viernes, 11 de junio de 2010

El poder del mapa

Bajo el sello editorial de Guilford Press, Denis Wood (Cleveland, 1945) acaba de publicar un lúcido ensayo: Rethinking the power of maps (NY, 2010). La idea central del libro de Wood —a quien, si de plantar etiquetas se trata, habría que ponerle las de cartógrafo, poeta, pintor, curador y académico—, es que la cartografía no es una representación de realidades espaciales, sino proposiciones. Dicho así suena sencillo, y seguramente lo es, pero las consecuencias de la afirmación no lo son tanto…

¿Qué es un mapa? La argumentación de Wood arranca lejos. Parte de que el poder es una medida de trabajo, y de que los mapas trabajan. Los mapas alcanzan logros, consiguen hacer cosas. Para ello, los mapas trabajan duro: los mapas sudan, se esfuerzan, se aplican a sí mismos. ¿Y qué persiguen con tanto esfuerzo? Fácil: a la reproducción incesante de la cultura que los produce.

¿Qué tipo de trabajo es el que realizan los mapas? Primero, el autor recuerda que el trabajo es la aplicación de una fuerza a través de determinada distancia, y que fuerza no es otra cosa que la acción ejercida por un cuerpo sobre otro para cambiar el estado, de movimiento o estática, de este último. Así, un mapa aplica fuerzas sociales para dar existencia a espacios socializados. ¿Cuáles son tales fuerzas? En última instancia, son las de los tribunales, las de la policía, las de los militares. En cualquier caso, son las de la autoridad, responde Wood. Al autorizar el estado en el que se encuentran los asuntos que mapean, la cartografía auxilia a concretar, reemplaza, sintetiza necesidades. Para hacerlo, un mapa apalanca palabras, engrana signos. Entonces, un mapa es un motor, es decir, una máquina que transforma energía en trabajo social:

energía → motor → trabajo
energía social → mapa → espacio social
energía social → mapa → orden social
energía social → mapa → conocimiento

¿Cómo es que un mapa convierte energía en trabajo? Relacionando cosas en el espacio, para convertirlas así en objetos geográficos. Los mapas logran ligas insertando en un plano de representación común proposiciones acerca del territorio. Dichas proposiciones revisten la siguiente forma: estas cosas, agrupadas en tales categorías seleccionadas, están donde los mapas señalan que están. Es decir, los mapas logran establecer vínculos, poniendo juntos elementos seleccionados en un plano común. He ahí el plano del mapa. Este plano con sus proposiciones es el mapa.

Las ligas entre los elementos que establece un mapa entran en el ámbito social como funciones discursivas. Afianzado en la teoría de la comunicación humana de Paul Watzlawick, Wood define una función discursiva como una forma que tienen las personas para, en una situación comunicacional dada, afectar la conducta de los demás. De ahí, el autor decanta la función pragmática del motor comunicacional llamado mapa: el hecho de que un mapa sea una función discursiva implica que tiene un rol en el discurso, en el lenguaje, que configura nuestro mundo. Si bien es cierto que hoy por hoy el rol que toma un mapa generalmente es descriptivo, también puede asumir otros: narrativo o interrogativo, contestatario o imperativo, etcétera. Ahora, el efecto descriptivo de los mapas incide en el comportamiento de las personas, vinculándolas entre sí a través del territorio que habitan. Por medio de la descripción en un plano común, los mapas vinculan al menos dos tipos de conductas: situaciones y cosas que queremos asociar a situaciones. El cartógrafo liga, conecta, asocia determinadas conductas entre sí describiéndolas en el plano común del mapa, por medio de descripciones referidas a determinados términos compartidos. En la medida en la que estas descripciones ligan, al mismo tiempo archivan, cosifican y proyectan nexos: “Estas dos cosas van juntas”, propone el mapa, y en consecuencia actuamos.

Una vez que el mapa ha sido publicado, se asume prácticamente como una descripción de la forma en que las cosas son realmente. Y si así son realmente, ¿qué sentido tiene resistirse? Entonces, el carácter proposicional se vuelve muy difícil de ver, se olvida. Luego, de la descripción de situaciones y ligas, el paso al conocimiento es directo: “Estas dos cosas van juntas”, propone el mapa, y como consecuencia se saben dos cosas… y una tercera (la liga misma).

En suma, Denis Woods opina que la forma más fácil de liberar el poder de un mapa sería mantener consciente el hecho de que los mapas son proposiciones. Mientras que concebimos a los mapas como representaciones, nuestra imaginación se mantendrá encadenada al prejuicio de la imagen preconcebida, según la cual el mundo es como se muestra en los mapas y no en los espejos. Invariablemente, esta imagen es inadecuada, inexacta, reducida necesariamente, a menudo falsa, y siempre esclava de los intereses dominantes.

Trazar mapas de acuerdo a esta idea, confirma su autoridad. Una conclusión me brinca, obvia: si queremos cambiar realidades, bien valdría remapearlas. Y como siempre, si no lo puedes imaginar, no lo mereces.

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