lunes, 29 de julio de 2024

Huevos con aceite

  

Tanto como los “diversos paisajes, embellecidos con montañas, ríos, rocas, árboles, llanuras, valles anchos y colinas en una disposición variada” que Leonardo Da Vinci recomendaba descubrir en “una pared con manchas o con una mezcla de piedras”; igual que las segundas imágenes que August Strindberg solía ver en las cosas, o como el laberinto de líneas en las mesas de mármol en las que el niño Paul Klee podía distinguir personas grotescas y luego plasmarlas en un papel, podemos recordar como una ejemplar pareidolia, esta muy popular, a Tutanbidón III, la imagen de un viejo y sucio bidón de plástico arrumbado en el piso de tierra, entre piedras, en el que muchas personas vimos la representación de un faraón del antiguo Egipto. Las nubes suelen regalar generosos bestiarios a quien quiera espulgarlas con los ojos y la imaginación; los cerros y montes, siluetas; los árboles y paredes, ojos y rostros enteros…

 

Para la percepción humana abundan las imágenes aparejadas o fantasma en los objetos concretos. Por eso, muchas de las mancias —sistemas o prácticas adivinatorias que pretenden predecir el futuro u obtener conocimiento sobre eventos desconocidos a través de la interpretación de ciertos fenómenos naturales o artificiales— que hemos desarrollado a lo largo de la historia están asociadas al fenómeno de la pareidolia, a la búsqueda y hallazgo de ciertos patrones con significados en las cosas. Por supuesto, hubo artes de nefelomancia, relativas a la observación de las nubes para encontrar figuras que ayudaran a predecir lo venidero. Seguramente de las más antiguas técnicas fueron la espeleomancia —la adivinación a través de la elucidación de las formaciones rocosas en cuevas— y la atroposcopia o lectura de las cenizas de un fuego. Las comunidades que habitaban en la proximidad de los bosques usaron la dendromancia, esto es, la interpretación de las formas de los árboles o de la madera. Por medio de la hidromancia, se atisba el porvenir de la gente en el agua, interpretando su movimiento, las formas que se reflejan en ella o los objetos que flotan. Hubo quien atendía los presagios que miraban en los espejos, los adeptos a la catoptromancia. Otros se afanan en leer su destino en las arrugas de su propia frente —metopomancia—, en la Luna —selenomancia—, en las progresiones del humo —capnomancia—, en las uñas — onicomancia—, en las entrañas de algunos peces —ictiomancia— y también entre las piedras —litomancia—. No han faltado quienes atrapan mariposas para luego extender sus alas buscando en ellas los símbolos que les digan lo que sucederá mañana — lepidopteromancia—. 

 

Las pareidolias no son más que un tipo específico de apofenias; mejor: las pareidolias son apofenias visuales. 

 

La palabra apofenia tiene su origen en el griego y está compuesta por dos partes: 1) apo- (ἀπό), prefijo que significa “desde”, “fuera de” o “alejado de”; es un prefijo común en palabras griegas que denota separación o distancia —v. g.aporía etimológicamente significa “sin salida” o “sin camino”—; y 2) phanein (φαίνειν), verbo que significa “mostrar” o “revelar”. Juntas, estas raíces forman el término apofenia, que literalmente se puede interpretar como “mostrar desde” o “revelar desde”. En el contexto de las ciencias de la mente y conductuales, el término describe la tendencia humana a percibir patrones, significados o conexiones en datos aleatorios o no relacionados. La palabra fue acuñada por el neuropsicólogo alemán Klaus Conrad (1905-1961) en su obra Die beginnende Schizophrenie. Versuch einer Gestaltanalyse des Wahns (1958), en la cual la definió como “la visión desmotivada de conexiones, acompañada de un sentimiento específico de significado anormal”, y la describió como parte de las primeras etapas del pensamiento delirante que sufren los esquizofrénicos. Actualmente, claro, el concepto se refiere a la tendencia perceptiva y de cognición que experimentan todas las personas, no sólo quienes padecen esquizofrenia. 

