lunes, 20 de mayo de 2024

No sé

 

 

… ignorance more frequently begets

confidence than does knowledge.

Charles Darwin, The Descent of Man.

 

 

La semana comenzó con una esperanza: el lunes —13 de mayo—, la Conagua emitió un boletín de prensa cuyo párrafo inicial decía: “Hoy finaliza la segunda onda de calor, no obstante, se pronostica ambiente extremadamente caluroso en varias zonas de México”. Me quedé con el primer aserto: por fin comenzará a aminorar el calorón. A la mañana siguiente, justo a las siete y media, chequé la temperatura: 16 grados ya. El miércoles otra vez, a la misma hora: 17 grados. El jueves, igual: 18 grados. El viernes, ayer, 19 grados. La ola de calor no ha terminado. El calor no bajó, se incrementó.

Hoy sábado 18 de mayo de 2024, llegamos a la media tarde con 32 grados en la Ciudad de México.

 

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La edición del 7 de mayo del podcast The Daily de The New York Times se tituló “Cómo el cambio de temperatura del océano podría alterar la vida en la Tierra”. Dos reporteros especializados desde hace décadas en el cambio climático, David Gelles y Raymond Zhong, hablaron de lo que se sabe y de lo que no se sabe acerca del impacto en la biósfera del calentamiento que está experimentando el agua de los océanos. Cuestionado acerca de la preocupación que cunde entre los científicos por el aumento de la temperatura del mar, Gelles explicó que desde el año pasado los científicos comenzaron a percibir algo alarmante en los océanos de todo el mundo: las temperaturas han empezado subir de una manera que nunca se había visto antes. Los científicos están cada vez más preocupados. “Incluso perplejos”. ¿Cómo se explica esa inquietud entre la comunidad científica si el calentamiento de los mares lleva mucho tiempo sucediendo? Según Gelles, ante una gráfica que muestre los promedios de temperatura de los océanos durante dos o tres décadas a la fecha, uno observa incrementos graduales, pero en marzo de 2023 se aprecia un salto abrupto, una aceleración en el aumento de la temperatura que, además, no ha mostrado cambios. Peor: ninguno de los sofisticados modelos climatológicos de los que disponen puede explicar el drástico salto en el calentamiento de las aguas marinas. El Pacífico está siendo afectado por El Niño, ciertamente, pero ni siquiera este fenómeno explica el big jump. Entonces, ¿qué pasó? ¿Qué provocó el gran salto?

 

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Durante la mayor parte de la existencia de la humanidad, la respuesta más acertada y honesta a prácticamente cualquier pregunta fue “no sé”. ¿Por qué se oculta el Sol? ¿Qué provoca el oleaje de los mares? ¿Dónde estamos? ¿Qué había antes aquí? ¿Siempre ha habido gente, siempre la habrá? ¿Volverá a cubrirse todo de hielo? A lo largo de la mayor parte del devenir de la especie, el conocimiento y la comprensión del mundo eran muy limitados. Sabíamos casi nada de todo, así que, si queríamos tener respuestas, teníamos que inventarlas: las explicaciones sobre lo que acontecía dentro y fuera de nosotros mismos eran mitos, supersticiones, creencias religiosas…

Los sapiens hemos tenido presencia en la Tierra durante no menos de 200 mil años, quizá hasta 300 mil. La mayor parte de ese tiempo vivimos en pequeños grupos de cazadores-recolectores y luego, de hace apenas unos doce mil años, agrarias, con conocimientos muy exiguos. El conocimiento moderno —que no racional, porque los anteriores también eran construcciones racionales— no comenzó a construirse sino hasta hace muy poco. Sólo se ha desarrollado y difundido en el último medio milenio, aproximadamente desde el Renacimiento, el método consistente en observar y recopilar datos, formular hipótesis, diseñar experimentos para probar esas hipótesis, analizar los resultados y llegar a conclusiones que puedan ser validadas y replicadas por otros. Además, la alfabetización y el acceso a la educación masiva son fenómenos también muy recientes, ocurridos principalmente a lo largo de las dos últimas centurias. Antes de esto, casi la totalidad de la gente no tenía acceso a la información ni a la educación formal. Las personas no podían saber más allá que de lo que les permitía su percepción directa. La explosión de la información accesible gracias a la internet y las tecnologías digitales ha ocurrido en los últimos treinta años, lo cual es una porción minúscula del tiempo que los humanos tenemos por estos rumbos. Si usamos estas referencias, podríamos concluir que por al menos el 99% de la existencia de la humanidad, la mayoría de las preguntas no tenían respuestas basadas en saberes verificables. Por lo tanto, a lo largo de más del 99% de la existencia humana, la respuesta más acertada y honesta a casi cualquier pregunta era “no sé”.

 

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Vuelvo al podcast de The Daily. El mismo reportero contó que por decreto de la Organización Marítima Internacional a partir de enero de 2020 los combustibles empleados por los embarcaciones que transitan por aguas internacionales, sobre todo los grandes cargueros, tenían que bajar el contenido de azufre de sus combustibles, de 3.5 a 0.5%. Esta disposición, efectivamente, ha significado una reducción en la contaminación ambiental: los barcos ya no emiten grandes nubes de humo sobre el océano… Pero hasta principios de este año se supo que la medida está reportando un imprevisto negativo: esas mismas nubes de humo tapaban los rayos del Sol, así que ahora, dada su ausencia, se están calentando más los mares… ¿Eso explica el fuerte aumento de marzo de 2023 para acá? No, tampoco. No sabemos qué lo desató.

 

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Recientemente, la soberbia humana sufrió una golpiza. Un ente que ni a célula llega, un agente infeccioso microscópico, se apareció en diciembre de 2019 para zurrar la altivez de los sapiens. La covid-19 evidenció que la ciencia no tiene todas las respuestas, una obviedad que mucha gente no veía. Me temo que el cambio climático obligará a que aprendamos de nuevo a saber contestar “no sé”.

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