lunes, 5 de agosto de 2024

Noumenos y fenómenos

 

… lo que llamamos objetos externos no son sino simples representaciones de nuestra sensibilidad…; la cosa en sí misma, no se conoce por medio de estas representaciones.

Kant, Crítica de la razón pura.

 

 

Aunque uno no quiera, los sentidos hacen caso a la realidad, atienden a los objetos para que de inmediato se produzcan representaciones que activan nuestra ansia y capacidad de entendimiento…

 

Carl Stephenson escribió Leiningens Kampf mit den Ameise. Meses después, en 1938, el mismo año que Hitler ordenó la anexión de Austria —hecho que no debió haber incomodado a Stephenson; aunque vienés, era también nazi—, la revista Esquire publicó el cuento en inglés: Leiningen Versus the Ants. Después de la guerra, Stephenson convirtió su relato en una novela, que publicó con diferentes títulos: Auf Leben und Tod (A vida o muerte), Sendboten der Hölle (Mensajeros del infierno) y Marabunta. En 1954 se estrenó el largometraje The Naked Jungle, protagonizado por Charlton Heston, quien interpreta a Leiningen, el dueño de una plantación de cocoa en la jungla brasileña. Unos veinte años después vi la película, seguramente durante alguno de los maratónicos domingos de Cine Permanencia Voluntaria del Canal 5. En una escena que me resultó memorable, mientras pasan la noche en un campamento en medio de la jungla, todos despiertan en plena madrugada. ¿Por qué? Nadie gritó, no tembló, no se escuchó un rugido, un disparo, nada… Es el experimentado Leiningen quien explica qué rompió la placidez de su sueño: el silencio. ¿Qué? Entonces él dispara al aire, al silencio, que no se inmuta: — Es algo que no teme a las pistolas.

 


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Caminas y a tus pies, súbita, rauda, con una forma y un tamaño que ipso facto remiten tu memoria a un tamal, una sombra surca el suelo: de inmediato, levantas la mirada en busca de un pájaro cruzando el cielo.

 

El aparato sensorial aprehende datos del entorno y mediante su cotejo con las representaciones que ya albergamos en la cabeza, se gesta “la materia bruta de las impresiones sensibles…” Todo esto tiene que ocurrir para que elabores el primer estadio de cualquier conocimiento, la experiencia. La experiencia, piensa Immanuel Kant (1724-1804), es el punto de partida de todo conocimiento. Conforme a su ordenamiento a través del tiempo, “ningún conocimiento precede a la experiencia y todo conocimiento comienza con ella” (Kant, Crítica de la razón pura).



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Tan pronto entras a la cafetería, sonríes complacido: está sonando Moanin’, y no es la de Charles Mingus, sino la de Bobby Timmons, que te gusta mucho más.

 

Los conocimientos previos a cada experiencia, los conocimientos a priori, sirven para dar cohesión a las nuevas representaciones provenientes de los sentidos, o conocimientos a posteriori… Por eso, advierte Kant, todo lo que ingresamos se va a relacionar necesariamente con las representaciones previas. Así que, “aunque todo nuestro conocimiento empiece con la experiencia, no por eso procede todo él de la experiencia.”

 

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Ya en la sobremesa, rodeado de amigos, mientras relatas el golazo que metiste el domingo, el mesero pone frente a ti el caldo de camarones que pediste hace un rato, tú sigues hablando entusiasmado, pero de golpe guardas silencio: ese caldo huele raro.

 

Uno de los conceptos centrales en el pensamiento de Kant es que los humanos no podemos acceder a la “cosa en sí” (Ding an sich), es decir, a la realidad tal como es en sí misma, de manera independiente a nuestras experiencias previas y a nuestras facultades cognoscitivas. Según el filósofo prusiano, el conocimiento que tenemos de la realidad está inevitablemente mediado por las formas a priori de la sensibilidad (espacio y tiempo) y las categorías del entendimiento. Es decir, percibimos y conocemos el mundo a través de las estructuras y condiciones de nuestro aparato cognitivo. “Los objetos en sí mismos no nos son conocidos, sino sólo sus fenómenos, los cuales no son sino representaciones de las cosas, representaciones que, en cuanto tales, están siempre contenidas en nuestra propia facultad de representación.”

 

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Has leído casi todas las novelas de Haruki Murakami (Kioto, 1949), doce en total, bueno trece, contando la que acabas de terminar, la más reciente. No podrías decirlo respecto a las tres que te faltan —Escucha la canción del viento, Los años de peregrinación del chico sin color y La muerte del comendador—, pero piensas que La ciudad y sus muros inciertos (2024) es la novela más freudiana del japonés.

Ya sea metafórica ya sea simbólicamente o como una especie de indicio de algo, estoy convencido de que… encontró un camino o un pasaje que lo conducía a esa ciudad y que, a través de él, incluso la alcanzó y entró en ella, internándose bajo la superficie del agua en un territorio oscuro y profundo: el del inconsciente.

¿La novela más freudiana de Murakami? Reflexionas un momento y terminas concediendo: — Bueno, en mí no había tenido antes un lector tan freudiano.

 


Usualmente pretendemos “desligar los objetos sensibles de las condiciones formales de nuestra sensibilidad y que representa a dichos objetos como objetos en sí mismos… cuando no son más que fenómenos”. Kant advierte que esto es un engaño, el autoengaño cotidiano: los noumenos, los objetos en sí mismos, las cosas tal y como son en realidad, independientes de nuestra percepción, son, en esencia, incognoscibles para nosotros; los fenómenos, en cambio, son las representaciones que tenemos de los objetos en sí mismos, tal como se nos aparecen a través de nuestros sentidos y son organizadas y vueltos a representar por nuestras categorías mentales.

 

Kant concluye que no podemos tener un acceso directo a la realidad en sí, sino únicamente a los fenómenos, a las cosas tal como se nos aparecen a través de nuestras facultades mentales. La “cosa en sí” permanece incognoscible. Silencio que no le tiene miedo a nada.

 

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