 

El fenómeno no se reduce a ver borregos o dinosaurios en las nubes o vírgenes en las tostadas o duendes en la corteza de los árboles… Los seres humanos no sólo experimentamos apofenias visuales —las pareidolias—. Existen también las apofenias de tipo auditivo. Hace algunos ayeres, mientras trabajábamos, mi buen amigo el autor cantor MM y yo escuchábamos No somos nadie, un programa de radio madrileño conducido por Pablo Motos. Era de las primeras emisiones radiales que podían escucharse en línea. El programa tenía una sección llamada “Momentos teniente”, en la que los conductores ponían algunas canciones en inglés u otros idiomas distintos al español, y descubrían mensajes ocultos en nuestra lengua. Por ejemplo, en la canción Girls Just Want To Have Fun, Cindi Lauper no cantaba realmente And the boys they wanna have fun / And the girls they wanna have fun, sino Andrés te huelen los bajos, aun gracias que huele a jabón… O en Anybody Seen My Baby de los Rolling Stones, Mike Jagger, después de cantar And I was flippin' magazines / In that place on Mercer street, claramente dice Una zorra espabilá… Y como estos había un montonal. A diferencia de las que presentaba Motos y su equipo en aquel programa de radio, hay apofenias auditivas que no son percibidas por mucha gente, al punto que sustituyen lo que originalmente se dice o canta. No son pocos los conciudadanos habituados a cantar el Himno Nacional que están convencidos de que Masoisare es un extraño enemigo, y hace tiempo escuché a todo el público que asistió a un concierto en Chile del grupo de metal Twisted Sister cantar parte del estribillo de la canción We're Not Gonna Take it: en vez de We are gonna take it… ¡Huevos con aceite! Y se oye mejor…

lunes, 22 de julio de 2024

Envidia de pantis

  

Cinco años después de La interpretación de los sueños, apareció la primera edición de otra de las más importantes obras de Sigmund Freud: Tres ensayos sobre la teoría de la sexualidad (1905) —curiosamente, en el listado de los cien libros del siglo XX que realizó Le Monde no se considera al primero y sí al segundo—. Si bien en este libro el neurólogo austriaco introduce varios conceptos clave del psicoanálisis, no hace referencia alguna al concepto de “envidia del pene”. La primera alusión explícita ocurrirá tres años más tarde.


[El psicoanálisis puso fin al cuento de hadas de la infancia asexual]


En su ensayo Sobre las teorías sexuales infantiles (1908), Freud alude la teoría —especulación— que tienen los infantes de que tanto niños como niñas tienen un pene. “Esta última idea era la que traía consigo mayores consecuencias, de las que a su vez se hace una primera mención en estas páginas —explica James Strachey—: la importancia atribuida al pene por los niños de ambos sexos, las secuelas del descubrimiento de que uno de los sexos carece de él —la aparición en las niñas de la ‘envidia del pene’”. En dicho texto, Freud sostiene:

En la niña pequeña se puede observar fácilmente que comparte por entero aquella estimación de su hermano. Desarrolla un gran interés por esa parte del cuerpo en el varón, interés que pronto pasa a estar comandado por la envidia.

En escritos posteriores el fundador del psicoanálisis desarrollará más a fondo el concepto —ciertamente uno de los más polémicos de su teoría—.

Pocos años antes, quien se convertiría en el famoso pintor alemán-suizo Paul Klee (1898-1940), siendo un niño de tres o cuatro años experimentó una desazón distinta, de la que no lo salvó poseer un miembro viril:

Mis primeras impresiones de la belleza de las niñas fueron muy precoces y, a la vez, extremadamente intensas. Lamenté mucho no ser una niña para poder usar bragas blancas con adornos de encaje (The diaries of Paul Klee1898-1918).

Envidia de pantis… o si prefieren de bragas, pero no de calzones —panti es braga y braga es la “prenda interior femenina e infantil, que cubre desde la parte inferior del tronco y tiene dos aberturas en las piernas”, mientras que un calzón es la “prenda de vestir con dos perneras, que cubre el cuerpo desde la cintura hasta una altura variable de los muslos”, para hombres y mujeres—.


[Paul Klee, Portrait Sketch ‘Aunt and Nephew’, 1915]

domingo, 21 de julio de 2024

La “esperanza” troglodita

  

Tal vez entonces esta piedra era

mi casa, mis ventanas o mis ojos.

Me recuerda esta rosa de granito

algo que me habitaba o que habité,

cueva o cabeza cósmica de sueños,

copa o castillo o nave o nacimiento.

Pablo Neruda, CASA.

