jueves, 11 de febrero de 2010

Érase que se era un civilización

Érase que se era el tiempo aquel cuando todos los oráculos domésticos estaban copados por las imágenes de una devastación: un minúsculo hatajo de dardos telúricos se había dejado sentir en La Española, una isla del archipiélago de las Antillas Mayores. Los pingos sísmicos le pegaron a la porción occidental de aquel pedazo de tierra con el que, el 5 de diciembre de 1492, se topó el almirante Colón. En las pantallas, las escenas apocalípticas cundían: Puerto Príncipe derruido, varias decenas de miles de muertos, sangre y pobreza, sufrimiento y desesperanza… La tragedia haitiana –una redundancia por sí misma– y los testimonios de la ineficacia de cualquier ayuda cuando llega varios lustros tarde daban muestras de tener aire para seguir en primer plano durante muchos días más… Pero entonces ocurrió: poco antes del amanecer del 25 de enero, un guaraní entró al baño y ya no pudo salir por propio pie. La noticia voló y Haití quedó relegado.

Érase que se era el tiempo aquel cuando todos los oráculos domésticos daban cuenta de lo que pasó, de lo que pudo haber pasado, de lo que podría pensarse que pasó… para que un delantero del América se debatiera entre la vida y la muerte en un hospital. Al despertar, el menjurje mediático llegaba bien condimentado para sacudir la rutina: no sólo un héroe de las canchas abatido fuera de lugar, también una misteriosa rubia curvilínea, luego un probable lío de faldas, la posibilidad de asomarse a la intimidad de los usos fiesteros de los famosos, la realidad aparte de los after, el drama de una esposa, el fuerte tufo anticipado de la impunidad anunciada, escenas de una cámara de video que muestran algo y dejan a la imaginación todo, un par de malosos con apelativos que ni PIT II hubiera puesto mejor… La imagen de un supuesto encefalograma del futbolista comenzó a circular por twitter, versiones en las que se agregaba droga y tórridos nudos pasionales, una fanaticada que no se hizo del rogar y pronta salió a tomar la palestra para clamar justicia a las autoridades y milagros al cielo…


Así, sintonizar cualquier noticiero la noche del 26 de enero significaba tomar parte en un curioso juego de Clue multitudinario en el que medio país se entretenía desde la comodidad de su casa: Sherolck Holmes transmutado en un potato couch de mil de cabezas… Sin embargo, entre los tercos, a brinco de control remoto, hubo quien pudo encontrarse a un venerable octogenario tirando una neta: “Tenemos una gran herencia cultural. Si nos va mal a veces, es por otras causas, ¿no? ¡Es por flojos y por corruptos!” ¿Quién hablaba? El risueño Miguel León-Portilla. Aquella noche, mientras el resto de los canales se engolfaba en el realty thriller del atentado a Cabañas, el once transmitía el segundo programa de la serie Discutamos México: moderaba Eduardo Matos Moctezuma −¿tenía que apellidarse así el arqueólogo encargado de realizar las excavaciones en el Templo Mayor?−, y acompañaban a don Miguel, el antropólogo Félix Baéz y la arqueóloga Sara Ladrón de Guevara. Al tiempo que el grueso de la opinión pública se mantenía bien trucha para poder pescar cualquier dato que pudiera llevar a la captura de El JJ o ya al menos de El Contador, una cuarteta de desfasados discurría en torno a la más vetusta pista de lo que hoy somos: Mesoamérica.


La intervención de León-Portilla se concentró en una sola idea, que ya expresada así, con claridad, luce evidente: “Para comprender la significación de Mesoamérica a la luz de la Historia Universal, porque tiene un lugar en ella, hay que tomar en cuenta que a lo largo de la Historia Universal han sido pocos los focos donde una civilización originaria ha surgido. ¿Qué entiendo por civilización originaria? Un conjunto, una constelación de creaciones, que van en torno a la revolución urbana… El chiste de la civilización originaria es que ella surgió sin que otra civilización le diera, por así decirlo, el empujón”. Conforme a esta concepción, en Europa no surgió ninguna civilización originaria, ni siquiera Grecia, y sólo pueden contarse cuatro, una africana y tres asiáticas: la egipcia, que floreció a las orillas del Nilo; las culturas que fueron brotando en el delta del Tigris y el Éufrates; la que surgió en el valle del río Indo y, claro, la china, que apareció a lo largo del Huang-ho. Y junto a ellas, dos americanas: la andina en el Perú prehispánico, y la olmeca, una civilización “que brota probablemente desde el segundo milenio antes de Cristo”, y que luego daría impulso a muchas civilizaciones. León-Portilla piensa que “en cierto modo esa civilización no ha muerto”, y está viva en nosotros.


Rastrear nuestro origen también puede jugarse como un thriller… Si andabas entretenido con el otro y te llama la atención este, puedes recuperar en línea el programa comentado [www.discutamosmexico.com].

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