domingo, 19 de abril de 2009

Pupitres megachiquititos

Eustaquio está por terminar el martirio de la secundaria. Hasta ahora, toda su vida académica, desde kínder, la ha transitado en una sola escuela, un colegio particular que puede presumir, y de hecho presume, un alto nivel académico. Por supuesto, además de un tanto cuanto petulante, no es una escuela barata; para la mayoría de los progenitores que tienen ahí a su prole, el gasto en colegiaturas, reinscripciones, uniformes, útiles, libros y toda la parafernalia de la vida escolar en este tipo de planteles representa una parte sustantiva de su presupuesto.

– Y espérate, amiga, que sigue la prepa y las mensualidades del Tec están que ni para qué te digo.

– Pues ojalá que los hijos sepan aprovechar el esfuerzo que hacemos, oye… –porque, efectivamente, para muchas familias mantener a sus vástagos en un colegio particular constituye, todavía, si no una inversión segura, sí al menos la única apuesta por, ya no digamos la ascendencia social, sino al menos por un antídoto contra la depauperación.

Eustaquio cuenta que hace unos días, como todos los estudiantes que están cursando el tercer año de secundaria, presentó el Exani I. Para ello, a él y a todos sus compañeros los llevaron a una escuela pública, una secundaria técnica. Luego del típico recorrido en camión –cánticos, empujones e intercambio de bromitas perversas entre los púberes a evaluar–, tan pronto llegaron, los distribuyeron en varios salones… “¡No inventes!, siguen usando pizarrones antigüitos, de los de gis. Y los pupitres que usan están megachiquititos”. Eustaquio relata que incluso tuvieron que traer de otras aulas algunos escritorios de maestros, porque muchos de sus compañeros, hombres y mujeres, de plano no cupieron en los pupitres…

Las diferencias socioeconómicas son perceptibles en la anatomía de las personas, en peso y tallas. Esto resulta evidente entre países y responde a diferentes niveles de desarrollo; por ejemplo, en Estados Unidos, los niños con déficit en la relación estatura/edad representan apenas el 1%, mientras que en Kenia el 30% y en India ¡casi la mitad! (48%). Este mismo indicador –relacionado a la estatura media por edad de la población de referencia internacional reconocida por la Organización Mundial de la Salud de la ONU– muestra desigualdades drásticas entre países latinoamericanos, por ejemplo: Guatemala, 49%; México 12.7%; Brasil, 10%; Chile,1%. Sin embargo, los pupitres megachiquititos de aquella secundaria técnica muestran la dimensión anatómica de las diferencias socioeconómicas no solamente al interior de un país, el nuestro, sino de una misma ciudad (y además una, Aguascalientes, en la que el componente indígena en su población es prácticamente nulo).


Me parece que no hay indicador alguno que muestre que la talla y el peso sean características de un niño que determinen directamente su eficiencia en la academia –claro, mientras quepa en el pupitre–, sin embargo, recientes estudios científicos vienen a demostrar lo que el sentido común podría sugerir a muchos: el desarrollo socioeconómico es una variable que incide frontalmente no sólo en el desarrollo físico de los infantes, sino también en el desempeño de ciertas funciones cerebrales ligadas al aprendizaje y en general a la cognición.

En su edición de marzo 30 pasado, la revista Proceedings of the National Academy of Sciences publica una ponencia firmada por Gary W. Evans y Michelle A. Schamberg –Childhood poverty, chronic stress, and adult working memory–, en el cual aportan pruebas de que la pobreza afecta el cerebro de los niños que la padecen. Particularmente, demuestran que “la pobreza durante la niñez es inversamente proporcional a la memoria de trabajo de los adultos jóvenes”. Los investigadores de la Universidad de Cornell trabajaron para probar dos hipótesis engarzadas. La primera, “que la pobreza durante la niñez va a interferir en el desarrollo de la memoria de trabajo de los jóvenes adultos”. Aquí conviene recordar que el concepto de working memory se refiere a algo así como al RAM de las personas: “el mecanismo de almacenamiento de información temporal que nos permite retener activas pequeñas cantidades de datos durante breves intervalos y manipularlas”. Dicho mecanismo resulta esencial para la comprensión del lenguaje, la lectura y la resolución de problemas; y, obviamente, es un requisito indispensable para luego almacenar información en la memoria de largo plazo. La segunda hipótesis establece que “la relación prospectiva entre una niñez en condición de pobreza y la memoria de trabajo de la juventud adulta se encuentra mediada por estados de estrés psicológico crónico”. En forma esquemática: pobreza – estrés crónico – problemas de memoria de trbajo.

Vale decir entoces que si bien es cierto que las repercusiones de la pobreza infantil tienen una dimensión socioeconómica innegable, también acarrean una afectación directa en los mecanismos neurocognitivos de los chavos.

Quien quiera, pues, podrá ver en aquellos pupitres megachiquititos un atisbo de cómo estamos ahora modelando el perfil del capital humano de México.

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