  

Acabo de toparme con una nota de la BBC que me hizo recordar a dos lumbreras. La agencia informa que, debido a un reciente descubrimiento selenita, es factible que en el futuro próximo —en unos veinte o treinta años, según estima la doctora Helen Sharman, astronauta británica— algunos seres humanos retornen a la vida troglodita, aunque no en la Tierra. La noticia no se presenta como una tragedia, sino como una esperanza. Creo que la perspectiva le habría causado mucha gracia al viejo Borges y cierto horror a Hannah Arendt. Vean ustedes si no…

¿A qué se refiere la BBC con vida troglodita? Acotemos esto primero. Llamamos trogloditas a los tragones. También empleamos esa palabra como sinónimo de salvaje, de bárbaro, e incluso de rudo o cruel. Son usos correctos. Pero la primera acepción de troglodita es otra. Al español y a otros muchos idiomas, la palabra llegó del latín troglodyta, el cual a su vez proviene del griego antiguo τρωγλοδύτης (troglodýtēs), esta última compuesta de dos partes: τρώγλη (trōglē), concavidad, agujero; y δύτης (dytēs), inmerso, metido en… —en griego contemporáneo δύτης significa buzo—. Así que troglodita significa “inmerso en los hoyos” o “el que vive metido en una oquedad”. Troglodita es entonces quien habita en cavernas.

El registro más antiguo de la palabra troglodita se halla en una obra jónica escrita hace casi dos mil quinientos años. Heródoto de Halicarnaso (480 – 425 a. C.) da cuenta de los garamantes, un pueblo bereber de la región desértica del noroeste africano, en la actual Libia, que, entre otras actividades productivas —se dedicaban además a la agricultura y la ganadería—, cazaban seres humanos:

Van dichos garamantes a caza de los etíopes trogloditas, montados en un carro de cuatro caballos, lo cual se hace preciso por ser estos etíopes los hombres más ligeros de pies de cuantos hayamos oído hablar. Los trogloditas o habitantes de cavernas comen serpientes, lagartos y otros reptiles semejantes: tienen un idioma a ningún otro parecido, aunque puede decirse que en vez de hablar chillan a manera de murciélagos (HistoriasMelpómene, CLXXXIII).

Cuatro siglos después, en su GeografíaEstrabón, nominará Troglodítica a esa esa región, alineada a la costa occidental del Mar Eritreo —como los griegos llamaban a la masa de agua que separa la Península Arábiga del Cuerno de África—, informando que sus pobladores tenían por costumbre vivir bajo tierra. De origen, pues, en el vocablo troglodita, la conexión es directa entre cavernarios y salvajes …, aunque, obviamente, la ligazón es mucho más añeja. Ni los antiguos egipcios ni los asirios podían haber usado la palabra griega troglodita, pero tenían sus propios términos para describir a los hombres y mujeres que vivían en las cavernas o en los montes, fuera de la civilización —recuerden la historia de Enkidu, el salvaje domesticado nada menos que por el primer superhéroe de la literatura, Gilgamesh—. De cualquier manera, independientemente de las palabras, nuestra especie —por no hablar de los homínidos en general— tiene mucho menos experiencia en la vida extracavernaria que en la troglodita… Es más, en el gran contexto, no de la historia, sino de nuestra existencia genérica, hace muy poco que somos habitantes, quiero decir habitantes de cualquier sitio, y en las cuevas fue en donde aprendimos a serlo. Habitadas por diversos homínidos a lo largo de medio millón de años, las cuevas de Nahal Me'arot, ubicadas en la cuesta oeste del Monte Carmelo, ofrecen un magnífico registro de la vida troglodita. En sus cavidades y túneles, sus inquilinos más recientes, neandertales y sapiens, dormían, comían, facturaban herramientas, se reproducían, ejecutaban rituales funerarios… Trogloditas prehistóricos.

Algunos trogloditas —estos plenamente históricos— intervienen en El Inmortal de Jorge Luis Borges. Quienes hayan leído el cuento quizá recuerden que se trata de una narración hallada por la princesa de Lucinge en unos papeles escondidos en el último tomo de la Ilíada de Pope —volúmenes que le había facilitado en 1929 el anticuario Joseph Carthapilus—. En el manuscrito, el tribuno romano Marco Flaminio Rufo relata cómo fue que se decidió a encontrar la Ciudad de los Inmortales, de cuya existencia se enteró en Tebas por boca de un jinete moribundo llegado de Oriente. La historia sucede algunos años después de la pax romana, cuando Diocleciano era el emperador de Roma (284 – 305). El tribuno se aventura al periplo en busca del “el río secreto que purifica de la muerte a los hombres”, el cual, según le dijo el jinete, se encontraba “hasta el Occidente, donde se acaba el mundo”. Él y un grupo de mercenarios partieron de Arsinoe para luego adentrarse en el desierto… “Atravesamos el país de los trogloditas, que devoran serpientes y carecen del comercio de la palabra.” Borges evidentemente leyó a Heródoto y borda en su propio telar con los hilos milenarios del griego:

En la arena había pozos de poca hondura; de esos mezquinos agujeros (y de los nichos) emergían hombres de piel gris, de barba negligente, desnudos. Creí reconocerlos: pertenecían a la estirpe bestial de los trogloditas, que infestan las riberas del golfo Arábigo y las grutas etiópicas; no me maravillé de que no hablaran y de que devoraran serpientes.

