viernes, 4 de diciembre de 2020

La abuela Gea

Gaia

 

Ya he traido a cuento aquí el nuevo libro de la británica-australiana Gaia VinceTranscendence. How humans evolved through fire, language, beauty and time (Basic Books, 2020). Un ensayo de avanzada acerca de cómo ha sido que los sapiens, en apenas unos pocos miles de años, “hemos pasado de ser un primate insignificante en peligro de extinción en las sabanas de África hasta convertirnos en el animal grande más numeroso de la Tierra”, el más peligroso y letal, la especie que actualmente consume algo así como 40% de la producción primaria total del planeta, equivalente a toda la energía solar procesada por las plantas. Vince muestra que a estas alturas de la evolución cultural ya todos somos ciborgs, y que además que hemos transmutado el mundo entero, de tal suerte que los espacios naturales propiamente dichos ya sólo existen como una abstracción, como una ilusión colectiva producida por la nostalgia de paraíso. “La acumulación de nuestros cambios materiales por sí sola, incluidas carreteras, edificios y tierras de cultivo, ahora pesa aproximadamente unos treinta millones de millones (1012) de toneladas, y nos permite soportar a una población mundial ultraconectada que se dirige a nueve o diez mil millones de personas. Mira a tu alrededor: somos los diseñadores inteligentes de todo lo que ves. No hay ninguna parte de la Tierra que no haya sido tocada por nosotros…” 

 

 

Γαῖα

 

Decir Gaia es decir Gea. Gaia proviene del mero principio, del Antes Absoluto, del Desorden Pretérito: “En primer lugar existió el Caos”, el Todo Desarticulado, una divinidad sin culto, la entidad sin identidad. ¿Qué siguió? “… Gea la de amplio pecho…” Eso es lo que en su Teogonía nos cuenta Hesíodo, un poeta que habría nacido cerca de Tebas, en una pequeña ciudad llamada Ascra, alrededor del 750 a. C. —el sitio tiene relevancia porque se localiza muy cerca del Helicón, en Beocia, un monte en el que habitan las hijas que Memósine tuvo con Zeus, las Musas, y según Hesíodo la cosmogonía que él canta, la olímpica, se debe a la inspiración de las nueve Heliconíadas: “¡dichoso aquel de quien se prendan las Musas! Dulce le brota la voz de la boca”—. Como Gea, el Tártaro —un abismo más profundo y tenebroso que el Hades—, Érebo —la oscuridad—, Nix —la noche— y Eros surgieron del Caos.

 

Gea, la Madre Tierra, fue la progenitora primigenia: dio a luz primero al cielo plagado de astros, el dador de la lluvia, “el estrellado Urano, con sus mismas proporciones, para que la contuviera por todas partes y poder ser así sede siempre segura para los felices dioses…” Luego, incestuosos, madre e hijo se dedicaron a procrear: “Contemplándola tiernamente desde las montañas, él derramó una lluvia fértil sobre sus hendiduras secretas, y ella produjo hierbas, flores y árboles, con los animales y las aves adecuados para cada planta. La misma lluvia hizo que corrieran los ríos y llenó de agua los lugares huecos, creando así los lagos y los mares” (Robert Graves, Los mitos griegos). Gea y Urano tuvieron abundante descendencia: los cíclopes —Arges, Brontes y Estéropes—; los Hecatónquiros, “enormes y violentos” —Coto, Briareo y Giges—; las titánides Tea, Rea, Temis, Mnemósine, Febe y Tetis, y sus hermanos los titanes: Océano, Ceo, Crío, Hiperión, Jápeto y Cronos, este último, según Hesíodo, “de mente retorcida, el más terribles de los hijos, lleno de un intenso odio hacia su padre”. Él será quien, siguiendo las instrucciones de su señora madre, se hará del poder durante un tiempo, no sin antes dañar irreparablemente la divina anatomía a su padre: “Vino el poderoso Urano conduciendo la noche, se echó sobre la Tierra ansioso de amor y se extendió por todas partes. El hijo, saliendo de su escondite, logró alcanzarle con la mano izquierda, empuñó con la derecha la prodigiosa hoz…, y apresuradamente segó los genitales de su padre y luego los arrojó…” Pero su poder fue eterno solamente mientras duró: resulta que habría de tener el mismo destino que su padre: uno de sus hijos, “el prudente Zeus, padre de dioses y hombres”, habría de destronarlo. El tercer hijo de Cronos y su hermana Rea, Zeus, con ayuda de su abuela materna/paterna, Gea, logró crecer oculto de la furia filófaga de su padre… No hay espacio aquí para entrar en detalles, pero Zeus engañó a Cronos, liberó a sus hermanos engullidos y luego los comandó en la guerra contra toda la primera camada de Gea y Urano, la Titanomaquia. Zeus derrotó a Cronos y a los demás titanes, a quienes despachó al Tártaro. Zeus y sus hermanos mayores, Poseidón y Hades, se repartieron el mundo. A Gea la dejaron en paz…, hasta entonces, y ella quedó resentida, hasta ahora…


Ética

“Mientras disfrutamos de los jardines plantados por nuestros antepasados, no debemos robar la sombra a nuestros descendientes”; Gaia Vince cierra su libro instándonos a asumir la responsabilidad que nos toca, porque después de todos, “no hay nadie más que nosotros”. Encuentro el mismo planteamiento en un documento publicado hace unos días: “Compartimos el planeta con un sinfín de organismos no humanos. Muchos de ellos están en la tierra desde millones de años antes del surgimiento de la humanidad y muchos otros seguirán aquí cuando ya no estemos. De las plantas y de los otros animales nos distinguen el intelecto y una capacidad cualitativamente mayor para transformar el entorno, tan portentosa como terrible. Salvo por las comunidades agrarias y ancestrales, la humanidad ha perdido el control de esa capacidad y ha generado daños inconmensurables al medio ambiente. Es un imperativo ético… recuperar ese control para restaurar los ecosistemas dañados o destruidos y colaborar para recuperar el equilibrio perdido en el ámbito planetario, no sólo por la supervivencia de las otras especies sino por la de la nuestra” (Guía Ética para la transformación de México, 2020).








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