miércoles, 25 de mayo de 2022

Cultura y locura

  

Para Juan Collignon Hoff

  

 

¿Quién mejorará mi suerte?

¡La muerte!

Y el bien de amor, ¿quién le alcanza?

¡Mudanza!

Y sus males, ¿quién los cura?

¡Locura!

 

Dese modo no es cordura

querer curar la pasión,

cuando los remedios son

muerte, mudanza y locura.

 

Miguel de Cervantes, Don Quijote de la Mancha.

 

 

Locura potenciada

El Playboy de diciembre de 1974 fue un manjar. La edición incluía una sesión de fotografías eróticas surrealistas dirigidas por Salvador Dalí, sendas entrevistas con Robert Redford y Gene Wilder —estaba por estrenarse el hoy clásico Young Frankestein, de Mel Brooks—, un texto de Arthur C. Clark; un destacamento de esculturales modelos encueradas —Janice Raymond, una británica, fue la playmate del mes—, un cuentazo de Isaac Bashevis Singer…, and much, much more!

 


Bashevis Singer, un icono de la tradición cultural judía, había nacido en 1903 en Polonia, entonces parte del Imperio ruso, y habría de morir a los 87 años en Miami. Le tocaron pues sufrir varios pogromos, dos guerras mundiales, el holocausto, la guerra fría… En 1978, cuatro años después de la publicación en Playboy de A tale of two sisters, sería galardonado con el Nobel de Literatura.

 

Leon Bardeles, el estrambótico protagonista de Una historia de dos hermanas, narra los años que vivió en tormentosa poligamia con Dora y Ytta, y comparte sus reflexiones sobre el comportamiento de la gente, entre otras, esta: “Mi teoría es que la especie humana ya estaba loca desde los orígenes y que la civilización y la cultura sólo reforzaron esa locura”. 

 

 

Locura y malestar

En En el malestar de la cultura (1930), Sigmund Freud (1856-1939) había presentado ya un planteamiento semejante a la teoría de Leon Bardeles. Él también está de acuerdo en que la mayoría de los sapiens andamos por la vida medio deschavetados, aunque aduce que afortunadamente no todos tenemos crisis simultáneas. Según el médico austriaco, la civilización y la cultura no son más que “la suma de las producciones e instituciones que distancian nuestra vida de nuestros antecesores animales, y que sirven a dos fines: proteger al hombre contra la naturaleza y regular las relaciones de los hombres entre sí”. Para lograr el segundo propósito, la cultura necesariamente impone límites a la gente, particularmente reprime las pulsiones sexuales y de hostilidad. La cultura reposa sobre la renunica a las satisfacciones instituales y por ello produce necesariamente frutración, malestar y a final de cuentas neurosis —locura, decimos los legos—.

 


 

Locura domesticada

Por mi parte, acerca del origen de la locura que tan escandalosamente cunde entre hombres y mujeres no suscribo ni la teoría freudiana ni la que esgrime el lascivo protagonista del cuento de Isaac Bashevis Singer —por lo demás, cercanísimas entre sí—. Más bien me inclino a pensar que es el sociólogo —más polímata— norteamericano Lewis Mumford (1898-1990) quien está en lo correcto. 

 

Mumford sostiene que los sapiens somos en principio creaturas exploradoras de sí mismas. “El rasgo más humano dominante, fundamento de todos los demás, es la capacidad de autoidentificación y, en definitiva, de autoconocimiento”. Somos bichos autoreflexivos, indagadores de nosotros mismos: ¿yo soy este?, ¿quién soy, cómo soy? Afirma tambien que el proósito ulterior de todas nuestras creaciones en última instancia es la transformación de la gente: “Todas las manifestaciones de la cultura humana… tienen la finalidad última de remodelar el organismo y la expresión de la personalidad del hombre”. En su extraordinario libro El mito de la máquina. Técnica y evolución humana, Lewis Mumford se animó a andar un camino poco andado: “examinar la amplia veta de irracionalidad que recorre toda la historia humana, en oposición a su herencia animal, sensata y funcionalmente racional. En comparación con otros antropoides, cabría aludir sin ironía a la superior irracionalidad del hombre”. Innegable: estámos mucho más locos… o ¿qué tantas muestras conoce usted de locura animal? Más incluso: ¿de locura colectiva como la que a nosotros tan bien sabemos montar? Como el protagonista del cuento de Isaac Bashevis Singer, Mumford piensa que la irracionalidad no es una creación cultural, sino un ingrediente intríseco de la naturaleza de los seres humanos: “sin duda la evolución humana pone de manifiesto una predisposición crónica al error, a la maldad, a las fantasías desorbitadas, las alucinaciones, ‘el pecado original’, y hasta la mala conducta socialmente organizada y santificada, como se consta en la práctica de sacrificios humanos y las torturas legalizadas”. Según Mumford, le debemos mucho a la locura: “Al escapar a las determinaciones orgánicas, el hombre renunció a la innata humildad y estabilidad mental de especies menos aventureras. Y no obstante, algunos descubrimientos más erráticos abrieron valiosos ámbitos que la evolución puramente orgánica jamás había explorado a lo largo de miles de millones de años”. O dicho en corto: se necesitó una fuerte dosis de inestabilidad mental, por decirlo suave, para querer volar, por ejemplo. “La propensión del hombre a mezclar fantasías y proyecciones, deseos y designios, abstracciones e ideologías, con los lugares comunes de la experiencia cotidiana, se convirtieron en una fuente importante de enorme creatividad. No existe ninguna línea divisoria nítida entre lo irracional y lo suprarracional, y la administración de estos dones ambivalentes siempre ha sido uno de los principales problemas de la humanidad”. El pensador neoyorquino va más allá, y otorga un papel decisivo a la locura en la revolución neolítica: “Los factores irracionales… se hicieron patentes en el momento en que los elementos formativos de las culturas paleolíticas y neolítcas se unieron en la gran implosión cultural que tuvo lugar en el cuarto milenio a. C., que suele denominarse ‘el nacimiento de la civilización’”.

 

 

Colofón

El doctor Freud, Isaac Bashevis Singer y Lewis Mumford estarán de acuerdo: para ser humanos hay que estar locos.

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