Resulta que después de hallar por fin —o de pronto hallarse en— la Ciudad de los Inmortales, el protagonista cae en la cuenta de que los inmortales no eran otros que los trogloditas que habitaban en las cavidades que rodeaban la ciudad desierta:

… juzgando que toda empresa es vana, determinaron vivir en el pensamiento, en la pura especulación. Erigieron la fábrica, la olvidaron y fueron a morar en las cuevas. Absortos, casi no percibían el mundo físico. 

Pues resulta que es probable que en pocos años algunos congéneres nuestros, sin máquinas del tiempo mediante ni en alucinaciones literarias, regresarán a la vida troglodita, como los inmortales de la ciudad desierta o los prehistóricos milenarios —a principios de julio la revista Nature informó que las pinturas rupestres de las de la caverna en Maros-Pangkep, Sulawesi, son mucho más antiguas de lo que se creía, y hay algunas representaciones que tienen más de 53 mil años, lo que las ubican como los testimonios más arcaicos de la capacidad representativa de los seres humanos—. En la nota que aludía al principio, la BBC reporta que un grupo de científicos italianos descubrieron una cueva en la Luna con una boca de unos cien metros de ancho y una profundidad de 130 a 170 metros, un lugar que por su tamaño y forma resulta ideal para albergar una base lunar permanente. La cueva podría proteger a los astronautas de la radiación y del llamado clima espacial. Visible desde la Tierra, la dichosa caverna se encontró en el Mar de la Tranquilidad, en el lugar donde alunizó el Apolo 11 en 1969. Por descontado, seguramente hay más cuevas lunares, así que el hallazgo incentiva su búsqueda y también de cuevas similares en Marte, en las que fuera posible encontrar refugio a cosmonautas trogloditas.


Pienso que todo esto a Hannah Arendt le habría resultado, si no sorprendente puesto que alcanzó a preverlo —“nosotros, criaturas atadas a la Tierra…, hemos comenzado a actuar como si fuéramos habitantes del universo”—, sí horroroso. La pensadora judío-alemana no planteó una pregunta absurda cuando escribió: “la emancipación y secularización de la Edad Moderna, que comenzó con un desvío, no necesariamente de Dios, sino de un dios que era el Padre de los hombres en el cielo, ¿ha de terminar con un repudio todavía más ominoso de una Tierra que fue la Madre de todas las criaturas vivientes bajo el firmamento?” Desde la perspectiva de Arendt, la posible vuelta a la vida troglodita, pero ahora en la Luna, resulta esencialmente antihumana, toda vez que “la Tierra es la misma quintaesencia de la condición humana”. Piensa que mientras el mundo de nuestras creaciones y artificios nos separa de las demás especies, “la propia vida queda al margen de este mundo artificial y, a través de ella, el hombre se emparenta con los restantes organismos vivos”. Pero fuera de este planeta, la vida misma tendría que ser artificiosamente sostenida. El afán de escapar de la Tierra es pues un afán de perder la condición humana, y “el deseo de escapar de la condición humana subraya también la esperanza de prolongar la vida humana más allá del límite de los cien años”. ¿Nada más cien años? Imposible no recordar la codicia que impulsó a los trogloditas de Borges, la inmortalidad. La edición original La condición humana de Hannah Arendt es de 1958, entonces ella advertía que “el hombre del futuro… parece estar poseído por una rebelión contra la existencia humana tal y como se no ha dado…” Ese hombre del futuro somos nosotros.

lunes, 15 de julio de 2024

Pareidolia: what does it have to do with it?

