martes, 28 de febrero de 2023

En México, ¿dónde comienza el Norte?

 A don JQG, con aprecio.

 

 

La semana pasada, una de las gamberras más estridentes del Partido Acción Nacional me hizo recordar a un sabinense que fue mi jefe. La fémina me parece de plano abominable y el señor, aunque de a tiro por viaje me hacía enojar, me caía a todo dar. La camorrista —persona que fácilmente y por cualquier causa arma broncas, alborotos y pendencias— se sumó a uno de los más recientes nados sincronizados de la reacción mexicana: la ridícula y vergonzante defensa, según ellos, de los intereses de uno de los hombres más acaudalados del mundo, el sudafricano/gringo Elon Musk —entiendo que el más rico hoy día es un tal Bernard Arnault—. El contexto puede entenderse sin necesidad de entrar en demasiados detalles.

 

El también dueño de Twitter ha hecho saber que planea montar en México una fábrica de Tesla; además, se ha mencionado la posibilidad de que ésta se localice en Monterrey, Nuevo León. Cuestionado sobre el asunto, el presidente López Obrador celebró la posible inversión, pero dijo que la planta tendrá que ser instalada en donde existan condiciones adecuadas para hacerlo: “nos importa mucho el que se invierta en el país porque significa la creación de empleos, pero queremos también cuidar el territorio…, garantizar que no le falte agua a la gente…” Y tuvo que recordar que “en el norte, en general, ya falta agua”. Como era de esperarse, enseguida la oposición respingó… Por ejemplo, melodramático y lastimero, Enrique, el hijo de De la Madrid, tuiteó: “Yo quiero un México donde una sola persona no decida donde se ubica Tesla!!!” Por su parte, la camorrista que aludo, la señora Lilly Téllez, también en Twitter, espetó: “Las empresas deben tener libertad de elegir dónde invierten. El presidente es un estorbo para la iniciativa privada; en lugar de condicionar las inversiones, debería dar certeza jurídica y seguridad. El norte de México es nuestro motor de desarrollo, bienvenido @elonmusk”. A este majadero y memo mensaje, amablemente respondió @Tiburonzone21: “Sí, pero en el sur también se necesita inversión de esa magnitud. Ya nos toca”. Siguió entonces la respuesta de la señora Lilly Téllez García… Esto fue lo que me hizo enojar y recordar de paso a mi exjefe: “Sí, ya les toca, pero trabajar. Para empezar, dejen de votar por puro grillo sinquehacer.” Por supuesto, la ofensa de la senadora prianista comparte la misma forma de comprender al país, conservadora y prejuiciada, del diputado Gabriel Quadri, quien, como seguramente ustedes recordarán, en 2019 tuvo la desvergüenza de tuitear: “Si México no tuviera que cargar con Guerrero, Oaxaca y Chiapas, sería un país de desarrollo medio y potencia emergente...” —por cierto, si bien resulta indignante que este individuo, que cobra como legislador y quiso ser presidente de la República Mexicana, ofenda así a tantos connacionales, también debería preocuparnos 1) que desde entonces mantenga el tuit en línea y 2) que ya tamaña estupidez haya alcanzado 12.6 mil likes—.

 

El propagado prejuicio de que la gente del norte del país es muy trabajadora y la del sur muy floja, más que obedecer a una teoría inspirada en el determinismo geográfico, es en realidad una expresión del racismo mexicano que menosprecia a los pueblos originarios, a nuestras raíces indígenas. Y, claro, ese racismo ancestral está aparejado al clasismo moderno, y ahora al aspiracionismo conservador.

 

Todo esto me recordó a don Julián Quiroga Garza (1937-2010), quien fue mi jefe directo durante los primeros tres años de la década de los noventa del siglo pasado, primero en la dirección de Censos Nacionales o luego en la dirección general de Cartografía Catastral. Él, maestro normalista y licenciado en Economía por la UANL, era oriundo de Sabinas Hidalgo. Don Julián era un norteño de pura cepa, cualquier cosa que ello signifique. Además, era travieso y provocador. Comía casi siempre carne asada, “así nomás con sal”, y aseguraba que “en el sur le ponen salsas y moles y muchas verduras y yerbajos porque casi no tienen carne o ya está echada perder”. A esa o a alguna otra de sus muchas pullas —con las que se la pasaba puyando gente— fue que una vez respondí con una pregunta:

 

— Bueno, y según usted, en México, ¿dónde comienza el Norte?

