martes, 7 de marzo de 2023

Humanos…, ¡ah, bárbaros!

  

Hago votos para que el próximo 8 de julio don Edgar cumpla 102 años de vida. Edgar Nahoum, mejor conocido como Edgar Morín, nació el 8 de julio de 1921 en París, Francia. Sociólogo, filósofo y activista, es un reconocido pensador de enfoque interdisciplinario, cuyo trabajo bien puede contextualizarse en el gran marco de la teoría de la complejidad. Una de sus obras más influyentes es El método, publicado en seis volúmenes entre 1977 y 2004. Morín sostiene que todo esfuerzo tendiente a conocer tiene que tomar en cuenta la complejidad del mundo y la interconexión de sus diferentes elementos. Cualquier conocimiento al que pueda aspirar el ser humano es parcial y provisional. El conocimiento no es únicamente una colección de datos almacenada en el cerebro de una persona, sino que lo conforma su relación vivencial con quien lo ha alcanzado (La mente bien ordenada, 1991).

 


Edgar Morín publicó Culture et barbarie européennes (2005) en el contexto del debate intelectual que desde los ochenta se ha intensificado en torno a la cultura y la identidad europeas. El libro conjunta tres conferencias dictadas por Morín en la Biblioteca Nacional Frangois Mitterrand, en mayo de 2005. Cuatro años después, editorial Paidós publicó la traducción de Alfredo Grieco y Bavio al castellano, con el título Breve historia de la barbarie en Occidente. Las tres lecciones que integran el libro son “Barbarie humana y barbarie europea”, “Los antídotos culturales europeos” y “Pensar la barbarie del siglo XX”.

 

La primera conferencia inicia con un análisis antropológico de la barbarie humana. Morín problematiza la definición clásica del ser humano —heredada del pensamiento antiguo griego—, esto es, el hombre como un animal racional, el homo sapiens, y sus dos complementos, con los que la tradición occidental se identifica tanto: el homo faber y el homo economicus. El hombre “de espíritu racional” es la misma criatura capaz del delirio y la enajenación, susceptible de caer en cualquier cantidad de manías y psicosis. El éxtasis, la catarsis, las crisis místicas, en fin, son posibilidades tan humanas como la capacidad de realizar operaciones aritméticas, despejar incógnitas algebraicas o filosofar en torno al origen del universo. “El homo sapiens… puede ser al mismo tiempo el homo demens”.


En cuanto al homo economicus —término introducido por primera vez por el italiano Vilfredo Pareto en su Tratado de Sociología General (1916) y popularizado a partir de mediados del siglo XX cuando Milton Friedman, George Stigler y otros economistas de la escuela de Chicago echaron mano de él—, se define como un ser racional y egoísta que siempre toma decisiones basadas en el propósito de maximizar su utilidad y satisfacción personal, y busca invariablemente obtener la mayor cantidad de beneficios con el menor esfuerzo y costo posibles. Pues ese mismo ser, recuerda Edgar Morín, es también “el hombre del juego, del gasto, del derroche”: el homo ludens descrito por Johan Huizinga —Homo ludens, Ensayo sobre la función social del juego (1938)—.

 



Finalmente, Morín se refiera al homo faber, es decir, al humano en tanto productor de mundo, fabricante de herramientas, cosas y mercancías —el término, aunque usado por lo menos desde el siglo V a. C. por Heráclito, se popularizó con la obra Homo faber: Ensayo sobre la transformación del hombre (1938) del filósofo alemán Max Scheler, quien argumentaba que el hombre se define a sí mismo a través de su capacidad para transformar y crear cosas nuevas —concepción que en cierto sentido dio continuidad a las ideas de Heidegger (El ser y el tiempo, 1927) sobre la relación del hombre con la tecnología—. El homo faber, recuerda Morín, ha sido también “capaz, desde los orígenes de la humanidad, de producir innumerables mitos”. En consonancia con el sociólogo norteamericano Lewis Mumford (El mito de la máquina, 1967), el pensador galo subraya que la evolución humana no solamente se debe a la elaboración de utensilios y demás artefactos, sino también de mitos y ficciones.

 


Morín asegura que en el origen mismo de la barbarie humana encontramos al homo demens, al homo ludens y al homo mythorum creato. El delirio, el juego, el cuento. Por lo demás, advierte que es un error creer que el escudo para protegerse de la fuerza que los griegos llamaban hybris —la desmesura— sea la razón: “sabemos que la racionalización puede servir a la pasión, y llevar hasta el delirio. Existe un delirio de la racionalidad cerrada sobre sí”. Efectivamente, la racionalidad, incluso en el sentido más weberiano, tiene la capacidad de engendrar monstruos. Por su parte, el homo faber suele entregarse de impulsivamente a la creación y perder la capacidad de control de sus propios productos: “los tiempos contemporáneos nos muestran una técnica que se desata y escapa a la humanidad que la ha producido. Nos comportamos como aprendices de brujos”. En cuanto al homo economicus, abundan prubas de que “coloca el interés económico por encima de todo, tiende a adoptar conductas egocéntricas, que ignoran al otro y que, por ello mismo, desarrollan su propia barbarie”. 



La barbarie pues no es una aberración humana, sino una condición intrínseca a nuestra especie.


(todas las ilustraciones son de Don  Moyer)

 

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