viernes, 7 de agosto de 2009

¿Historia…, neta?

Toda historia no es otra cosa que una infinita catástrofe
de la cual intentamos salir lo mejor posible.
Italo Calvino

Ya lo dijo un belga, el dramaturgo Maurice Maeterlinck (1862-1949): el pasado siempre está presente. Si no fuera así, toda posibilidad de identidad quedaría definitivamente cancelada. Ciertamente, en la memoria, esa facultad que según Shakespeare es el centinela del cerebro, reside el asidero para que el tú que hoy eres, tan distinto del que fuiste hace unos años, mantenga cierta continuidad a través del tiempo y seas el mismo. Por eso, quien sufra amnesia podrá experimentar el horror de la indefinición: perder la memoria es perderse a sí mismo. Olvidar es perderse.

Contra el olvido tenemos historia e historias, history and story. La polisemia en castellano descara el problema. La Real Academia de la Lengua Española establece diez acepciones para la palabra historia; ojo con la primera y séptima: “Narración y exposición de los acontecimientos pasados y dignos de memoria” y “Narración inventada”, respectivamente. Esto es, historia y ficción.


En la edición de marzo pasado de la revista Nexos, el doctor Enrique Florescano Mayet (1937) presenta una panorámica del estado del arte de la relación entre ficción e historia, es decir, entre el discurso literario y el discurso historiográfico. Para muchos podría parecer un asunto sencillo de resolver: por un lado, digamos, Dos crímenes de Ibargüengoitia, del otro el libro de texto gratuito Historia para cuarto de primaria; aquí los diez tomos de México a través de los siglos, allá Pedro Páramo de Rulfo. Sin embargo, historia y ficción son géneros que se han traslapado y nutrido mutuamente; explica Florescano que la más reciente crisis de su diferenciación data de 1967, cuando Roland Barthes (1915-1980) publica De la science à la littérature y Le discours de la histoire, y afirma que el relato histórico y el relato de ficción “pertenecen a una sola y misma clase, la de las ficciones verbales”. Desde entonces, los libros de historia comenzaron a ser leídos por mucha gente como una forma más de la retórica. La idea anterior fue llevada a su punto extremo por el estadounidense Hayden White (1928), primero en El texto histórico como artefacto literario y luego en Metahistoria. En este último libro, cuya primera edición data de 1973, White parte de que todo discurso historiográfico no es otra cosa que “una estructura verbal en forma de discurso en prosa narrativa”, a la cual subyace una estructura profunda, una poética literaria. Si bien el pensamiento del profesor emérito de la Universidad de California ha dado pie a grandes avances en el análisis de la historiografía, también provocó la llamada crisis de la historia, un período durante el cual la relación entre historia y verdad fue no sólo cuestionada sino de plano declarada espuria.

Si bien la tesis de White mereció refutaciones inmediatas, no es sino hasta la publicación de Tiempo y narración (1983-1985) del francés Paul Ricoeur (1913-2005) que se consigue un avance; de hecho, el propio Hayden White escribió que dicha obra debía ser considerada como “la síntesis más importante de teoría literaria y de teoría de la historia producida en nuestro siglo”. En su ensayo, Ricoeur abreva en las ideas posmodernistas de White, actualiza conceptos y pone las cosas en su sitio. Para Ricoeur, tanto el relato histórico como el de ficción, juntos, conforman lo que actualmente en Occidente es lo narrativo, es decir, producciones lingüísticas que ofrecen soluciones poéticas al irresoluble carácter caótico de la realidad. Narrando historias (history & stories) es que el hombre otorga sentido al devenir de los hechos. Incluso más, Paul Ricoeur piensa que “el tiempo se hace tiempo humano en la medida en que se articula en un modo narrativo”. ¿Entonces? ¿No hay diferencia entre historia y ficción? Al igual que Louis O. Mink (1921-1983), Ricoeur sostiene que la disimilitud entre el relato de ficción y el de historia estriba en la pretensión de verdad del segundo, ausente en el primero. Una pretensión explícita, conocida de antemano por el lector; así, explicaría en un libro posterior (La memoria, la historia, el olvido; FCE), la diferencia principal entre ficción e historia se halla en el “impacto implícito habido entre el escritor y su lector”: en el primer caso, el lector comienza el relato dispuesto a entrar en un “universo irreal”, mientras que con el relato historiográfico el lector espera entrar a “un mundo de acontecimientos que sucedieron realmente”. El acuerdo es tácito: abro el libro de historia con la expectativa de que me cuenten lo que realmente pasó…, incluso aunque resulte inverosímil.

Parroquial
El próximo jueves 13 de agosto, en punto de las 19:00 hrs., Mario Rodarte presentará su libro de cuentos La rebelión del arcángel, publicado por la editorial Miguel Ángel Porrúa. La cita, en la librería Rosario Castellanos del Centro Cultural Bella Época del Fondo de Cultura Económica, en La Condesa (Tamaulipas 202), allá en la Ciudad de México.

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