Los hechos narrados por el alcalaíno Miguel
de Cervantes (1547-1616) en el capítulo XLII de la segunda parte de El
ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha se sitúan en el segundo bloque
de la primera salida del dilecto personaje. En aquel momento, El Caballero de
la Triste Figura y Sancho Panza han vivido ya varias desventuras a causa de las
fantasías caballerescas del manchego. El capítulo se desarrolla en la casa don
Diego de Miranda, un noble que acoge a los protagonistas y comparte con ellos
sus ideas y experiencias. Sancho confiesa a don Quijote sus dudas sobre
gobernar Barataria, la ínsula que supuestamente le ha sido prometida como
recompensa por sus servicios como escudero. Con su peculiar lógica y humor, Sancho
revela su incertidumbre sobre su capacidad para desempeñar labores de gobierno,
temiendo no estar a la altura de las responsabilidades. Don Quijote, por su
parte, lo anima, dándole además diversas recomendaciones sobre cómo debe
comportarse como gobernador; destaco una de ellas:
… has de poner los ojos en quien eres, procurando conocerte a ti mismo, que es el más difícil conocimiento que puede imaginarse. Del conocerte saldrá el no hincharte como la rana que quiso igualarse con el buey; que si esto haces, vendrá a ser feos pies de la rueda de tu locura la consideración de haber guardado puercos en tu tierra.
Al batracio al que Don Quijote se refiere es
el de la fábula “La rana y el buey”, de Cayo Julio Fedro (c. 14 a. C. – 50 d.
C.).
En cierta ocasión una rana vio a un buey en un prado y, envidiosa de tan gran corpulencia, infló su piel arrugada. Entonces preguntó a sus hijos si era más grande que el buey. Ellos dijeron que no. De nuevo estiró su piel con mayor esfuerzo y otra vez preguntó quién era más grande. Ellos dijeron que el buey; finalmente, llena de indignidad, al querer inflarse con más fuerza, cayó en el suelo reventada.
Unos seis siglos antes, Esopo había ya
escrito una fábula equivalente, “El gusano y la serpiente”:
Había una higuera en el camino. Un gusano, que vio a una serpiente dormida, sintió envidia de su tamaño. y al querer igualarla se echó a su lado e intentó estirarse, hasta que, por esforzarse tanto, sin darse cuenta, se rompió.
Así, don Quijote le dice a Sancho que, si
se conoce a sí mismo y mantiene la humildad, su pasado como porquero no será
motivo de vergüenza. Pero si se infla de orgullo y olvida su origen, ese pasado
se volverá grotesco y lo arrastrará al ridículo, como parte de una locura
absurda en la que el humilde se cree grande sin razón.
Por supuesto, la recomendación de don
Quijote a Sancho no es otra que la célebre máxima griega γνῶθι σεαυτόν (gnōthi
seautón), inscrita en el templo de Apolo en Delfos y atribuida
tradicionalmente a Sócrates. Nosce te ipsum, en latín, es mucho más que una simple exhortación: es
un principio filosófico que atraviesa la historia del pensamiento de la
tradición occidental. Cervantes fue un lector literatura clásica grecorromana.
La máxima “conócete a ti mismo” era ampliamente conocida en el Renacimiento, no
sólo por los textos de Platón y Cicerón, sino también por los manuales morales
y políticos del siglo XVI.
Desde hace mucho es generalizada la
creencia de que la máxima “conócete a ti mismo” fue ideada por Sócrates (470 –
399 a. C.). Aquí mismo me he referido ya a este
desacierto; no voy a repetir la explicación, sólo diré que es una
genialidad de Cervantes, ¡otra!, poner en boca de su loco entrañable la máxima
apolínea.
Sí, la frase es atribuída a Sócrates, y está inscrita en Templo de Apolo en la Antígua Grecia.Siempre aprendo de tí Maestro Castro.Gracias.Saludos
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