domingo, 20 de agosto de 2023

Artificial pero bastante inteligente

 “El embrollo de las orientaciones al hablar”, así mero frasea el Maestro de El Pueblito el asunto que lo trae ahora mismo ejercitando las entendederas. Un típico lío decidido, creado deliberadamente, pienso, un embrollo artificial: digo, tan incuestionable que es por sí misma la realidad… Pudiendo sentarse nomás a ver el fútbol o dormir un rato, pero no, ahí va uno a tratar de imponer orden a las cosas… Sin preludios, en alusión a las dichosas orientaciones, me explica en su mensaje: “Asegún Habermas hay dos, unas dirigidas al entendimiento y otras dirigidas al acuerdo. Este sabio que rebuzna dice que hay más”. El Habermas referido es, claro, el nonagenario filósofo alemán Jürgen Habermas (Düsseldorf, 1929), quien efectivamente en su libro Teoría de la acción comunicativa sostiene que las acciones sociales concretas pueden distinguirse según las orientaciones que los participantes adopten, ya sea dirigidas al éxito (acción instrumental y acción estratégica) o al entendimiento o comprensión mutua (acción comunicativa). Pero dejemos en paz a Habermas que no es perita en dulce. El Maestro de El Pueblito me dice que él percibe no dos sino más de diez orientaciones:

 

1)    conversar para estrechar lazos amistosos-amorosos. 

2)    dialogar para llegar a acuerdos, más política y laboral. 

3)    persuadir, convencer, incitar a mundos mejores, más pedagógico, más conducta asertiva de ‘carácter positivo’. 

4)    discutir para imponer la propia verdad, más dirigido al dominio, más conducta asertiva de ‘carácter negativo’. 

5)    alburear para vencer, más dirigido al terreno sexual de ‘la cultura patriarcal’. 

6)    dar el avión, más dirigido a no implicarse ni comprometerse, es una suerte de engaño. 

7)    hablar para burlarse del otro con sarcasmos, más orientado a ofender al otro. 

8)    hablar con ironía, más para incitar al otro a pensar reflexionar, para co-crear conocimientos. 

9)    hablar como dandi, es decir nada lo afecta, se está por encima de todo, todo se conoce y se ve por debajo con menosprecio.

10)  Cantinflear.

11)  Asustar.

12)  Hacer reír.

 

Y enseguida, con un tono que puedo imaginar perentorio, me pregunta qué pienso sobre la cuestión: ¿vislumbro otras?, ¿creo que algunas de las orientaciones que él enuncia sobran?, en fin, me invita al embrollo.

 

Bueno, de entrada, conviene recordar una obviedad que solemos mantener agazapada en la inconsciencia: categorizar es ordenar, y todo ordenamiento es artificial, cultural. Categorizar es un paso indispensable en el proceso interminable de creación del mundo. Categorizar es un procedimiento cosmogónico, un arte que empleamos para arrancarle parcelitas al caos. Categorizar resulta una operación imprescindible para conformar la única realidad a la que tenemos acceso, la nuestra, la realidad social. Jerome Bruner (Nueva York, 1915-2016) considera que, para los humanos, percibir es necesariamente categorizar, pensar es categorizar e incluso entender y tomar decisiones es categorizar; así, el criterio básico de nuestro pensamiento se encontraría en la determinación del mundo en términos de similitudes y diferencias, y en la conformación de conjuntos con base en eso. Mediante la abstracción creamos categorías estableciendo similitudes, conexiones… De las más de doscientas canciones que grabaron los Beatles, únicamente dos pertenecen a la categoría “canciones compuestas por los cuatro integrantes de la banda” —Flying y Dig It—. Los planetas del sistema solar se dividen en femeninos y masculinos —Venus y la Tierra, y los demás, respectivamente—. De las 16 demarcaciones territoriales de la Ciudad de México, sólo Tlalpan y Milpa Alta hacen frontera con Morelos; el resto o colindan con el Estado de México o son interiores. Conforme al criterio “entidades en donde hay al menos una calle denominada ‘Jorge Ibargüengoitia’”, las 32 entidades federativas del país se dividen en dos grupos: uno integrado por Coahuila, Guanajuato, Estado de México y Querétaro, en donde hay, y el otro por las 28 restantes, en las que no.

