miércoles, 6 de julio de 2022

¿Por qué levanto el dedo?

  

La semana pasada consideré provechoso propalar aquí una obviedad aparente. Si lo hice fue para contestar una pregunta. Formulada por Héctor Zagal, la pregunta, más bien lanzada en son de crítica, fue la siguiente: “¿Todo es culpa del pasado? ¿Neta?” 

 

Mi respuesta tuvo dos partes. La primera se refiere al carácter del pasado: “No, el pasado no tiene la culpa…, ni de eso ni de nada. El pasado no puede tener la culpa de lo que ocurre en el presente; de hecho, no puede tener la culpa de nada puesto que el pasado no es un agente, mucho menos un agente consciente, responsable.” Dicho de otra manera, si bien toda noción de culpa implica necesariamente causalidad, no toda causalidad implica culpa. Ejemplificar resulta sencillo:

 

  • Toda noción de culpa implica necesariamente causalidad: dado que usted fue quien clavó las tijeras polleras en el tórax del joven Menganito y eso causó que él dejara de contarse entre los vivos, pues usted, mi amigo, es culpable de asesinato.
  • No toda causalidad implica culpa: el hidrometeoro que anoche se precipitó desde las nubes sobre la ciudad no llegó a convertirse en lluvia, se quedó en pura virga, puesto que las condiciones hidrometeorológicas causaron que el agua se evaporara antes de llegar a tierra, y de ello no podemos culpar a nadie.

 

La culpa, pues, es una causalidad de cargo atribuible a un agente, a una gente, a una persona. Y deberíamos agregar que, justo “por su implicación con la causalidad, la culpabilidad requiere… la desconexión de la persona causante del efecto de otros contextos entretejidos en el proceso causal. Si la acción causal de la persona se considerase como un mero aspecto del proceso causal envolvente, no habría responsabilidad. Todos serían responsables del delito; por ello puede decirse que sólo hay culpables cuando también hay inocentes” (Pelayo García Sierra, Diccionario filosófico).

 

En la segunda parte de mi respuesta se encuentra lo que parece una perogrullada: “Nada es culpa del pasado, pero todo es consecuencia del pasado. Todos estamos conformando ahora mismo un pasado que tendrá secuelas.” Una consecuencia es un hecho o acontecimiento que se sigue o resulta de otro, así que ese otro u otros hechos o acontecimientos obligadamente tuvieron que ocurrir antes, esto es, en el pasado. Entonces, ¿decir que todo es consecuencia del pasado es sólo una verdad de Perogrullo? El Maestro de El Pueblito no piensa que lo sea, así que me emailió: “GC, estoy de acuerdo con tu juego temporal, me gustó. Sólo una acotación a propósito de: ‘...pero todo es consecuencia del pasado. Todos estamos conformando ahora mismo un pasado que tendrá secuelas’. ¿Será que esos ‘todo’ y ‘todos’ se sostienen en la realidad? ¿Cómo ves?”

 

¿Cómo ven ustedes?

 

Aún no le he contestado, no está fácil. ¿Ocurren hechos espontáneos, hechos que sucedan sin ser sucesión de nada, sin que nada los provoque? ¿Todo está encadenado con eslabones de causas y efectos? Si es así, ¿qué margen le queda a la dichosa libertad? Si es así, ¿existe la responsabilidad? ¿Cuentan como causas las interacciones que se traman simultáneamente a los hechos, en el presente continuo? La cuestión está ya en el terreno metafísico. Por fortuna hace un par de días me topé con una espléndida respuesta. No pretende responder a la interrogante que plantea el Maestro del Pueblito, pero igual da en el clavo, en un montón de clavos.

 

 

 

Desde hace mucho no es suficiente decir que es lingüista o politólogo o epistemólogo, tampoco académico o ensayista… Me temo que incluso filósofo restringe. El nonagenario Noam Chomsky (Filadelfia, 1928) es un pensador y es un activista, un activista que piensa, un pensador que actúa. Hace unos días, en una entrevista para el canal árabe Hira, Chomsky fue cuestionado acerca de la posible existencia de un sustrato moral humano, transcultural, compartido por todos los hombres y mujeres. El profesor contestó que existe, que incluso hay evidencia de que todos compartimos determinados “principios morales básicos”, una especie de “naturaleza ética” de los sapiens que forma parte de la esencia de cualquier persona, “tanto como tenemos un determinado tipo de sistema visual o caminamos en vez de volar”. Ahora, ¿en qué consiste? No está claro… “Un antiguo misterio”. Luego, el enturbado —usaba turbante— entrevistador le preguntó a Chomsky si su postura política de izquierda en favor de la igualdad devenía de la filosofía. Con una agudeza mental que le han respetado los años, respondió: “Pienso que ninguna filosofía… tiene mucho qué decir acerca de estos asuntos, más allá de lo que ya sabemos por el elemental sentido común”. Y enseguida las palabras con las cuales también, me parece, puedo dar respuesta yo al Maestro del Pueblito: “Creo que muchas de estas preguntas que nos hacemos en realidad no tienen respuesta. Hay algunas preguntas que podemos formular y son un camino para llegar a las respuestas correspondientes, hay otras preguntas que podemos formular que sencillamente no tienen respuesta alguna. No podemos ni siquiera imaginar cómo podría ser la respuesta, incluso en el caso de preguntas muy simples. Por ejemplo, supongamos que yo decido levantar mi dedo —y levanta el índice de la mano derecha—. ¿Cómo es que decidí hacer eso? Nadie tiene la menor idea. Ha sido un misterio durante milenios, un misterio que se mantiene como tal, y nadie tiene nada qué decir. Quizá sea una pregunta que está más allá del alcance de la inteligencia humana. Después de todo, somos criaturas orgánicas, no somos ángeles, y como otras criaturas orgánicas nuestras capacidades tienen cierto alcance y determinados límites, y podría ser que, y esto no es una idea muy popular, podría ser que la capacidad cognitiva humana tenga límites”. Quizá nunca sepamos cómo es que terminamos por levantar un dedo…

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