 

The Last and the First (1971): apparently, in both her late and posthumous work, Ivy Compton-Burnett (1884-1969) maintained her sense and taste for what the Mexican writer Sergio Pitol would call “rigorous and symmetrical titles.” Previous ones are, to mention a few, Brothers and Sisters, Daughters and Sons, More Women Than Men, The Present and the Past... and the work that Pitol prologues for the Spanish edition of Anagrama, Criados y doncellas. This British author wrote a total of twenty novels—her style is often compared to those of Henry James and Jane Austen. Ivy Compton-Burnett never married or had children, for more than thirty years she lived with her partner Margaret Jourdain, she mourned the loss of her mom and wore black most of her life... Anyone can find out about this and more by reading The Life of Ivy Compton-Burnett (1973), by Elizabeth Sprigge.

 

British like I. Compton-Burnett —as Ivy Compton-Burnett's books were signed in their original editions— Elizabeth Miriam Squire Sprigge (1900-1974) was also a prolific literature lover: she produced novels (7), books for children (4) and several biographies: one about the American writer Gertrude Stein, another dedicated to the actress Sybil Thorndike Casson, one about Jean Cocteau, and the one that would bring her fame, The life of Ivy Compton-Burnett... But I'm not going to talk about that book, but about another biography: in 1949, Sprigge published The Strange Life of August Strindberg. Sprigge also translated six of the Swedish writer's plays into English, including The Father, Miss Julia and A Dream. Even today, Elizabeth Sprigge's is considered one of the most essential biographies of Strindberg.

 

Johan August Strindberg was born in Stockholm in 1849, exactly one hundred years before the book written about his life by Elizabeth Sprigge was published. The Swede did  not only wrote literature —drama, novel, poetry, essay— and philosophizing —he corresponded with Nietzsche—, he also dedicated himself to photography, painting  —he was a friend of Edvard Munch and Paul Gauguin— and to alchemy, magic, astrology and spiritualism. In her book The strange life of August Strindberg, Elizabeth Sprigge narrates the following passage alluding to Strindberg's childhood:

But although lessons seemed meaningless August Strindberg liked learning, and although he found the world unjust, he was eager to explore it. He examined the shape and texture of everything, and often saw second images in things. A face, a figure or a landscape would appear—in the grain of wood, perhaps, or in the pattern of plaster on a wall—and seem as real to him as the object itself. He began to observe that in all things were other things which many people did not notice, and his special vision became both an excitement and a loneliness.

The type of perception referred to in the text is called pareidolia. The word is formed by the Greek voices eídōlon (εδωλον) and pará (παρά), “figure” or “ghost” and “next to” or “similar to”, respectively, so pareidolia means “rigged image” or “ghost image”, something that is perceived attached to what is seen: observing other things in things. We often forget that seeing and perceiving images are not the same: seeing images refers to the physical act of receiving visual stimuli through the eyes, while perceiving images involves interpreting and making sense of those visual stimuli. In other words, seeing is the physical process of capturing light and shapes with the eyes, while perceiving involves the conscious interpretation and understanding of what is seen, which involves cognitive and emotional processes. Don Quixote does not experience pareidolia when he sees giants in the windmills; No, the gentleman is delirious and hallucinating. Unlike hallucinations, which are vivid and clear, just as powerful as normal perceptions, and not subject to voluntary control, in the case of pareidolias, perceivers can see the ghost image knowing that it is not that you might see a rabbit shape on the moon knowing that there on our natural satellite there is not really a animal, or the outline of a body shaped )  on a hill or the shape of a sleeping woman on a volcano, for example- these participate in this mental dynamic, as Strindberg did as a child, striving to discover those images.

 

It is not very clear who coined the term pareidolia. Perhaps the first to use it was the German psychiatrist Karl Ludwig Kahlbaum in an 1866 article —On the Deception of the Senses— or perhaps it was, a year earlier, the Russian psychiatrist Victor Kandinsky. In any case, the meaning was more or less the same.

 

At the beginning of this text I wrote that apparently Ivy Compton-Burnett maintained her taste for “rigorous and symmetrical titles” in her last book. It seems that way, but it wasn't like that. Although the novelist managed to finish her work, she left it without a title. The editors were wise enough come up with a title respecting the author's style and taking a phrase said by one of the characters, of course, in turn taken from the Bible: “the first will be last and the last will be first; for many are called, but few are chosen” (Matthew 20:16).

 

The original title of Criados y doncellas, another of Compton-Burnett's novels (mentioned in this article) Manservant and Maidservant. And Strindberg's fondness for pareidolias was not made up by his biographer, the Swede himself refers to it in many of his books, and in one of them, he describes how since he was a child he looked for ghost-images: The Servant's Son... But What does that have to do with anything?

domingo, 14 de julio de 2024

La fama y otras ilusiones

  

Life is illusion, disillusionment is destruction.