 

Así que la cuestión definitoria a la hora de categorizar está en el criterio. Podríamos construir una categorización de las acciones comunicativas según las motivaciones que las impulsaron o conforme el grado de éxito que alcanzaron, hacerlo con base en sus orientaciones, es decir, según su propósito, obligaría, me temo, a dejar siempre abierta la molesta bolsa de “otros”. Con todo, giré la siguiente instrucción al ChatGPT: “Elabora una categorización de las orientaciones que puede tener una persona cuando habla con otra”. Enseguida su respuesta: 

 

·      Orientación informativa

o   Transmitir datos, hechos o información.

o   Comunicar instrucciones o direcciones.

o   Intercambiar conocimiento y compartir ideas.

·      Orientación expresiva

o   Expresar emociones, sentimientos y opiniones.

o   Compartir experiencias y relatar historias.

o   Desahogarse o liberar tensiones emocionales.

·      Orientación social

o   Conversaciones amistosas.

o   Establecer y mantener relaciones sociales.

o   Compartir la vida cotidiana.

·      Orientación persuasiva

o   Persuadir o influir en el receptor.

o   Presentar argumentos y evidencias para cambiar opiniones.

o   Negociar, vender o promover.

·      Orientación de resolución de problemas

o   Buscar soluciones a desafíos o dificultades.

o   Analizar situaciones y proponer soluciones.

o   Colaborar para encontrar respuestas.

·      Orientación de apoyo

o   Brindar apoyo emocional y consuelo.

o   Escuchar y mostrar empatía.

o   Ayudar a sentirse mejor.

·      Orientación de entretenimiento

o   Entretener y divertir.

o   Crear un ambiente relajado y ameno.

o   Compartir experiencias ligeras y entretenidas.

·      Orientación de aprendizaje

o   Intercambiar conocimientos para aprender juntos.

o   Realizar preguntas y fomentar la reflexión.

o   Explorar conceptos y enriquecer la comprensión mutua.

 

¿Qué tal? No sé a ustedes, pero a mí me parece que, aunque es artificial, resulta una categorización bastante inteligente.

domingo, 13 de agosto de 2023

CDMX: ubicación, tamaño y figura

 

Ubicación

 

La Ciudad de México (CDMX) se ubica en América del Norte, en el sur de la República Mexicana. El corazón del centralismo mexicano no se encuentra en el centro del país.

 

Existen varios modos de localizar el centro del país. Si se utiliza como criterio el promedio de la suma de las coordenadas geográficas continentales extremas, el resultado arroja un punto cercano a Villa de Cos, Zacatecas. Si se calcula la distancia media entre los puntos extremos del territorio continental, según el vértice que se elija, el centro cae en Zacatecas o en Coahuila. El centro geográfico de México se encuentra, pues, en algún punto del desierto que comparten los estados de Zacatecas y Coahuila, muy lejos de la CDMX.

 

Si dividimos el territorio nacional en dos mitades, una norteña y una sureña, por medio de una línea que pase a la misma distancia del punto más meridional y del punto más septentrional del México continental, dicha línea imaginaria —nuestro ecuador— casi coincide con el Trópico de Cáncer. Al Este, esa línea alcanza a tocar la península de Baja California, pasando por el extremo sur del municipio sudcaliforniano de La Paz, muy cerca de su frontera con el de Los Cabos, y luego, del otro lado del mar, atraviesa el municipio de Elota, Sinaloa. Del lado más occidental, después de atravesar Durango, Zacatecas, San Luis Potosí y Nuevo León, sale al Golfo de México por Tamaulipas, en el municipio de Soto la Marina. Así que la capital de la República se ubica más o menos a la mitad de la porción sureña del territorio.

 

La CDMX se localiza al Norte 19°35'34''; al Sur 19°02'54'' de latitud Norte; y al Este 98°56'25''; al Oeste 99°21'54'' de longitud Oeste. La capital de México se ubica en una posición mucho más austral que toda Europa, que la península de Anatolia, que Nepal y Pakistán… La CDMX se halla en la misma latitud que Santiago de los Caballeros, en la República Dominicana; que Puerto Sudán, Sudán, en la costa oriental africana; que Turayban, en medio de Arabia Saudita; que Mumbai, India, y que Tinh Gia, Vietnam.

 

La CDMX colinda al Norte, Este y Oeste con el Estado de México y al Sur con Morelos.

 

La CDMX localiza 2,240 metros sobre el nivel del mar; su gradiente altitudinal va desde 2,223 a los 3,930 metros sobre el nivel del mar. El punto más alto se encuentra en el Cerro de la Cruz del Marqués (Ajusco), y el menos elevado al oriente de la ciudad, en la demarcación territorial Venustiano Carranza, muy cerca de la interjección de las avenidas Bordo de Xochiaca y Periférico-Calle 7, en los límites con el Estado de México.

