miércoles, 27 de abril de 2022

Vasconcelos y los ovnis fronterizos

 

Despuntaba apenas el siglo XX. El niño José Vasconcelos Calderón vivía en Piedras Negras —entonces Ciudad Porfirio Díaz—, Coahuila, y estudiaba la primaria en Eagle Pass, Texas. De lunes a viernes cruzaba el puente, pasaba la frontera. Cuenta en su libro autobiográfico Ulises criollo, que un día, seguramente sábado o domingo, cuando regresaban de un paseo transfronterizo, él y su familia vieron una flotilla de ovnis. La narración es estupenda. Mientras la leía, como impulsados por resortes neuronales, afloraron algunas de las anécdotas que mi abuela, quien también pasó sus primeros años muy cerca de la frontera con Estados Unidos, ella en Altamira, Tamaulipas, solía contarme de los varios avistamientos de objetos voladores no identificados, no identificados pero fáciles de describir: platillos voladores.

 

Enseguida, el relato de Vasconcelos.


 

¿Alucinación?

Regresábamos de un paseo «al otro lado». La mañana estaba luminosa y tibia. Leves gasas de niebla borraban el confín, se esparcían por la llanura. Serían las once de la mañana y comenzaba a quemar el sol. Desde el puente contemplábamos la margen arenosa, manchada de grama y mezquites, cortada de arroyos secos. En suave ondulación baja el terreno hacia la cuenca del río que corre manso. De pronto, nacidos del seno humoso del ambiente, empezaron a brillar unos puntos de luz que avanzando, ensanchándose, tornábanse discos de vivísima coloración bermeja o dorada. Con mi madre y mis hermanas éramos cinco para atestiguar el prodigio. Al principio creíamos que se trataba de manchas producidas por el deslumbramiento de ver el sol. Nos restregábamos los ojos, nos consultábamos y volvíamos a mirar. No cabía duda; los discos giraban, se hacían esferas de luz; se levantaban de la llanura y subían, se acercaban casi hasta el barandal en que nos apoyábamos. Como trompo que zumbara en el aire, las esferas luminosas rasgaban el tenue vapor ambiente. Hubiérase dicho que la niebla misma cristalizaba, se acrisolaba para engendrar forma, movimiento y color. Asistíamos al nacimiento de seres de luz. Conmovidos comentábamos, emitíamos gritos de asombro, gozábamos como quien asiste a una revelación. 

En tantos años de lecturas diversas no he topado con un explicación del caso, ni siquiera con un relato semejante, y todavía no sé si vimos algo que nace del concierto de las fuerzas físicas o padecimos una alucinación colectiva de las que estudian los psicólogos. 

 

 

 

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