Karl Jaspers, Tragedy is not enough.

 

El arte no reproduce lo visible; más bien, hace visible.

Paul Klee.

 

 

 

Ciego y ya en la lúcida plenitud de su vejez, “aurora de la muerte”, Borges admitía que “los hados o los astros” le habían dado “la fama, que no merece nadie”. Así lo dejó anotado en su poema Aquel, sobre el cual él mismo glosó: “debe parecer un caos, un desorden y ser íntimamente un cosmos, un orden”. En otro poema, el que dedicó al filósofo Baruch Spinoza, el bonaerense se había referido también a la fama, mentándola como “ese reflejo de sueños en el sueño de otro espejo”. Además, claro, el autor de Ficciones escribió La fama, un poema en el que consagró 138 palabras distribuidas en 24 versos para enlistar, iniciando siempre con un infinitivo, las razones por las cuales, según él, habría de llegar a la muerte siendo un hombre famoso; por ejemplo: “No ser codicioso de islas” o “Haber urdido algún endecasílabo” o “Ser esa cosa que nadie puede definir: argentino”. En dos versos, Jorge Luis Borges cierra su composición con una conclusión: “Ninguna de esas cosas es rara y su conjunto me depara una fama que / no acabo de comprender”.

 

Es imposible gobernar los resortes que dispararán, o no, la fama de una persona. Por lo demás, si bien lo único seguro es que tarde que temprano todos caeremos en las negras profundidades del olvido absoluto, mientras tanto los motivos por los cuales quienes seguimos vivos recordamos a algunos muertos —pocos, muy pocos— ni son fijos ni necesariamente lógicos, mucho menos justos. En cualquier caso, el recuerdo ocurre ahora, en el presente, y liberándose cada vez más y más de lo que supuestamente lo provocó en el pasado. Por lo demás, eso que llamamos fama —condición de ser famoso, es decir, ampliamente conocido— se manifiesta diferente a través del tiempo y en los distintos ámbitos. Consulte usted a uno de los oráculos contemporáneos más socorridos, ChatGPT, ¿a qué debe su fama Karl Jaspers? Yo lo hice y obtuve la siguiente respuesta: “Karl Jaspers es conocido principalmente por ser un filósofo alemán destacado del siglo XX.” El artilugio informático destaca que Jaspers es uno de los principales exponentes del existencialismo, junto con Sartre y Martin Heidegger, así como sus aportes a la teoría del conocimiento —epistemología fenomenológica— y a la ética y la ciencia política. Ciertamente, Karl Theodor Jaspers (1883-1969) es un pensador al que hay que leer, pero resulta que su formación inicial fue en otras disciplinas. Mucho antes de publicar La fe filosófica (1932) o Filosofía de la existencia(1938), Jaspers estudió medicina y luego psiquiatría, campo este último en el que, aunque su fama de filósofo ha opacado, no fue nada menor su trabajo. De hecho, Jaspers escribió también un libro, si bien no ajeno a la filosofía —en última instancia quizá nada lo sea—, especializado en las ciencias de la salud.

 

Y vamos llegando al punto: resulta que en su obra Psicopatología general (1923), en el capítulo que dedica a las “Manifestaciones subjetivas de la vida psíquica enferma” —sección “fenómenos singulares de la vida psíquica anormal”—, Jaspers propone una clasificación de los modos en que los objetos, la realidad concreta, es dada de manera anormal a la percepción de la gente. Pone en el primer grupo a las anomalías de la percepción, con tres tipos: alteración en la intensidad de las sensaciones; traslaciones de la calidad de las sensaciones, y sensaciones anormales simultáneas. En segundo lugar agrupa lo que denomina características anormales de la percepción: extrañeza del mundo, el mundo se vuelve nuevo y de belleza dominante, e imposibilidad para percibir el alma de otras personas. La tercera categoría corresponde a la escisión de la percepción. Finalmente, las percepciones engañosas conforman la quinta categoría, la cual, basado en la división que la psiquiatría acepta desde Jean-Étienne Esquirol, divide en alucinaciones e ilusiones. Las primeras son percepciones que no han surgido de percepciones reales por transformación, sino que son enteramente inventadas. En cuanto a las ilusiones, Jaspers las define como “las percepciones surgidas de percepciones reales por transformación, en las que las excitaciones externas de los sentidos se combinan con elementos reproducidos en una unidad en la que las excitaciones sensibles directas no son distinguibles de las reproducidas”. Las ilusiones, a su vez, las divide en tres: de inatención, afectivas y, a las que va todo esto: las pareidolias.