 

 

Tamaño

 

La CDMX es la entidad federativa más pequeña del país; ocupa 1,494.3 km2. La capital del país, geográficamente, representa menos del 0.1% (0.076%) del territorio nacional (1’960,646.7 km2). Para cubrir todo México, serían necesarias 1,312 CDMXs. El territorio del estado de la República Mexicana más pequeño, Tlaxcala, es 2.7 veces más grande que el de la CDMX. Si se compara la superficie de la entidad capital del país con la del estado más extenso, Chihuahua, resulta que es 165 veces más chica. Morelos es 3.3 veces más grande que la CDMX, y Aguascalientes 3.8 veces más grande.

 

Con sus casi mil quinientos km2, se requerirían 11,442 polígonos como el de la CDMX para cubrir la superficie del país más grande del mundo, Rusia. Con todo, el territorio de la CDMX supera al de varios países del orbe, como Santo Tomé y Príncipe, Kiribati y Singapur. De hecho, es 9.3 veces más extensa que Liechtenstein, 747 veces más que Mónaco y 3,050 veces más que el Estado de la Ciudad del Vaticano.

 

 

Figura

 

Luego de la conquista del imperio Culhúa-Mexica, la Ciudad de México colonial se refundó en el corazón de México-Tenochtitlán. Prácticamente sobre la misma traza, usando los canales como base de las primeras calles, fue construida la sede del Virreinato de la Nueva España. Tres siglos después, consumada la Independencia, la Constitución Federal de los Estados Unidos Mexicanos —octubre de 1824— determinó en su artículo 50 que era facultad del Congreso General elegir un lugar que sirviera de residencia de los poderes de la Federación—. El ordenamiento —noviembre 18 de 1824— señalaba que la superficie del Distrito Federal la conformaría una circunferencia de dos leguas de radio (220.6 km2), marcada a partir del punto central de la Plaza de la Constitución. El recién creado DF se conformó por la Ciudad de México y otros pueblos cercanos, como Tacuba, Tacubaya, Azcapotzalco, La Piedad, El Peñón, Iztacalco y Guadalupe de Hidalgo, territorios todos que fueron escindidos del Estado de México. Entonces, el centro de la ciudad era también el centro geométrico de la capital de México.


En 1854 se expandió el territorio defeño y la entidad cambió su nombre a Distrito de México. Al año siguiente se anexó Tlalpan al, de nuevo, Distrito Federal. Ya a finales del siglo XIX, la forma del DF, tan parecida a la de un corazón humano, era muy semejante a la actual.

 

Hoy día, el eje Norte-Sur de la CDMX mide casi 60 kilómetros, y el eje Este-Oeste mide alrededor de 43 kilómetros. El centro de la entidad se localiza a 17.5 kilómetros del vértice extremo Norte, donde el eje Este-Oeste es más angosto. El centro geométrico de la capital del país se ubica frente al #246 de la calle Reyna Ixtlixóchitl, entre las calles Huicholes y Tarascos, en la colonia Huayamilpas de la demarcación territorial Coyoacán.

domingo, 6 de agosto de 2023

La parresia y el presidente

  

Busque parresia en el diccionario de la RAE… Encontrará:

f. Ret. Apariencia de que se habla audaz y libremente al decir cosas, aparentemente ofensivas, y en realidad gratas o halagüeñas para aquel a quien se le dicen.

Estrafalaria figura retórica: parece que el discursante habla para ofender, pero más bien lisonjea; un truco de adulador. Hoy eso significa la palabra en nuestro idioma; sin embargo, en su origen se refería a algo distinto.

 

Michel Foucault (1926-1984) señalaba que el vocablo parresia comenzó a aparecer en los textos helenos con Eurípides (c. 484-407 a. C.). Efectivamente, en Las fenicias, Yocasta y su hijo Polinices sostienen el siguiente diálogo:

YOCASTA: Bien, te preguntaré lo que deseo saber. ¿Qué es el estar privado de la patria? ¿Tal vez un gran mal?

POLINICES: El más grande. De hecho, es mayor que lo que pueda expresarse.

YOCASTA: ¿Qué es lo más duro de soportar para los desterrados?

POLINICES: Un hecho es lo más duro: el desterrado no tiene libertad de palabra.

YOCASTA: Eso que dices es propio de un esclavo: no decir lo que piensa.

POLINICES: Es necesario soportar las necedades de los poderosos.

YOCASTA: También eso es penoso, asentir a la necedad de los necios.

