jueves, 1 de abril de 2010

Polvo al viento

Harold Bloom (Nueva York, 1930-2019) los trepa al ring: ¡En esta esquina…, fantasmal, omnipresente y poderoso, el primero de todos los poetas!: ¡el invidente, el incansable e inaprensible…: Homero! Aplausos desde el Olimpo, y en la Tierra veneración al vate… ¡Y en esta otra, el retador!: ¡con toda la autoridad de ser el fundador de La Academia de Atenas…!: ¡Aristocles Podros, alias Platón! Silencio respetuoso en la arena..., no vaya a molestarle la barahúnda al filósofo.

La tradición dice que el hombre que escribió la Ilíada y la Odisea fue un ciego que vivió en la segunda mitad del s. VIII a. C., probablemente en alguna ciudad griega situada en lo que hoy en día es la costa turca. Hay también quienes incluso dudan de la existencia histórica del bardo; de hecho, una teoría señala que el nombre “Homero” proviene de los Homēridai, una sociedad de poetas así llamados porque eran hijos de esclavos de guerra, es decir hómeros, rehenes. De cualquier forma, si fue un señor de nombre Homero quien escribió él solito las dos epopeyas en las que se sustenta el espíritu de la Antigüedad clásica occidental, o si bien fue un grupo de rapsodas que unieron sus talentos para integrar la Ilíada y la Odisea, en realidad importa bien poco; quizá las obras que atribuimos a Homero en realidad las escribió otra persona… ¡con el mismo nombre!… Persona o concepto, Homero es el autor de las dos epopeyas más importantes de nuestra cultura. En cambio, del tal Aristocles Podros sí que tenemos varias certezas, para empezar, que fue un fulano de carne y hueso que vivió del 429 al 347 a. C. Platón –“el de los hombros anchos”, sobrenombre que le impuso su entrenador de lucha— fue, claro, el mejor alumno de quien según el mismísimo oráculo de Delfos fue el hombre más sabio de toda Grecia, Sócrates (469 - 399 a. C.)… Paradójico: resulta que el pensamiento socrático trascendió gracias a que el susodicho pupilo no atendió una de las enseñanzas de su mentor: Sócrates despreciaba los libros, más, despreciaba la lectoescritura, y consecuente como era no escribió ni media línea… Platón en cambio escribió y mucho… y bien; en sus Diálogos dio voz a su travieso profesor y salvó sus lecciones del olvido. “Yo no tengo competencia para juzgar a Platón como filósofo, pero sus diálogos, en sus mejores momentos, constituyen unos poemas dramáticos únicos, jamás igualados en la historia literaria”, dictamina don Harold.

Según plantea Harold Bloom el asunto (¿Dónde se encuentra la sabiduría?, 2005), el título que Platón intentó arrebatarle a Homero fue nada menos que el de maestro de los griegos. Ciertamente, en los días que Platón vivió “Homero se había convertido en libro de texto en todos los temas”. El campeón, pues, el poeta; el retador, el filósofo; las razones de la estética midiéndose los tamaños frente a la fuerza de la razón: Platón y Homero, dos superpesados: “Juntos, Homero y Platón son tan poderosos que su único rival por delante de Dante, Cervantes y Shakespeare, es el Yahvista, que compuso el estrato primero y más importante de la Torá (el Génesis, el Éxodo, Números y muchos añadidos posteriores del Redactor, en el exilio babilonio) entre el 980 y el 900 a. C.” Recuérdese que en La República, Platón destierra a los poetas de su Estado ideal. ¿Por qué y qué tanto hay que tomarse en serio la expulsión? Queda claro que Platón pensaba que la filosofía no necesita de la poesía; más todavía: bien podría interpretarse que para el filósofo ateniense un poeta no es más que un sofista: puro verbo, sólo choro cotorro, ningún compromiso con la verdad… En cualquier caso, la expulsión de los poetas de la república platónica debe entenderse como un acontecimiento postplatónico, es decir, el filósofo griego que pretende extirpar la poesía… ¡es también él mismo producto del espíritu homérico!: “Platón insistía en que sólo Sócrates era su maestro y, no obstante, de manera involuntaria, al igual que para todos los griegos, Homero también fue su maestro.” Involuntaria quizá, inconsciente de plano no: Platón tenía inteligencia más que suficiente para entender que filosofía y poesía estaban emparentadas por el lenguaje. Más allá del Sócrates que vivió y fue asesinado legalmente hace más de dos mil doscientos años, de quien realmente hoy muy poco podemos saber, el gran filósofo que marcó el surgimiento del pensamiento humanista racionalista occidental es en realidad un personaje literario, una creación de la poética de Platón. Al referir la disputa de Platón con Homero, Harold Bloom evidencia qué tanto dependemos del lenguaje: mientras que Homero es un misterio o en el mejor de los casos una ficción eficiente, Aquiles, Ulises y Héctor existen sin duda; mientras que al Sócrates histórico lo mató la cicuta, perdura un filósofo que sigue enseñando. Sí, todos terminamos convertidos en polvo; pero no, no a todas las palabras se las ha llevado el viento.

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