Gratias agere, summam esse virtutem,
et matrem omnium virtutum*.
Cicerón,
Pro Plancio (54 a. C.).
Sobre
la gratitud, pocos años antes de morir, Melanie Klein escribió:
Uno de los derivados más importantes de la capacidad para el amor es el sentimiento de gratitud. La gratitud es esencial para el establecimiento de la relación con el objeto bueno y se encuentra también en la base de la apreciación de la bondad en otros y en uno mismo. La gratitud tiene su origen en las emociones y actitudes que surgen en el estadio más temprano de la infancia, cuando para el bebé la madre es el primer y único objeto. (Envidia y gratitud, 1957)
Klein
destaca la gratitud como un afecto profundo y fundante en la relación con el
objeto bueno primario: la madre. La gratitud no se limita a una simple muestra
de agradecimiento: implica una elaboración psíquica compleja: el reconocimiento
de lo bueno en el otro, la integración del objeto y el amor sostenido, incluso en
ambivalencia.
En
Los hermanos Karamazov (1880), Fiódor Dostoyevski alude a la gratitud como
una elaboración psíquica de la relación con el objeto bueno. Pienso en el
personaje de Alyosha Karamazov, quien representa, dentro del universo
turbulento y violento de la novela, la capacidad de amar, de reconocer el bien
en los otros, de sostener la fe en el amor humano incluso frente al mal. Un
momento particularmente significativo se halla al final de la novela, cuando,
después del entierro del pequeño Iliusha, Alyosha le habla a un grupo de niños
y les pide que recuerden, toda su vida, el momento de amor y unión que están
compartiendo.
— Señores, vamos a despedirnos muy pronto… Decidamos aquí, junto a la roca de Iliusha, que nunca vamos a olvidarnos de él, en primer lugar y, en segundo, los unos a los otros. Sea lo que sea lo que nos pase en la vida, aunque estemos veinte años sin vernos, aun así vamos a recordar que hemos enterrado a un pobre niño al que una vez tiramos piedras…, y que después todos lo quisimos. Era un buen niño, un niño valiente y bondadoso… Vamos a recordarlo toda la vida… Y aunque estemos ocupados por los asuntos más importantes…, aun así no olvidemos nunca lo bien que estuvimos aquí, todos juntos unidos por un sentimiento tan bello y bueno y que, en estos momentos de amor por el pobre niño, quizá nos haya hecho mejores de lo que somos en realidad… Han de saber que no hay nada más alto, más fuerte, más sano y más útil en la vida que un buen recuerdo, especialmente el que se atesora ya en la infancia, en la casa materna. Os han hablado mucho de la educación, pero cualquier recuerdo bonito, sagrado, conservado desde la infancia, puede ser la mejor educación que exista. E, incluso si nuestro corazón solo guarda un único recuerdo bueno, éste puede salvarnos en algún momento. Quizá nos volvamos malos, incluso puede que no tengamos fuerzas para resistir con firmeza ante una mala acción, que nos riamos de las lágrimas de los hombres… Aun así, da igual lo malos que seamos, Dios no lo quiera, pues, en el momento en que recordemos cómo hemos enterrado a Iliusha, lo mucho que lo hemos querido en sus últimos días y cómo estamos hablando aquí junto a la roca, tan amistosamente y todos juntos, el más cruel de nosotros y el más burlón, si es que nos convertimos en eso, ya no se atreverá a reírse en su interior de cómo una vez fue bueno y bello.
