jueves, 17 de junio de 2021

Aspiracionismo y esnobismo


1. El aspiracionismo puede ser mortal. La siguiente anécdota no es mía, la relata Eduardo Galeano (Montevideo, 1940-3025) en su libro Patas arriba. La escuela del mundo al revés:

En el otoño del 98, en pleno centro de Buenos Aires, un transeúnte distraído fue aplastado por un autobús. La víctima venía cruzando la calle, mientras hablaba por un teléfono celular. ¿Mientas hablaba? Mientras hacía como que hablaba: el teléfono era de juguete.

Hegel pensaba que la diferencia entre los seres humanos y el resto de los animales es que nosotros los sapiens podemos tener valores superiores a la vida misma; es decir, que somos capaces de morir por amor, por desamor, por la patria, por un dios, qué se yo…, por una aspiración… Pues sí, y hasta por puro aspiracionismo.

 

[Y antes de seguir adelante, más vale repetirlo: el aspiracionismo se da entre la clase media —la clase baja aspira legítimamente a sobrevivir y en el mejor de los casos a pasar a la clase media, mientras que la clase alta no tiene motivo para fingir lo que ya es—, así que, necesariamente, todo aspiracionista es clasemediero, aunque, claro, no todo clasemediero es aspiracionista (Aspiracionismo y clase media). Entonces explicitemos una perogrullada sociológica —dados los afanes de confundir a la gente que pululan hoy, más vale—: la crítica al aspiracionismo no es una crítica a la aspiración de la movilidad social, mucho menos una crítica al terror de la clase media a depauperarse.]

 

2. Sobre mi texto Asipiracionismo y clase media, comenta el Maestro de El Pueblito:

Si mal no recuerdo, GC, don Carlitos Marx habló del pequeño burgués. No sé más, pero sí es claro que su aspiración es ser, realmente, un burgués; es decir, ser alguien que explote al próximo para ser alguien en la vida: niveles de consumo distinguidos o fifís.

A lo que le respondo ipso facto:

Así mero escribió en el siglo XIX don Carlos. Ahora parte de esa pequeñita burguesía se desvive por disfrazar su pequeñez sustantiva con ínfulas de grandeza.

Y ahora agrego: ¿sí nos damos cuenta de la terrible premisa que subyace a la frasecita hecha “hay que esforzarse para ser alguien en la vida”?  Solamente quien se asume como nadie tendría que esforzarse por ser alguien…

 

3. El aspiracionismo es fetichista. Las aspiraciones pueden ser inconmensurables; el aspiracionismo, no. Por ejemplo, las aspiraciones no se miden en pulgadas de pantallas planas, los aspiracionismos a veces sí. Como el ansia consumista, quien lo padece está condenado a la insatisfacción. Sobre las ansias aspiracionistas, Galeano describe:

El sistema niega lo que ofrece, objetos mágicos que hacen realidad los sueños, lujos que la tele promete, las luces de neón anunciando el paraíso en las noches de la ciudad, esplendores de la riqueza virtual…

El sistema niega y mantiene la zanahoria, atada con la cuerda del crédito, frente a la testa de la mula. Para medir el alcance de las aspiraciones no sirven los límites de las tarjetas de crédito; para medir el aspiracionismo, sí.

 

4. Con tres brochazos, Eduardo Galeano retrata al aspiracionista:

… la apariencia como núcleo de la personalidad, el artificio como modo de vida, la utopía a cuarenta y ocho meses de plazo.

 


5. El aspiracionismo clasemediero es purapintista y sufre de copianditis. Explica Galeano:

Los préstamos, que permiten atiborrar con nuevas cosas inútiles a la minoría consumidora, actúan al servicio del purapintismo de nuestras clases medias y de la copianditis de nuestras clases altas.

Es decir, la pretensión de ser dando el gatazo, la pura pinta, copiando a las clases altas.

 

6. A lo largo de su libro autobiográfico Memory hold-the-door, el escritor y diplomático escocés John Buchan (1875-1940) se refiere en varios momentos a Ramsay Macdonald, el primer laborista electo como primer ministro en el Reino Unido. En uno de esos pasajes, en el que sale en defensa del político, Buchan frasea una espléndida definición de los motores del aspiracionismo:

Cuando sus días de lucha terminaron y se encontró en un lugar alto, no sabía muy bien qué hacer con su poder, porque el suyo era un reino de sueños, no de cosas y hombres. La acusación más tonta que se le hizo fue la de pecar de esnobismo. Le gustaban las personas cultivadas, de larga descendencia y las cosas bellas, y tuvo la honestidad de admitirlo. Pero la verdadera definición de un esnob es aquel que anhela lo que separa a los hombres, más que lo que los une… Ramsay Macdonald era el extremo opuesto… Las cosas que le eran más queridas eran las que felizmente se encuentran en la comunidad más amplia: viejos amigos, la gente de su parroquia natal, las canciones y cuentos de su juventud, las bellezas estacionales de la naturaleza.

Ahí tiene usted: el afán por distinguirse de los pares con cosas, separarse de los demás como uno… En efecto, el aspiracionismo es una de las características sustanciales del esnobismo. 

 

7. En su “Prólogo para franceses” (1937) a La rebelión de las masas, José Ortega y Gasset nos recuerda el origen de la palabra snob o esnob: “en Inglaterra las listas de los vecinos indicaban junto a cada nombre el oficio y rango de las personas. Por eso, junto al nombre de los simples burgueses aparecía la abreviatura s. nob., es decir, sin nobleza.” El esnob “… es sólo un caparazón. De aquí que esté siempre en disponibilidad para fingir ser cualquier cosa. Tiene apetitos, cree que tiene derechos y no cree que tiene obligaciones: es el hombre sin la nobleza que obliga—sine nobilitate—, snob”.

 

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