viernes, 9 de octubre de 2020

Mil palabras sobre una fotografía

Strictly speaking, one never understands anything from a photograph…

Only that which narrates can make us understand.

Susan Sontag, On Photography.


“Una imagen dice más que mil palabras”. Estas siete palabras conforman una de las paremias más repetidas en el mundo contemporáneo, sorrajada usualmente por doctos y legos sin mayor reflexión, como máxima indiscutible. Es un dogma de nuestra era iconográfica, emblema de una cultura que tiene al sentido de la vista como el gran censor de la realidad, como la autoridad inapelable y el juez último e infalible… La frase condensa la condición que Giovanni Sartori alude como “la primacía de la imagen, es decir, de la preponderancia de lo visible sobre lo inteligible” (Homo videns.). Desde la instauración de la sociedad teledirigida y hoy más que nunca, estampa mata pensamiento. Pero verá usted que no, que no es así, y si no, a ver, ahora mismo tome un lápiz e intente comunicar con una imagen esa misma proposición, expresada nítidamente con tan pocas palabras: “Una imagen dice más que mil palabras”.

 

Es cierto que una imagen puede tener un poder semántico colosal —por ejemplo, las pinturas rupestres de la cueva de Lascaux, El grito de Edvard Munch, el Guernica de Picasso o celebérrimos retratos como el del Che Guevara de Alberto Korda o el de Albert Einstein sacando la lengua de Arthur Sasse—, pero se trata de una riqueza de significados necesariamente aparejada a una enorme holgura sintáctica, los cual produce invariablemente un mensaje ambiguo, de interpretación diversa, equívoca. ¿Qué expresa la sonrisa de la Mona Lisa de Leonardo Da Vinci? No existe una respuesta inequívoca.

 

Pese a toda la evidencia cotidiana —¿las vías de los trenes realmente se juntan en la distancia?—, creemos firmemente en lo que vemos, de ahí la contundencia de una imagen. ¡Lo vi con mis propios ojos! Dada su tramposa autoridad cognitiva —“lo que se ve parece ‘real’, lo que implica que parece verdadero”, explica Sartori— y la obligada ambigüedad de lo que transmiten, las imágenes, especialmente las fotográficas, suelen emplearse como punta de lanza para difundir bulos —o si se prefiere fake news—. Ver para creer…

 

La mañana del lunes 28 de septiembre, Erika León Cruz despertó sabiendo que tendría una jornada de trabajo complicada, difícil, aunque no podía imaginarse que en unas horas su rostro cobraría fama. Ella es una de las mil cuatrocientas oficiales de la policía que fueron convocadas para cuidar la marcha que algunos grupos feministas realizarían en el centro de la Ciudad de México, en el marco del día de la Acción Global por la Despenalización y Legalización del Aborto. De los 47 años que tiene de vida, Erika ha dedicado 29 a trabajar en la policía.

 

La reportera Ariana Alfaro de La Prensa, testimonió desde el lugar de los hechos: “Con bombas caseras, gas, pintura, vidrios, tierra, palos, tubos y martillos, manifestantes… además de lanzar consignas, arremetieron en contra del cuerpo policiaco conformado por mujeres de donde, más de 40 uniformadas resultaron lesionadas”. Como siempre, las agresoras no fueron todas las marchistas, ni siquiera la mayoría, sino un contingente de personas embozadas autodenominadas anarquistas. En su nota, Alfaro informa: “Entre las imágenes que circularon en redes sociales, se encuentra la de Erika Cruz, Policía Segundo de la Policía Ambiental, a quien se le captó con lágrimas en los ojos y de la que se cuentan diversas historias…” Esa tarde, como otras miles y miles de personas, yo seguí el desarrollo de los eventos a través de twitter. Cuando apareció la foto en mi time line me pareció tremendamente elocuente. Erika aparece de frente, uniformada, con un cubrebocas negro, el casco puesto pero con la careta levantada: tiene fija la mirada en la lente; sus ojos se ven enrojecidos, parece que está a punto de llorar o que ha llorado. Retuiteé la foto con una pregunta. También comenté un video en el que se observa cómo un varias esbozadas persiguen a otra mujer policía y cuando le dan alcance, la tiran al suelo y la patean salvajemente. 

 

Al día siguiente, una de mis hijas me mandó un tuit de Animal Político: “En redes circula la foto de una policía que tiene mirada triste y ojos rojos, algunos usuarios aseguran que la mujer recibió golpes y patadas por parte de las feministas este #28S. Esto es FALSO.” El tuit ligaba a una nota que daba cuenta de que quien tomó la foto fue Kena Uribe, reportera de Telediario. Ella había tuiteado la imagen a las 16:24 del mismo lunes: “Este es el rostro de las ateneas”. La propia reportera tuiteó a la mañana siguiente: “Esa fotografía ¡yo la tome! [sic]…, se la tomé justo después de que nos cayó gas a los ojos y de que una manifestante le contó cómo fue abusada sexualmente en su escuela”. O sea que Erika lloraba no por haber sido golpeada por las manifestantes, sino irritada por el “gas” y conmovida por la historia que una de ellas le contó. Después de leer la nota releí el RT que yo había dado a la fotografía y, con todo, me siguió pareciendo pertinente mi pregunta: “¿El “Estado represor”?

 

¿Fin de la historia? No, faltaba conocer otra versión de los hechos… El 30 de septiembre la youtuber Meme Yamel entrevistó a la oficial Erika León Cruz, el rostro viralizado; el cuestionamiento obligado era por qué se veía triste en la foto y a punto de llorar: “Más que nada fueron sentimientos encontrados en ese momento, ya que no podía creer que una mujer agrediera a otra mujer, ¿no? El ver cómo nos decían y nos decían. En esos momentos pasaban muchas personas…, muchas agrediéndonos, lastimándonos. Fue el hecho de que nos aventaron cuanta cosa traían ellas, sus bombas Molotov, cosas que preparaban ellas mismas. Fue la reacción, la irritación de mi cara. Fue más que nada eso lo que pasó”. 

 

Así que no, la fotografía de la oficial León Cruz no dice más que mil palabras.




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