Cito la versión en castellano de García Gual y De Cuenca para la edición de Gredos, quienes en una nota apuntan que en uno de los parlamentos de Polinices traducen parresia, el vocablo que usó Eurípides, con la frase ‘libertad de palabra’: “la parresia… era algo fundamental en la convivencia cotidiana para un ciudadano ateniense, y una característica en la vida griega de la posición del hombre libre frente a la del esclavo o el bárbaro.”

 

Frecuentemente el vocablo griego parresia también se traduce como sinceridad o franqueza. Foucault informa que la palabra suele ser traducida al inglés como free speech y al francés como franc-parlerParresia se compone de pan y de rhesis, “todo” y “decir”, respectivamente, así que etimológicamente significa “decir todo”, y eso era para los cínicos.

 

Un alumno de Sócrates (470 - 399 a. C.), Antístenes (444 – 365 a. C.), fundó la escuela de los cínicos, y su discípulo Diógenes de Sinope (412 – 323 a. C.) fue su máximo representante. Para los cínicos, las virtudes que los sabios debían cultivar eran la insolencia, la indiferencia y la parresia, la franqueza absoluta. Para Diógenes, era obligado decirlo todo, nada de medias tintas o andarse por las ramas: soltar la sopa a bocajarro, tirar verdades a mansalva, la neta sin miramientos.

 

En su sentido antiguo, pues, la parresia no sólo no era una figura retórica, sino que estaba en la antípoda de cualquier artilugio retórico: “el hablante hace manifiestamente obvio que lo que dice es su opinión. Y hace esto evitando cualquier clase de retórica que pudiera velar lo que piensa. En lugar de eso, el parresiatés [quien se expresa con parresia] utiliza las palabras y las formas de expresión más directas que puede encontrar”, explica Foucault. Ejemplifiquemos… Durante la mañanera del jueves pasado, el presidente, aludiendo el dictamen del Tribunal Electoral que exigió al INE ordenarle “abstenerse de emitir mensajes” sobre Xóchitl Gálvez, dijo:

… quien participa en la vida pública tiene que rendir cuentas… Esto no tiene que ver con género… Ni modo que no vamos a hablar de los asuntos públicos. Uno no se puede meter con la vida privada, eso es hasta de mal gusto, pero si somos funcionarios públicos tenemos que actuar con transparencia.

Un reportero intervino: “Al decir que no se sustenta en sus méritos, sino en la decisión de un grupo de hombres, eso es lo que argumentó”.

 

Ah, pero eso… aplica para hombres y mujeres. O sea, ¿que no le decía yo a Calderón que era un pelele, espurio? Busquen en el diccionario qué es pelele, qué es espurio. O sea, si estuviese yo diciendo una mentira… Pero es sabido, es de dominio público que a ella la impulsaron como lo hubiesen hecho con cualquier hombre. No lo hicieron con… No me vayan también a sancionar porque lo voy a mencionar, a Creel, porque les pareció que Creel era muy…

“Muy güero”, intervino un reportero. El presidente negó. Otro periodista propuso algo…

 

No, tampoco, no. Fino, exquisito… ‘Fifí’, pues.

 

Ahí está: “las palabras y las formas de expresión más directas que puede encontrar”.

 

En un ensayo reciente, Hartmut Leppin, profesor de historia en la Universid Goethe de Frankfurt, ensancha la perspectiva semántica de la palabra:

¿En los debates públicos, debía valer tanto la palabra de un charlatán como la de un aristócrata bien educado? La democracia ateniense se basaba en la premisa de que así debía ser. Cada ciudadano disfrutaba del mismo derecho a hablar sobre todos los temas discutidos en la asamblea. Los antiguos griegos llamaban a esto parresia, una palabra basada en las raíces pan (todo/todos) y rhésis (decir). Los defensores de la democracia esperaban que la suma de contribuciones de muchos individuos diferentes llevara a la mejor decisión.

No sólo hablar de todo, sino que todos los involucrados en la cosa pública participen. Hoy en México cualquiera puede decir lo que le venga en gana, publicarlo, difundirlo… En los medios tradicionales abundan las mentiras, las injurias, las amenazas…, y no faltan los opinócratas que divulgan a gritos que su libertad de expresión está amenazada, sin importarles la contradicción palmaria en la que caen. Desde el poder público no se calla a nadie. Es más, a varios se les sigue pagando por mentir y golpetear —y sí, estoy pensando en varios que cobran en Canal Once—. En cambio, ¡tiempos extraordinarios!, desde la oposición no hay día en que no se quiera silenciar al presidente de la República, un señor, por cierto, respaldado por la mayoría de la ciudadanía. Andrés Manuel practica la vieja parresia griega, hablando y dejando hablar. El ágora mexicana nunca antes fue tan libre.