Alyosha
guía a los niños en la elaboración colectiva del duelo por Ilusha,
transformando el dolor por su pérdida en un momento de unión afectiva, ética y
simbólica. Esto puede leerse, desde la teoría kleiniana, como un pasaje
ejemplar de tránsito por la posición depresiva: los niños se enfrentan a una
pérdida real (la muerte del amigo), y Alyosha los ayuda a no escindir, no
negar, no proyectar la culpa, sino a reconstruir internamente al objeto perdido
como bueno, lo cual implica no sólo una evocación afectiva, sino una
integración psíquica del objeto bueno, en tanto Ilusha se convierte en punto de
unión para los niños, incluso a pesar del conflicto. Desde la perspectiva
kleiniana, se trata de una identificación reparadora: los niños recuerdan no sólo
lo que hicieron mal, sino cómo repararon la relación con Ilusha al final, lo
amaron y lo acompañaron en su agonía. Ese recuerdo no busca escindir lo bueno
de lo malo, sino soportar la ambivalencia, lo cual caracteriza la maduración
psíquica. Alyosha confía en que un recuerdo bueno y compartido puede proteger
al sujeto incluso en momentos de angustia, hostilidad o crueldad futura: “Incluso
si nuestro corazón solo guarda un único recuerdo bueno, este puede salvarnos en
algún momento.” Este recuerdo funciona como un objeto bueno internalizado, que
puede ser invocado para resistir el retorno de la destructividad.
Continúa
Alyosha:
— He dicho todo esto por si algún día llegamos a ser malos. Pero ¿por qué hemos de serlo? ¿No os parece, amigos míos, que no hay ninguna razón para que lo seamos? Seremos buenos, honrados y no nos olvidaremos unos a otros. Yo os doy mi palabra de que no olvidaré a ninguno de vosotros; de que siempre, por muchos años que pasen, me acordaré de estas caras que me miran ahora… Queridos amigos: seamos todos generosos y valientes como Iliucha; bravos, nobles a inteligentes como Kolia y modestos y amables como Kartachov… A todos os quiero y os querré siempre igual. Y ya que nunca os faltará un lugar en mi corazón, puedo pediros que me llevéis toda la vida en el vuestro. ¿Quién nos ha unido en este hermoso sentimiento que deseamos conservar siempre en la memoria? Ihucha, ese bondadoso y gentil muchacho al que no dejaremos nunca de querer. ¡Nunca, nunca lo olvidaremos! ¡Será un bello recuerdo que llevaremos eternamente en nuestros corazones!
Este
discurso de Alyosha es mucho más que una exhortación moral: es una puesta en
acto de la función psíquica materna, contenedora, amorosa, integradora. En
términos kleinianos, podríamos decir que:
- Ayuda a los niños a atravesar la posición depresiva sin caer en la culpa persecutoria.
- Les ofrece un modelo de reparación simbólica frente al daño causado.
- Introduce una memoria afectiva que puede funcionar como sostén de la identidad frente a la destructividad.
- Y sobre todo, funda un espacio compartido donde la gratitud es posible y deseable, no como deber, sino como fuente de ligadura, de sentido y de amor.
La
alocución de Alyosha es, en este sentido, kleiniana por excelencia, cuya
función no es curar desde fuera, sino sostener la capacidad psíquica de
recordar el bien, de alojarlo internamente y de dejarse transformar por él.
En
suma, el discurso de Alyosha Karamazov constituye una escena literaria de
altísima densidad psíquica, en la que podemos leer, desde la teoría kleiniana:
- Un proceso de elaboración del duelo que transforma el objeto perdido en objeto bueno interno.
- Un modelo de identificación reparadora, ajena a la rivalidad, que permite a los niños reconocerse en el otro.
- Una estructura de memoria afectiva compartida, que ancla al yo en experiencias de amor y de goce.
- Finalmente, una realización simbólica del postulado de Klein: que la gratitud sólo es posible si antes hubo goce —un goce confiable, amable, alojado en el otro.
Alyosha
actúa, así, como figura materna en el sentido psicoanalítico: contenedora,
reparadora, transmisora de esperanza. Su palabra es una defensa contra el odio,
la escisión y el olvido, y una afirmación de que la ternura vivida puede
salvarnos incluso cuando el mundo parece perdido.
* Agradecer es la suprema virtud y la madre
de todas las demás.
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