 

Leonardo da Vinci (1452-1519), sin duda uno de los personajes más famosos de la tradición occidental, sin saber que estaba describiendo lo que siglos después llamaríamos pareidolias, recomendó a quienes quisieran pintar como él:

No dejaré de mencionar entre estos preceptos una nueva fuente de especulación, la cual, aunque pueda parecer trivial y casi digna de risa, es sin embargo extremadamente útil para despertar la mente a diversas invenciones. Se trata de lo siguiente: cuando mires una pared con manchas o con una mezcla de piedras, si tienes que idear una escena, puedes descubrir un parecido con diversos paisajes, embellecidos con montañas, ríos, rocas, árboles, llanuras, valles anchos y colinas en una disposición variada. O también puedes ver batallas y figuras en acción; o rostros y trajes extraños, y una infinita variedad de objetos que podrías reducir a formas completas y bien dibujadas. Y estos aparecen en tales paredes de forma confusa, como el sonido de las campanas en cuyo repique puedes encontrar cualquier nombre o palabra que elijas imaginar (numeral 508 de la “La práctica de la pintura”; The literary works of Leonardo da Vinci).

El mismo procedimiento empleaba siendo un infante de nueve años el pintor Paul Klee (1879-1940), seguramente si haber leído a Leonardo:

En el restaurante regentado por mi tío, el hombre más gordo de Suiza, había mesas con tableros de mármol pulido, cuya superficie exhibía un laberinto de capas petrificadas. En este laberinto de líneas se podían distinguir grotescos humanos y plasmarlos con un lápiz (The diaries of Paul Klee, 1898-1918).

El pintor, quien era tanto suizo como alemán, igual que Karl Jaspers, no consideraba a las pareidolias un método —como Leonardo—, sino una distracción que evidenciaba las anomalías mentales que sufriría a lo largo de toda su vida: “Me fascinaba este pasatiempo; mi ‘inclinación por lo extraño’ se anunciaba a sí misma”.

 

La fama de extraño de Klee llegó a oídos de Borges, quien lo mienta en Los conjurados: “Son un cirujano, un pastor o un procurador, pero también son Paracelso y / Amiel y Jung y Paul Klee”. En el poema, el argentino sugiere que la historia y la memoria son fuerzas que moldean nuestra percepción del mundo… Curioso: junto con Klee, Borges mienta en el mismo verso a un psiquiatra, Jung (1875-1961), y a un filósofo, Henri-Frédéric Amiel (1821-1881)…, los dos suizos, por cierto.

lunes, 8 de julio de 2024

Pareidolia: ¿qué tiene que ver?

  

The Last and the First Los últimos y los primeros— (1971): al parecer, en su obra tanto postrera como póstuma, Ivy Compton-Burnett (1884-1969) mantuvo el tino y su gusto por lo que Sergio Pitol llamaría “títulos rigurosos y simétricos”. Anteriores son, por mencionar algunas, Hermanos y hermanasHijos e hijas, Más mujeres que hombres­, El pasado y el presente… y la obra que prologa Pitol para la edición en español de Anagrama, Criados y doncellas. La inglesa escribió en total veinte novelas —su estilo suele compararse con los de Henry James y Jane Austen—. Ivy Compton-Burnett jamás se casó ni tuvo hijos, a lo largo de más de treinta años vivió con su compañera Margaret Jourdain, vistió de inflexible luto durante la mayor parte de su vida… De esto y más cualquiera puede enterarse si lee The life of Ivy Compton-Burnett (1973), de Elizabeth Sprigge.



Paisana de I. Compton-Burnett —como aparecían firmados los libros de Ivy Compton-Burnett en sus ediciones príncipe—, Elizabeth Miriam Squire Sprigge (1900-1974) fue también una mujer de letras prolífica: produjo novela, siete, cuatro libros para niños y varias biografías: una sobre la escritora estadounidense Gertrude Stein, otra dedicada a la actriz Sybil Thorndike Casson, una más de Jean Cocteau, y justo la que le valdría más fama, The life of Ivy Compton-Burnett… Pero a esa no voy a referirme. En 1949, Sprigge publicó The strange life of August StrindbergSprigge también tradujo al inglés seis obras de teatro del escritor sueco, incluyendo El padreLa señorita Julia y Un sueño. Hasta la fecha se considera que la de Elizabeth Sprigge es una de las biografías imprescindibles de Strindberg.