 

Con eso logré mantener a raya unos días a don Julián, hasta que una mañana subió a mi oficina. Trabajábamos en un edificio que entonces, no sé ahora, se llamaba Torre Arko; mi oficina estaba en el PH y la de él justo en el piso de abajo; lo había escogido porque ese nivel tenía una terraza en la que él sembraba zanahorias y betabeles. Entró fumando uno de los más de sesenta Raleigh que consumía al día y me dijo: — Pues ¿sabes qué? Ya lo pensé. Aquí mero.

 

— ¿Aquí mero qué, don Julián?

 

— Aquí en Aguascalientes comienza el Norte del país.

 

Aquel día no discutí con él, nada más le contesté, un poco para descontrolarlo, que seguramente la mayoría de los chilangos pensaban que en Ecatepec, Cuautitlán o incluso en Ciudad Satélite. Después he tenido ocasión de pensar en ello, y sé que no, que ni el centro geométrico ni el geográfico del territorio continental de nuestro país se encuentra en Aguascalientes, mucho menos, por supuesto, en la Ciudad de México. Hace más de diez años publiqué en esta misma columna la ubicación del centro de México: se localiza más al norte… Eso sí, como Julián Quiroga, muchos piensan —yo me incluyo— que más o menos en Aguascalientes comienza el norte cultural de nuestro país. Digo cultural porque si mantenemos la perspectiva geográfica no van a faltar las sorpresas. Nadie duda que Guerrero, Oaxaca, Tabasco y Chiapas están en el Sur, o que Baja California, Sonora, Chihuahua y demás estados fronterizos están en el Norte, pero poca gente repara en que Yucatán está al norte de la Ciudad de México, igual que buena parte de lo que llamamos el Sureste, así como Tuxpan y Poza Rica, Veracruz. ¿Y qué decir de Guadalajara, es norteña o sureña?

 

Pues resulta que, si dividimos el país en dos mitades, una norteña y una sureña, por medio de una línea que pase a la misma distancia del punto más meridional y del punto más septentrional del México continental, dicha línea imaginaria —algo así como nuestro ecuador— casi coincide con el Trópico de Cáncer: se localiza en la latitud 23º 15’ 48’’ norte. En el extremo Este, la línea alcanza a tocar la península de Baja California, y pasa por el extremo sur del municipio sudcaliforniano de La Paz, muy cerca de su frontera con el de Los Cabos, y luego, del otro lado del mar, atraviesa el municipio de Elota, en Sinaloa. En la parte más occidental, después de pasar por Durango, Zacatecas, San Luis Potosí y Nuevo León, sale al Golfo de México por Tamaulipas, específicamente en el municipio de Soto la Marina. Así que, no sólo la capital de la República se ubica en el sur del país, y también una porción de Tamaulipas, Nuevo León, Zacatecas, Durango y Sinaloa, al igual que todo Aguascalientes, Nayarit, Guanajuato, Querétaro, Colima, Jalisco, Michoacán, Hidalgo… y de ahí hasta la frontera Sur.

 

Elaboró: Pedro Rivera.

Lo cierto es que si se mantuviera el prejuicio entre más al norte más trabajadora es la raza, y ese fuera el único determinante, al señor Musk no le convendría poner su fábrica en Monterrey, pero tampoco en Hermosillo, Sonora, de donde salió la señora Téllez: su mejor opción sería, claro, Tijuana. Por fortuna, hoy ese prejuicio no impera en el gobierno federal, en donde sí, afortunadamente, se tiene claro que el territorio y sus recursos naturales se tienen que cuidar. Y sí, el presidente tiene razón: el agua está en el sur.

No hay comentarios:

Publicar un comentario