El fin de semana anterior, el director de este diario se recetó a sí mismo una profecía que, me temo, seguramente se cumplió. Parafraseando al Premio Nobel de Literatura Sir Winston Churchill, arrancó su editorial afirmando: “Elba Esther Gordillo es la peor líder sindical (de entre las que tienen el poder), exceptuando a todos los demás”. Luego, el augurio: “No quiero imaginar el vendaval de críticas que recibiré…”. Claro, una provocación, y en esta ajetreada realidad de país, provocaciones brincan a diario y a montones, en mi caso, mucho más atendibles simplemente porque la mayoría de los que las tiran me caen mal. Infortunadamente para el debate, Jorge me cae bien, así que si no hubiera seguido la lectura de su texto la cosa no hubiera pasado de un retortijón dominguero…, pero el morbo es grande y seguí leyendo. En los primeros párrafos Álvarez lanza su argumento a la mesa: “la diferencia central es que a ‘la Gordillo’ le importa la manera en que será recordada, y al resto de los líderes charros en este país, eso los tiene sin cuidado”. ¿Cómo será recordada la líder vitalicia del SNTE? ¿Cómo seremos recordados nosotros? ¿Quiénes te recordarán? ¿Cuánto tiempo? La trascendencia, ¿eh?
¿Quién será el escritor más recordado en Occidente? Apuesto que es Cervantes, quien falleció el 22 de abril de 1610, o Shakespeare, quien murió, según el calendario juliano, al día siguiente. Es decir, el próximo año conmemoraremos, bueno, los que lleguen, cuatro siglos del óbito de ambos. ¿Los recordamos? Apenas el 11 de marzo pasado el mundo se enteró de un curioso descubrimiento: existe un retrato de don Guillermo, realizado cuando el dramaturgo inglés tenía 46 años de edad, esto es, seis años antes de morir, y es único. Lo anterior significa que la imagen que hasta hoy aparece en enciclopedias, museos y contraportadas corresponde a un cuadro de Shakespeare realizado 70 años después de que él sucumbiera. Hemos, pues, recordado un recuerdo. En cuanto al complutense, propongo un sencillo experimento: cierra los ojos y visualiza a don Quijote de la Mancha…, y después intenta hacer lo mismo con Cervantes. Seguramente al primero pudiste recordarlo con mucho más precisión, mientras que al escritor, quizá, lo viste como un señor extrañamente parecido a Sir Walter Raleigh, el pirata, el de los cigarros. Ahora, la estampa de los personajes cervantinos que armaste en tu cabeza muy probablemente es la de un vejestorio largucho y flaco, acompañado de un chaparro gordinflón y sonriente; tal icono se lo debemos a los grabados con que Gustave Doré ilustró una edición de 1863, y si alguna vez has leído El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, sabrás que la imagen no corresponden a la descripción que hace Cervantes en su novela.
Entonces, ¿qué recordamos, al autor o a sus obras? ¿Recordamos a la gente o a las representaciones mentales que de ella se imponen? Me parece que, sin excepción, las personas se olvidan, mientras que, si acaso, se recuerdan personajes. Por antonomasia, pues, a lo más que podemos aspirar es a que se salve del olvido —apenas por un rato y sólo entre un algunos— una abstracción de lo que fuimos, no más. Y, claro, dicha abstracción será producto de una convención social, un producto por lo demás dinámico, susceptible de mutar de acuerdo a los devaneos del dichoso imaginario colectivo. Por supuesto, los haceres y decires de la gente de carne y hueso de alguna manera influyen en la construcción de sus respectivos personajes, pero uno suelen hacerlo inconscientemente; es más, aunque haya personas que en vida procuren ir perfilando al personaje con el cual quieren ser recordados, a la larga sus esfuerzos no necesariamente resultan definitorios. Bien valdría leer Pancho Villa: una biografía narrativa (Planeta, 2006), uno de los mejores libros de Paco Ignacio Taibo II. En dicha obra, queda contundentemente claro que el consabido “juicio de la historia” no pasa de ser un lugar común, un ejemplazo de pensamiento ideológico. Doroteo Arango comenzó a modelar su personaje desde muy chavo, quizá incluso antes de renombrarse Pancho Villa, con una conciencia de cometido sorprendente…, sin embargo, al cabo de los años “el juicio” no lo falló la historia, sino, como siempre, quienes la han escrito.
Volviendo al caso de la señora Gordillo, opino que hoy, antes incluso de que fenezca, ella es ya más un personaje que una persona. Su rostro, el de la mujer que hace 64 años nació en Comitán, es con mucho bastante más difuso que los cientos y cientos de cartones que la prensa ha publicado para editorializar críticamente su actuar. ¿Qué tendrá más posibilidades de no perderse en el olvido, “el legado que a Elba Esther le importa construir” o su responsabilidad en la situación actual del sistema de educación pública mexicano, sus buenas intenciones o las Hummer?
Como diría el clásico, "a güevo": no podemos pensar más que abstracciones. Según la RAE, abstracción proviene de abstraer, que significa, en su primer acepción, "separar por medio de una operación intelectual las cualidades de un objeto para considerarlas aisladamente o para considerar el mismo objeto en su pura esencia o noción." Es decir, no pensamos objetos, sino representaciones mentales que de esos objetos hacemos, abstraemos. Y, así, puesto que no somos inmortales, lo más que puede perdurar de nosotros es una abstracción.
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