lunes, 8 de julio de 2024

Pareidolia: ¿qué tiene que ver?

  

The Last and the First Los últimos y los primeros— (1971): al parecer, en su obra tanto postrera como póstuma, Ivy Compton-Burnett (1884-1969) mantuvo el tino y su gusto por lo que Sergio Pitol llamaría “títulos rigurosos y simétricos”. Anteriores son, por mencionar algunas, Hermanos y hermanasHijos e hijas, Más mujeres que hombres­, El pasado y el presente… y la obra que prologa Pitol para la edición en español de Anagrama, Criados y doncellas. La inglesa escribió en total veinte novelas —su estilo suele compararse con los de Henry James y Jane Austen—. Ivy Compton-Burnett jamás se casó ni tuvo hijos, a lo largo de más de treinta años vivió con su compañera Margaret Jourdain, vistió de inflexible luto durante la mayor parte de su vida… De esto y más cualquiera puede enterarse si lee The life of Ivy Compton-Burnett (1973), de Elizabeth Sprigge.



Paisana de I. Compton-Burnett —como aparecían firmados los libros de Ivy Compton-Burnett en sus ediciones príncipe—, Elizabeth Miriam Squire Sprigge (1900-1974) fue también una mujer de letras prolífica: produjo novela, siete, cuatro libros para niños y varias biografías: una sobre la escritora estadounidense Gertrude Stein, otra dedicada a la actriz Sybil Thorndike Casson, una más de Jean Cocteau, y justo la que le valdría más fama, The life of Ivy Compton-Burnett… Pero a esa no voy a referirme. En 1949, Sprigge publicó The strange life of August StrindbergSprigge también tradujo al inglés seis obras de teatro del escritor sueco, incluyendo El padreLa señorita Julia y Un sueño. Hasta la fecha se considera que la de Elizabeth Sprigge es una de las biografías imprescindibles de Strindberg.



Johan August Strindberg nació en Estocolmo en 1849, justo cien años antes de que se publicara el libro que sobre su vida escribió Elizabeth Sprigge. El sueco no se dedicó nada más a escribir literatura —dramaturgia, novela, poesía, ensayo— y a filosofar —mantuvo correspondencia con Nietzsche—, también a la fotografía, la pintura —fue amigo de Edvard Munch y Paul Gauguin— y a la alquimia, la magia, la astrología y el espiritismo. En su libro The strange life of August Strindberg, Elizabeth Sprigge narra el siguiente pasaje alusivo a la infancia de Strindberg (traduzco del inglés):

… aunque las lecciones le parecían sin sentido, a August Strindberg le gustaba aprender, y aunque encontró el mundo injusto, estaba ansioso por explorarlo. Examinó la forma y la textura de todo, y a menudo veía segundas imágenes en las cosas. Una cara, una figura o un paisaje aparecería en el grano de la madera, tal vez, o en el patrón de yeso en una pared, y le parecería tan real como el objeto en sí. Comenzó a observar que en todas las cosas había otras cosas que muchas personas no notaban, y su visión especial se convirtió tanto en una emoción como en una soledad.

El tipo de percepción que refiere el texto se denomina pareidolia. La palabra está formada por las voces griegas eídōlon (εἴδωλον) y pará (παρά), “figura” o “fantasma” y “junto a” o “semejante a”, respectivamente, así que pareidolia significa “imagen aparejada” o “imagen fantasma”, algo que se percibe adjunto a lo que se ve: observar en las cosas otras cosas. Por lo regular olvidamos que ver y percibir imágenes no es lo mismo: ver imágenes se refiere al acto físico de recibir estímulos visuales a través de los ojos, mientras que percibir imágenes implica interpretar y dar sentido a esos estímulos visuales. En otras palabras, ver es el proceso físico de captar luz y formas con los ojos, mientras que percibir implica la interpretación y comprensión consciente de lo que se ve, lo cual involucra procesos cognitivos y emocionales. El Quijote no experimenta una pareidolia cuando ve gigantes en los molinos; no, el caballero delira y alucina. A diferencia de las alucionaciones, que son “vívidas y claras, con toda la fuerza y el impacto de las percepciones normales, y no están sujetas al control voluntario” (DSM5), en el caso de las pareidolias, quienes las perciben pueden ver la imagen aparejada sabiendo que no es eso —puedes ver el conejo de la Luna sabiendo que allá en nuestro satélite natural no hay realmente un animal logomorfo, o un muerto en un cerro o una mujer dormida en un volcán, por ejemplo— o bien participan decididamente en su construcción mental, como lo hace el niño Strindberg, esforzándose en descubrir esas imágenes.



No está muy claro quién acuñó el término pareidolia. Quizá el primero en usarla fue el psiquiatra alemán Karl Ludwig Kahlbaum en un artículo de 1866 —Sobre el engaño de los sentidos— o quizá fue, un año antes, el psiquiatra ruso Victor Kandinsky. En cualquier caso, el sentido fue más o menos el mismo. En nuestro idioma el vocablo no aparece aún en el diccionario de la RAE, aunque ya lo incorpora el Dicccionario del español actual: “Percepción falseada por la fantasía.”


Al inicio de este texto escribí que al parecer Ivy Compton-Burnett mantuvo en su último libro el gusto por los “títulos rigurosos y simétricos”. Eso parece, pero no fue así. Si bien, la novelista alcanzó a concluir la obra, la dejó sin título. Los editores tuvieron el acierto de nombrarla así, respetando el estilo de la autora y tomando una frase que dice uno de los personajes de la novela, claro, a su vez tomada de la Biblia: “los primeros serán postreros y los postreros, primeros; porque muchos son los llamados, pero pocos los escogidos” (Mateo 20:16).


El título original de Criados y doncellas, otra de las novelas de Compton-Burnett que aquí trajimos a cuento, esManservant and Maidservant, es decir, Siervo y sierva. Y la afición de Strindberg por las pareidolias no la inventa su biógrafa, el propio sueco se refiere a ella en muchos de sus libros, e incluso en uno de ellos, cuenta cómo desde niño buscaba imágenes-fantasma: El hijo de la sierva… Pero ¿eso qué tiene que ver?




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