Johan August Strindberg nació en Estocolmo en 1849, justo cien años antes de que se publicara el libro que sobre su vida escribió Elizabeth Sprigge. El sueco no se dedicó nada más a escribir literatura —dramaturgia, novela, poesía, ensayo— y a filosofar —mantuvo correspondencia con Nietzsche—, también a la fotografía, la pintura —fue amigo de Edvard Munch y Paul Gauguin— y a la alquimia, la magia, la astrología y el espiritismo. En su libro The strange life of August Strindberg, Elizabeth Sprigge narra el siguiente pasaje alusivo a la infancia de Strindberg (traduzco del inglés):

… aunque las lecciones le parecían sin sentido, a August Strindberg le gustaba aprender, y aunque encontró el mundo injusto, estaba ansioso por explorarlo. Examinó la forma y la textura de todo, y a menudo veía segundas imágenes en las cosas. Una cara, una figura o un paisaje aparecería en el grano de la madera, tal vez, o en el patrón de yeso en una pared, y le parecería tan real como el objeto en sí. Comenzó a observar que en todas las cosas había otras cosas que muchas personas no notaban, y su visión especial se convirtió tanto en una emoción como en una soledad.

El tipo de percepción que refiere el texto se denomina pareidolia. La palabra está formada por las voces griegas eídōlon (εἴδωλον) y pará (παρά), “figura” o “fantasma” y “junto a” o “semejante a”, respectivamente, así que pareidolia significa “imagen aparejada” o “imagen fantasma”, algo que se percibe adjunto a lo que se ve: observar en las cosas otras cosas. Por lo regular olvidamos que ver y percibir imágenes no es lo mismo: ver imágenes se refiere al acto físico de recibir estímulos visuales a través de los ojos, mientras que percibir imágenes implica interpretar y dar sentido a esos estímulos visuales. En otras palabras, ver es el proceso físico de captar luz y formas con los ojos, mientras que percibir implica la interpretación y comprensión consciente de lo que se ve, lo cual involucra procesos cognitivos y emocionales. El Quijote no experimenta una pareidolia cuando ve gigantes en los molinos; no, el caballero delira y alucina. A diferencia de las alucionaciones, que son “vívidas y claras, con toda la fuerza y el impacto de las percepciones normales, y no están sujetas al control voluntario” (DSM5), en el caso de las pareidolias, quienes las perciben pueden ver la imagen aparejada sabiendo que no es eso —puedes ver el conejo de la Luna sabiendo que allá en nuestro satélite natural no hay realmente un animal logomorfo, o un muerto en un cerro o una mujer dormida en un volcán, por ejemplo— o bien participan decididamente en su construcción mental, como lo hace el niño Strindberg, esforzándose en descubrir esas imágenes.



No está muy claro quién acuñó el término pareidolia. Quizá el primero en usarla fue el psiquiatra alemán Karl Ludwig Kahlbaum en un artículo de 1866 —Sobre el engaño de los sentidos— o quizá fue, un año antes, el psiquiatra ruso Victor Kandinsky. En cualquier caso, el sentido fue más o menos el mismo. En nuestro idioma el vocablo no aparece aún en el diccionario de la RAE, aunque ya lo incorpora el Dicccionario del español actual: “Percepción falseada por la fantasía.”


Al inicio de este texto escribí que al parecer Ivy Compton-Burnett mantuvo en su último libro el gusto por los “títulos rigurosos y simétricos”. Eso parece, pero no fue así. Si bien, la novelista alcanzó a concluir la obra, la dejó sin título. Los editores tuvieron el acierto de nombrarla así, respetando el estilo de la autora y tomando una frase que dice uno de los personajes de la novela, claro, a su vez tomada de la Biblia: “los primeros serán postreros y los postreros, primeros; porque muchos son los llamados, pero pocos los escogidos” (Mateo 20:16).


El título original de Criados y doncellas, otra de las novelas de Compton-Burnett que aquí trajimos a cuento, esManservant and Maidservant, es decir, Siervo y sierva. Y la afición de Strindberg por las pareidolias no la inventa su biógrafa, el propio sueco se refiere a ella en muchos de sus libros, e incluso en uno de ellos, cuenta cómo desde niño buscaba imágenes-fantasma: El hijo de la sierva… Pero ¿eso qué tiene que ver?