en la calle ¯; arcoíris ­; distancia ­…, y cierra con… ¿cercanía?

Junto con las grandes mutaciones, con los grandes cambios que podríamos llamar estructurales, con los quiebres que desde ahora parecen ya sistémicos, también debemos tomar en cuenta las pequeñas transformaciones que han y están ocurriendo intramuros, en casa. Miles de millones —no exagero— de hombres y mujeres alrededor del orbe nos hemos visto obligados a modificar sustancialmente nuestras rutinas cotidianas. El mundo cambió, nosotros mismos cambiamos. Pronto, poco a poco vamos a reencontrarnos en las calles, en los trabajos, en las escuelas, en el espacio público, y nos hallaremos distintos… Es previsible, pero nos vamos a sorprender.

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